China detiene a un cardenal y la Santa Sede reacciona “con preocupación”

China detiene a un cardenal y la Santa Sede reacciona “con preocupación”

En principio, ser periodista católico debería ser lo más coherente del mundo, porque del católico se presupone su amor por la verdad, lo que nos hace libres. Por eso sorprende que la prensa católica especializada sea tan a menudo un trasunto del mítico diario Buenas Noticias, en el que nunca pasa realmente malo y todo lo que pueda dejar mal a los que mandan se oculta al modo soviético.c

La Santa Sede, según su portavoz oficial, Matteo Bruni, “ha conocido con preocupación la noticia de la detención del cardenal Zen y sigue con extrema atención la evolución de la situación». Vaya, el socio chino arresta a un cardenal, a todo un cardenal, y eso a la Santa Sede “le preocupa”.

Lo leo en un artículo del órgano oficial del Vaticano online, Vatican News, que logra la hazaña periodística de escribir un artículo de quinientas palabras sobre el arresto del nonagenario cardenal chino Joseph Zen, arzobispo emérito de Hong Kong, sin mencionar un solo momento la existencia de un pacto secreto entre la Santa Sede y las autoridades comunistas de Pekín.

Sin embargo, a cualquier periodista que valga su sal se le ocurre que este es el tema más relevante, más significativo de toda esta historia. No se trata meramente del enésimo gobierno que persigue a la Iglesia y encarcela a sus ministros; es un socio, la contraparte de un acuerdo que en el Vaticano se celebra como un verdadero logro y al que se ha dedicado tiempo, energía y dedicación considerables. Este es el contexto, e ignorarlo es un pecado grave, al menos desde el punto de vista periodístico. Porque es más sorprendente el ataque que procede de un aliado que el que viene de un enemigo, y si los pactos entre Pekín y Roma permiten al primero detener cardenales a su antojo, no parece un acuerdo muy inteligente.

Como tampoco parece muy profesional no preguntarse ni en un aparte ocasional qué efectos debe tener el arresto sobre los dichosos pactos. Porque esa es la pregunta que salta inmediatamente a la mente de cualquiera ante este suceso. Si Roma hace como que aquí no ha pasado nada, está lanzando el mensaje de que Pekín puede hacer lo que se le antoje y de que no va a dar la cara siquiera por los más altos pastores de la Iglesia china. Lo que lleva a una pregunta aún más perturbadora: ¿Por qué? ¿Qué hay entre los comunistas chinos, rabiosamente anticristianos, y la cúpula de la Iglesia que pueda convertirla en un rehén, tibia ante todas las injusticias y persecuciones? ¿Cuál es la contrapartida, qué gana la Iglesia?

Porque esta, aunque la más descarada y noticiosa, no es la primera injusticia que, por lo visto, estos pactos obligan a no denunciar. Hemos informado de muchas en estas mismas páginas; ayer mismo citábamos algunas. Y el silencio de un Papa notorio por denunciar las injusticia de cualquier lugar del globo (¿se acuerdan de los rohyngya, que motivaron un viaje apostólico a Birmania?) resulta ensordecedor cuando es China el perpetrador del desafuero.

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