La misa es para los vivos, no para los muertos

Misa Tradicional Estados Unidos
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Hacer que se celebre una eucaristía por un difunto es el don más grande que podamos hacerle y que siempre tiene fruto. La Iglesia es comunión de los santos porque la vida, en última instancia, no nos es arrebatada, sino transformada.

Ostia Tiberina, un día de finales de agosto del Año del Señor 387. Santa Mónica está en el lecho de muerte y dirige sus últimas palabras a sus dos hijos reunidos junto a ella. “Enterrad este cuerpo donde sea y no sufráis por ello. Solo una cosa os pido: acordaos de mí, allí donde estéis, ante el altar del Señor”. Unos años más tarde, uno de esos dos hijos, Agustín, escribió el De cura mortuorum, un texto que hoy, por desgracia, está casi olvidado, y que versa sobre el significado de las oraciones para los muertos y, en especial, sobre el inestimable valor de la celebración de la santa misa por los difuntos. Tras recordar que también en el Antiguo Testamento y, más concretamente, en el libro de los Macabeos, se lee que se ofrece un sacrificio por los difuntos, san Agustín escribe: “Pero incluso si no se leyera algo así en ningún lugar de las antiguas Escrituras, sería importante que la Iglesia universal se manifestara sobre esta costumbre puesto que, entre las oraciones que el sacerdote eleva al Señor nuestro Dios ante su altar, hay un lugar preeminente para la oración por los difuntos”.

El Purgatorio existe

A pesar de lo que van repitiendo muchos adversarios del catolicismo, la Iglesia siempre ha creído en la doctrina del Purgatorio, es decir, de una purificación por las almas de los difuntos antes de la visión beatífica de Dios, si bien esta no se definió hasta 1274, en el Segundo Concilio de Lyon. Y esto es así porque desde los primeros tiempos de la era cristiana se consideraba necesario y admirable rezar por quienes, tras dejar este mundo, siguen viviendo y estando en comunión con quien habita en él. No es casualidad que, en el canon de los difuntos, la liturgia oficial utilice una expresión maravillosa: “A tus fieles, Señor, la vida no les es arrebatada, sino transformada”.

Una transformación de vida que no borra esa misteriosa unión entre los bautizados que, justamente, es llamada comunión de los santos. El Catecismo de la Iglesia Católica, en el número 946, dice expresamente que “la comunión de los santos es precisamente la Iglesia”. Con el bautismo cada creyente es “incorporado” a Cristo, formando así junto a los bautizados de cualquier época histórica el “cuerpo místico de Cristo”. Hay una unión ontológica entre todos los fieles que, realizada por el bautismo, la muerte no puede romper. Precisamente en virtud de esta comunión, también después de su muerte es posible ayudar a quienes han dejado este mundo. No es casualidad que, desde siempre, la Iglesia enseña que una de las obras de misericordia espiritual más meritoria es rezar a Dios por los vivos y por los muertos. Efectivamente, justo porque con la muerte se cumple nuestra libertad, los difuntos ya no pueden “realizar obras por sí mismos”, pero pueden rezar y ayudar a quienes se encuentran en la tierra. La Iglesia militante, es decir, la formada por los que aún viven en el mundo, puede, en cambio, ayudar a quién se está purificando en el Purgatorio, sobre todo ofreciendo el sacrificio de la misa. Precisamente en relación a este último aspecto hay muchas preguntas que, con frecuencia, nacen en el corazón de los fieles y sobre las que es oportuno detenerse para hacer algunas aclaraciones.

Un primer aspecto que vale la pena aclarar es el relacionado con el valor de la misa celebrada por un alma que tal vez ya está en el Paraíso o, peor, que esté en el infierno. Efectivamente, las almas de los santos no necesitan sufragios porque ya contemplan a Dios y las de los condenados no pueden recibir ningún beneficio de ello debido a su condición de separación eterna del Creador. Muchos fieles, ante esta doble posibilidad, se quedan perplejos y acaban por no hacer celebrar misas porque piensan que, “de todas formas, Dios lo sabe todo”. Pues bien, hay que recordar que existe una “contabilidad” que solo Dios sabe cómo llevar a cabo y que nuestras misas de sufragio por un alma que no las necesita son, sin embargo, aceptadas por el Señor, que revierte los beneficios sobre algún alma que tiene especial necesidad de ellas. Por parte del fiel, precisamente por la certeza de que Dios conoce las necesidades espirituales de cada uno de sus hijos, vale el principio melius est abundare quam deficere, es decir, es mejor hacer celebrar una misa por un difunto que ya no la necesita más que correr el riesgo de no ofrecerle los inmensos beneficios del sacrificio de Cristo.

