Juan Pablo II y el Orgullo Gay

juan pablo ii
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«La Iglesia no puede callar la verdad porque faltaría a su fidelidad a Dios Creador y no ayudaría a discernir lo que está bien de lo que está mal».

Esta semana hemos conocido la publicación de un nuevo y extenso estudio de antropología bíblica publicado por la Pontificia Comisión Bíblica, Qué es el hombre? Un recorrido por la antropología bíblica. Han generado polémica algunos extractos que tratan el tema de la homosexualidad.

La polémica fue tal que tuvo que salir al paso el Secretario de la Congregación de Doctrina de la Fe ha decir que no existe ninguna apertura a las uniones homosexuales.

¿Qué piensa realmente la Iglesia de las personas con tendencias homosexuales?

El 9 de julio del año 2000, Juan Pablo II se asomó a la ventana del Palacio Apostólico para recitar el Ángelus. Al terminar el discurso creyó necesario aludir a «las conocidas manifestaciones» que tuvieron lugar en Roma durante los días pasados.

¿Cuáles eran esas manifestaciones? El Papa estaba hablando de las fiestas del ‘Orgullo Gay’ -WorldPride Roma 2000- que se celebraron por primera vez en Roma ese año.

«En nombre de la Iglesia de Roma no puedo por menos de expresar mi amargura por la afrenta hecha al gran jubileo del año 2000 y por la ofensa a los valores cristianos de una ciudad tan querida para el corazón de los católicos de todo el mundo», dijo Juan Pablo II.

«La Iglesia no puede callar la verdad», afirmó Wojtyła, «porque faltaría a su fidelidad a Dios Creador y no ayudaría a discernir lo que está bien de lo que está mal».

Tras esto, el Papa se limitó a leer lo que dice el Catecismo de la Iglesia católica, que, después de afirmar que los actos homosexuales son contrarios a la ley natural, prosigue así: «Un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas. Esta inclinación, objetivamente desordenada, constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba. Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta. Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición» (n. 2358).