El obispo canadiense de Hamilton, Douglas Crosby, prohíbe a sus sacerdotes no vacunados ejercer el ministerio público, amparándose en las palabras del Santo Padre sobre el ‘deber moral’ de vacunarse.
“Todo aquél que no se someta a la vacunación puede verse limitado en su ministerio”, ha decretado el obispo Douglas Crosby de Hamilton en una carta dirigida a sus sacerdotes.
Crosby urge a los sacerdotes a seguir los “sabios consejos de las autoridades sanitarias». Los sacerdotes que no se vacunen contra el coronavirus “podrían no ser autorizados a entrar en los centros sanitarios (hospitales y residencias de ancianos) y en las escuelas”, advierte el obispo.
En consecuencia, “para que todo el clero pueda desempeñar eficazmente sus ministerios, incluida la celebración de la Misa y de los demás sacramentos, es imperativo que se vacune plenamente”.
Crosby se remite e a Francisco, quien “nos recuerda que es un imperativo moral que todos se vacunen”.
Que sea ‘imperativo’ que los sacerdotes, para cumplir su sagrado ministerio de ofrecer los sacramentos a los fieles, se sometan a unas ‘vacunas’ no aprobadas, solo autorizadas de emergencia, de las que se reconoce que no impiden el contagio ni la enfermedad y de las que se desconocen los efectos secundarios a largo plazo, para luchar contra una enfermedad con una tasa de supervivencia del 99,8%, dice bastante de la distancia entre nuestra Iglesia y la del tiempo de los mártires.