Mi envidia hacia los judíos y musulmanes

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Tengo la triste sensación de que nos avergonzamos de ser católicos, de nuestra identidad, de nuestra historia.

El 4 de febrero se celebró, según el ‘calendario litúrgico’ del mundialismo fijado por la ONU, la Jornada Internacional de la Fraternidad Humana. La fecha fue elegida para conmemorar la firma del Documento sobre la Fraternidad Humana por la Paz mundial y la Convivencia común entre el Papa Francisco y el Gran Imán Al-Tayyeb. Todo muy bonito.

La Conferencia Episcopal Española ha querido sumarse a la fiesta y, junto a judíos y musulmanes, montó un acto esta semana con discursos, música y rezos en un edificio de la CEE en Madrid.

Me he puesto el vídeo de fondo mientras hacía otras cosas y, al margen del contenido del acto en sí ―los discursos con lugares comunes, el ‘buenrollismo’ ecumenista y el ‘Imagine all the people’―, me fijé en un detalle que refleja una triste realidad para los católicos.

Tras los discursos, salió un sacerdote católico, encargado de no sé qué en la CEE, y dijo que ahora era momento de “abrir nuestro corazón” a Dios. Un representante de cada religión saldría a rezar: el Gran Rabino, Moshe Bendehan; el arzobispo de Granada, Francisco Javier Martínez; y el Imán de la Mezquita Central de Madrid.

El judío leyó un salmo de la Biblia cantando en hebreo; el musulmán leyó unos versos del Corán en lengua vernácula, para después cantar, de la forma tan característica que tienen desde las mezquitas, los mismos versos en el árabe coránico; el arzobispo católico, leyó una oración ñoña escrita para la ocasión, por supuesto en español.

Siento envidia al ver como musulmanes y judíos mantienen su identidad y nosotros, desgraciadamente, no. Ellos no renuncian a sus lenguas milenarias y sagradas, a pesar de que los oyentes no las entiendan: saben que ayudan al misterio y acercan a la trascendencia.

Nosotros teníamos una que las altas jerarquías decidieron desechar. Me entristece que ya no haya una identidad católica reconocible en ese sentido. El prelado Martínez bien podría haber sido un anglicano o un presbiteriano y nadie se hubiera dado cuenta.

Tengo la triste sensación de que nos avergonzamos de ser católicos, de nuestra identidad, de nuestra historia. Nos encanta el diálogo interreligioso y se nos cae la baba cuando en los actos ecuménicos vemos a judíos y musulmanes rezando en hebrero y en árabe, pero se nos llevan los demonios si vemos a un cura rezar en latín; podemos ver con regocijo -e incluso unirnos- una danza indígena en torno a una pachamama, son bonitas y respetables costumbres, pero ¡ay del que ose celebrar la misa tradicional!

Respetar las tradiciones de los demás es magnífico, el ecumenismo que quería el concilio; incluso las vemos con simpatía.

Respetar las propias no tanto, es un desafío contra los postulados posconciliares y un ataque a la unidad de la Iglesia.

Qué quieren que les diga: yo tengo, en este aspecto, envidia de judíos y musulmanes.

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