Misionero en el Amazonas: «Nosotros no somos dueños de la verdad»

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La Misión Catrimani, perteneciente a los Misioneros de la Consolata, lleva más de cincuenta años de presencia con el pueblo yanomami -pueblo del que nos habló Carlos Esteban en un artículo que merece la pena lean– pero en ese tiempo no se ha producido ni un solo Bautismo.

El religioso Corrado Dalmolego, junto con tres religiosas de la Consolata, vive allí. En diciembre del pasado año fue entrevistado por la página Religión Digital. El misionero italiano, dice el editor de la entrevista, “después de once años ha aprendido a vivir, hablar y pensar como un yanomami, asumiendo su cultura y cosmovisión a partir del diálogo, fundamento de una misión en la que nunca ha sido bautizado un indígena, algo que va más allá de un testimonio silencioso, porque cuando se dialoga, se habla, cuando se habla, se anuncia”.

Más de 50 años de misión y ningún Bautismo, un panorama desolador, o no. Continúa el artículo diciendo que para muchos dentro de la Iglesia “no deja de ser sorprendente, pero que cuenta con el reconocimiento de Davi Kopenawa, líder yanomami conocido mundialmente, para quien los misioneros hicieron las cosas bien, sin hacer daño a su pueblo, sin destruir su cultura”.

Durante la entrevista el religioso recuerda que la Misión empezó de una manera estable 1965, sin embargo, fue en la década anterior cuando empezaron los contactos con las comunidades yanomamis. La presencia misionera, según el religioso, se caracterizó “por el respeto profundo hacia la cultura, la religión del pueblo”. Una experiencia misionera que siempre ha intentado apoyar “la vida, la defensa del pueblo, la demarcación de la tierra, la defensa e implementación de la salud, la lucha contra las invasiones de la tierra yanomami y las agresiones a los derechos de ese pueblo”.

La Misión Catrimani se dedica, según el religioso, a diferentes áreas de actuación, que son: el apoyo a una educación y fortalecimiento de los conocimientos tradicionales, un área de actuación en la salud, gestión territorial, apoyo a la formación de mujeres y diálogo interreligioso e intercultural.

Sobre este último dice: “El diálogo es un componente esencial de la actuación de la Iglesia, de lo que es la evangelización, y por lo tanto nos ayuda a no confundir lo que es el anuncio con aquello que se considera conversión. El diálogo se realiza en la vida cotidiana, en los momentos fuertes de los rituales, e incluso en las investigaciones que se realizan sobre chamanismo, sobre mitologías, sobre saberes diferentes, sobre visiones del mundo, sobre visiones sobre Dios, a partir de la confianza, la amistad, construyendo momentos fuertes de diálogo, que para la misma Iglesia son muy enriquecedores, pues nos ayudan a descubrir la esencia de nuestra fe, muchas veces encubierta por adornos, por tradiciones culturales”.

El misionero italiano confiesa que con los yanomamis se aprende “el valor de una cultura, de costumbres, de conocimientos tradicionales, cuanto ello garantiza la supervivencia de un pueblo y constituye un cimiento sobre el cual se construye una sociedad”, y faltando eso, “la cultura, la visión de las fiestas, de la mitología, chamanismo, como todo podría derribarse, lo que es una amenaza muy grande, uno aprende eso también”.

El entrevistador le pregunta cómo el pueblo yanomami cuida de esas tradiciones y qué hace para preservarlas, a lo que el religioso contesta: “El pueblo yanomami tiene mucho orgullo de su propia lengua, de su propia identidad, una palabra criticada hoy por la antropología. Ellos tienen una fuerte conciencia, somos yanomami de verdad, ellos dicen, yanomami, ellos tienen esta fuerza. Para cultivar, conservar, defender eso, ellos tienen todo el sistema de las fiestas, de los rituales”. Paradójico, ensalza ese orgullo del que adolecen numerosos católicos con su propia cultura y rituales. Es más, a veces parecería que se miran con complejo.

Es preguntado sobre el sínodo de la Amazonía, y el religioso alega que en el documento preparatorio del mismo, se habla de escucha “para encontrar los caminos, construir los puentes, construir el diálogo para tratar de responder a los problemas, a las amenazas globales a la ecología, al mundo, a las culturas…” ¿De verdad para esto un Sínodo?

Pero el misionero prosigue contándonos las aportaciones que pueden traernos los indígenas: “podrían ayudar con la vivencia de la propia religiosidad, de la propia espiritualidad, ayudar a la misma Iglesia a limpiarse, quizás de esquemas, de estructuras mentales, que pueden haber quedado obsoletas o inadecuadas”. Viendo cómo viven, sigue el misionero, “hay cosas que pueden decirnos a la Iglesia y a la sociedad”, además de la cuestión ecológica, sobre “la organización social, podemos aprender el ejercicio del liderazgo, el diálogo”.

“Los yanomami tienden al otro, a conocer al otro, a apropiarse del otro, a hacer del otro alguien parecido a ellos mismos, enseñando, aceptando, acogiendo al otro, aceptan una cosa sin renunciar a la otra. Tenemos una mentalidad que a menudo es exclusivista, tienes que aceptar una cosa, y al aceptar a, tienes que eliminar b. Ellos tienden a juntar las cosas, lo vi con los yanomami, una cosa y la otra. En las preguntas sobre cuestiones religiosas, ¿puedo comunicarme con Dios, el Dios de los blancos, puedo rezar? Puede. ¿Puedo invocarlo para curar a mi hijo enfermo? Puede. Para nosotros son cuestiones que nos dejan un poco perplejos, preguntando, ¿renuncia a algo para apropiarse de lo otro? No, no se renuncia, no es necesario renunciar, simplemente es apropiarse de algo más”.