El valor del sacrificio de Cristo

Pensando en el valor infinito de cada misa, podemos aclarar otra duda que a menudo surge en los fieles. Si el sacrificio de Cristo tiene un valor inmenso, ¿qué sentido tiene hacer celebrar más de una misa por un único difunto? ¿Qué sentido tienen todas esas prácticas, como por ejemplo las llamadas “misas gregorianas”, que un sacerdote se compromete a celebrar durante treinta días consecutivos por un único difunto si cada misa tiene un valor infinito? ¿No debería ser suficiente la misa del funeral, sin necesidad de más celebraciones? La respuesta es más bien compleja desde el punto de vista teológico, pero intentaremos simplificarla lo más posible. Cada misa tiene un valor infinito en sí misma. Respecto a su aplicación, depende de la capacidad de la Iglesia de unirse a la intención del que la ofrece. El tesoro infinito constituido por los méritos de Cristo que se realiza en la misa no se aplica automáticamente a la intención del celebrante, sino solo en la medida en que el mismo celebrante y toda la Iglesia se unen a la ofrenda del sacrificio. Y es por esto que se multiplican las misas, no solo por los difuntos, sino también por la santificación de los vivos. En lo que respecta al valor objetivo, bastaría una sola misa y una sola comunión bien hechas para alcanzar el grado máximo de santidad. Sin embargo, desde el punto de vista subjetivo, la aplicación de los méritos de Cristo depende de la capacidad del sacerdote, de los fieles y de toda la Iglesia de unirse al sacrificio eucarístico. Por desgracia, nuestra capacidad subjetiva siempre es carente y nunca infinita. Por este motivo vamos a misa lo más a menudo posible y multiplicamos las misas de sufragio por nuestros seres queridos, aunque cada una de ellas tenga un valor inmenso e infinito.

El resumen que hizo Dante

En conclusión, es mejor abandonarse a lo que la Iglesia enseña desde siempre y seguir rezando y haciendo decir misas por los difuntos con sencillez y humildad, con la certeza de que cada una de nuestras oraciones ayuda a quienes están afrontando la purificación del Purgatorio a progresar sin demora hacia el Paraíso. Recordemos el poema de Dante; por ejemplo, cuando el rey Manfredo le pide al sumo poeta que revele a su hija Constanza que él está salvo y se encuentra en el Purgatorio, para que pueda rezar por él. Lo hace porque allí, en el Purgatorio, gracias a las oraciones de quienes están en la otra parte, es decir, en la tierra, se avanza más rápidamente hacia Dios. En las magníficas palabras de Dante, que se resumen en un endecasílabo sublime, encontramos toda la doctrina católica sobre las oraciones de sufragio. Suenan así: “Aquí se gana mucho con las oraciones de los de allá” (Divina Comedia, Purgatorio, canto III).

 

Publicado por Luigi Girlanda en Il Timone

Traducido por Verbum Caro para InfoVaticana

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Comentarios
1 comentarios en “La misa es para los vivos, no para los muertos
  1. El Purgatorio queda muy escondido en las Escrituras. No se le menciona nunca con ese nombre, ciertamente, pero si no lo aceptamos, hay textos que no tienen sentido. No sólo las oraciones por los caidos en el campo de batalla que se mencionan en los Macabeos, sino Jesús mismo pronuncia frases que describen un periodo de purificación: «Y su señor, irritado, lo entregó a los verdugos hasta que no pagase la última deuda» Mt 18. Es decir, establece un periodo con una limitación de tiempo. El siervo malvado de la parábola no es condenado eternamente. «Ponte enseguida a buenas con tu adversario mientras vas con él por el camino; no sea que tu adversario te entregue al juez y el juez al guardia, y te metan en la cárcel, Yo te aseguro: no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último céntimo.» Nuevamente, Jesús habla de un castigo limitado en el tiempo, no una condenación eterna. Estos ejemplos sólo tienen sentido si se acepta el Purgatorio.

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