¿Por qué no hacer ese ejercicio también como Iglesia, esas experiencias?, se pregunta Dalmolego, esto, por un lado, “puede ser acusado de sincretismo, relativismo”, pero nosotros “no somos dueños de la verdad”. Primera noticia, pensaba que Jesucristo era el camino la verdad y la vida, pero igual no lo he entendido bien.

Les dejo el final de la entrevista:

Lo que dices nos lleva a muchas de las actitudes y palabras del Papa Francisco, pues la forma de vivir de los pueblos indígenas le ayuda en las orientaciones que da. ¿Piensas que la Iglesia está preparada, dispuesta a asumir de hecho, esa manera de vivir la relación con Dios?

Creo que es un desafío muy grande para la Iglesia. No es que no existan personas o grupos que tengan esa apertura, pero si vemos la Iglesia desde el punto de vista institucional, veo mucho temor, miedo a abrirse de corazón sincero a ofrecer. Una palabra que el yanomami dice, significa ¿por qué me estás recusando algo? Hasta lo he escuchado en relación con la cuestión de la fe. Es un pueblo indígena llamado de reciente contacto, que vive su religión tradicional, la legislación brasileña también es muy rigurosa con pueblos de reciente contacto.

Existe ese recelo, tanto en el caso de la Iglesia como en la sociedad como un todo, de ver las acciones misioneras, las acciones de evangelización con mucha desconfianza, porque la historia fue marcada por la Iglesia como instrumento de colonización, negación cultural, negación de la diferencia, fue una acción violenta, de la cual la Iglesia también participó. Hay elementos para despertar esa sospecha, se trata tal vez de cambiar de una actitud de arrogancia a actuar con la actitud de aquel libro de dos misionólogos verbitas, «Diálogo profético», que encontré muy pertinente para el trabajo que hacemos en el Misión Catrimani, dos aspectos que se deben complementar en la acción evangelizadora de la Iglesia, que en ciertos momentos puede realizarse más como diálogo, animado por lo que los autores llaman «humilde coraje» o «humildad valiente».

El diálogo profético es eso, en ciertos momentos, realizas más el diálogo, el respeto, la valorización de la cultura del otro, en otros momentos eres llamado a un anuncio profético, en la defensa de los derechos, en la defensa de la vida y a apuntar caminos. Siempre en el diálogo profético, en ese juego entre estos dos aspectos complementarios de la evangelización.

Hablas de ese intento de posicionamiento, pero vives en una misión donde después de sesenta años nadie fue bautizado, una misión de presencia y de diálogo.

Sí, pero es una expresión minoritaria, y muchas veces acusada.

¿Cuál es la reacción que sientes dentro de la Iglesia católica, de tu propia congregación ante esta actitud?

Todos los que conozco que trabajaron allí, ellos admiran esa manera, participaron, formaron parte, dedicaron su vida, sus años, su trabajo, valoran esa forma de actuación, que yo no reduciría a un testimonio silencioso, porque cuando se dialoga, se habla, cuando se habla, se anuncia. No vale pensar que el diálogo es un pre-anuncio, ya es anuncio, si estás hablando con una persona, estás anunciando lo que crees. Hay personas que defienden esa forma y la valoran, hasta obispos, que conocen, dan valor y lo empiezan a contar. Yo recuerdo a un obispo en Ecuador que después de que hablé, después preguntó, ustedes se omiten como misioneros, pero después, cada día me cruzaba en el pasillo, sacudiendo un poco la cabeza, y en el último día le dijo a otro misionero, ahora estoy empezando un poco a entender. Se entiende cuando se da valor.

Hay personas que entienden, que dan valor, pero incluso dentro de la Iglesia hay personas que critican, que afirman que sea una omisión.

De cara al Sínodo y a esos nuevos caminos que la Iglesia quiere encontrar, ¿podríamos decir que la Misión Catrimani puede ser una referencia para esos nuevos caminos? ¿La Iglesia necesita más misiones Catrimani?

Yo pienso que esta presencia en la Misión Catrimani, junto con muchas otras, es una presencia profética para la Iglesia, que se ha puesto a la escucha de los pueblos, una presencia que no deja de ser criticada o mal entendida, acusada de omisión. Eso duele bastante, porque dentro de la Iglesia se reciben críticas por incomprensiones, personas que no conocen, tampoco tuvieron la oportunidad de participar en esa vivencia. No es que se pueda acusar a esas personas por la incomprensión. Creo que si alguien nunca tuvo una experiencia como la que se vive en una misión como la Misión Catrimani, no puede pretender entenderla.

Creo que más experiencias como ésta, difundirían una nueva visión del servicio de la Iglesia, de la presencia de la Iglesia. Ahora, escuchar a David Kopenawa yanomami, líder indígena de este pueblo, que dice que la Misión Catrimani hizo las cosas bien, que no lastimó a los yanomami, que no destruyó la cultura, que no condenó el chamanismo, y por tanto, él dice que ese es el mensaje que ustedes tienen que traer del Dios que les ha enviado. Si el mismo Davi Kopenawa dice eso, afirmando que la Misión Catrimani puede seguir trabajando, porque hace un buen trabajo de apoyo, de sustento, de alianzas con los yanomami, creo que es algo muy importante. Oír esto es una apreciación que alienta el corazón, da ánimo, significa que vamos al encuentro de aquellos que son los anhelos del pueblo, de las comunidades. Por tanto, si hubiera más experiencias como éstas la Iglesia se enriquecería fuertemente.

Entrevista publicada en Religión Digital.