Los «viri probati» en los primeros siglos de la Iglesia y en nuestros días

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En su bitácora en InfoVaticana, el sacerdote y teólogo D. Manuel Guerra reflexiona sobre los «viri probati», hombres casados de fe y vida cristiana probada a los cuales se podrían conferir algunas funciones sacerdotales en algunas circunstancias peculiares.

A continuación, ofrecemos un fragmento de la bitácora de D. Manuel Guerra. Puede leer el artículo completo en este enlace. 

A finales de febrero de 2017, en una entrevista al director del semanario alemán «Die Zeit» (= «El Tiempo») el papa Francisco manifestó la conveniencia y hasta necesidad de reflexionar sobre los «viri probati«, hombres casados de fe y vida cristiana probada, demostrada, a los cuales se podrían conferir algunas funciones sacerdotales en algunas circunstancias peculiares. Los propuso como un remedio de la falta de vocaciones sacerdotales en algunas regiones, aunque descartó la abolición del celibato clerical.

1. EN TORNO A LA FÓRMULA «probati viri» Y A LA CAUSA DE SU ACTUALIZACIÓN

1.1. ¿»Probati uiri/viri» o «viri probati»?

Los textos aducidos en este estudio usan «probati viri» si pertenecen a los primeros siglos de la Iglesia; «viri probati», si al concilio Vaticano II y posteriores hasta nuestros días. La colocación antepuesta o pospuesta del adjetivo repercute en el significado el sintagma o fórmula, aunque no necesariamente. Por ejemplo, urbanus significa (habitante de la urbe, no rural) o (educado, cumplidor de las normas de la urbanidad) según preceda o siga al substantivo «vir, varón, hombre«. No es lo mismo decir «religio vera» («verdadera religión», que reúne las notas definitorias de religión, que es una religión, no una secta) que «vera religio veri Dei («la religión verdadera del Dios verdadero», el cristiano) (Tertuliano, Aplogeticum 24, 1-2). Tampoco es lo mismo decir en español «hombre pobre» (sin recursos económicos) que «pobre hombre» (sin personalidad). No pretendo dilucidar ahora la posible y hasta probable diferenciación semántica según «probati» figure antes o después de «viri«. ¿Justifica ese cambio el distinto significado que se concreta más tarde o se debe simplemente al desconocimiento de su empleo en los primeros siglos cristianos y de la idiosincrasia del latín en esta materia?

Escribo siempre «viri, Viri» , aunque es sabido que, hasta mediados del siglo XVI d. C., la «u» y la «v (uve)» tuvieron siempre la misma grafía: «u» («uiri) en minúscula y «V» («Viri») en mayúscula. Su significado es el adecuado para su uso en la fórmula estudiada en textos de contexto teológico y sacerdotal cristiano. Pues significa «varón», o sea, «homo» (hombre masculino) en cuanto diferenciado del hombre femenino («mulier, mujer»).

1.2. ¿Los «viri probati», la solución de la escasez de vocaciones al sacerdocio, «originada» por el celibato obligatorio?

La escasez de vocaciones al sacerdocio es un lamento generalizado en nuestros días y, además, justificado por la realidad objetiva y los datos estadísticos, mucho más si se comparan con los de los siglos pasados. La ordenación de «hombres casados», hayan sido antes diáconos permanentes o no, podría ser una de las soluciones, según algunos.

Así podrían ser atendidas zonas que ahora carecen de la Santa Misa por falta de sacerdotes ministeriales. De hecho ya lo han solicitado al menos dos obispos brasileños (Vieira Rocha y Erwin Kriutler) para extensas zonas de la Amazonia, en las cuales los cristianos viven años sin la Eucaristía. Desde esta perspectiva, una solución sería la ordenación de algunos de sus cristianos viri probati.

Además, así se facilitaría la incorporación de clérigos y pastores anglicanos, evangélicos y protestantes a la Iglesia católica tras un proceso de conversión.

En cualquier supuesto subyace la idea, tal vez convencimiento de que el obstáculo principal es la ley del celibato vigente en la Iglesia católica de rito latino. Pero es un supuesto de consistencia insegura, pues la escasez de vocaciones para sacerdotes ministeriales y para pastores es igual o mayor en las Iglesias ortodoxas, dotadas de presbíteros casados, y en las comunidades eclesiales anglicanas y protestantes. El clima social en las sociedades secularizadas de nuestros días, especialmente en los países occidentales (Europa, América) y en los culturalmente occidentalizados (Filipinas, Japón, Australia) está tan impregnado de sexualismo que se presenta muy dificultosa la vida célibe vitalicia o de por vida.

Pero un fenómeno similar se dio en los primeros siglos de la Iglesia durante la decadencia de Roma. No obstante, no se habló de la escasez de vocaciones hasta casi el siglo V. El Breviarium hipponense (cn 37) del año 393 contiene el primer lamento escrito conocido por «tanta inopia (escasez) de vocaciones para el clero». Ocurrió un año antes de que san Agustín fuera ordenado obispo-coadjutor de Valerio, al cual sucedió en 396 como obispo de Hipona. Coincidió con las primeras rachas del vendaval de los Bárbaros, que desarbolaron el Imperio romano, alterando también el clima cristiano, así como la estructura y el gobierno de la Iglesia. San Agustín, cuya vida y actividad pastoral fue afectada por las guerras, murió mientras Hipona estaba sitiada por los vándalos (cf. M. Guerra, La sexualidad en las religiones greco-romanas. Estudio histórico-antropológico en AA. VV., Analítica de la sexualidad, Eunsa, Pamplona 1978, 97-180; Antropología sexual en la antigüedad griega en Masculinidad y feminidad en el mundo de la Biblia, Eunsa, Pamplona 1999, 292-423).

No obstante, los primeros cristianos sembraron de azucenas la ciénaga social por medio de recursos ascético-místicos que, servatis servandis, conservan su eficacia (cf. M. Guerra, Un misterio de amor. Solteros, ¿por qué?, Eunsa, Pamplona 2002) ¿Por qué no se propone su aplicación en nuestro tiempo en vez de aflojar la tensión ascética y contemplativa por sistema?

Las causas de la escasez de vocaciones son varias y complejas. Una de las profundas es la disminución brusca del número de hijos por familia. Ocurrió algo parecido en la época de decadencia de Roma. Al comienzo los ciudadanos romanos no tenían hijos porque no querían; más tarde querían tenerlos, pero no podían por el incremento del índice de esterilidad humana. Claro que este índice era muy inferior entre los cristianos que entre los no cristianos. Además, la fe de los cristianos los hacía audaces y capaces de superar las circunstancias adversas. Ahí radica la causa profunda y verdadera de la escasez de las vocaciones sacerdotales: el descenso de la fe cristiana y consecuentemente la ruptura y deshilachamiento de la unidad de vida o incoherencia entre lo que se cree y lo que se vive.

2. LOS «VIRI PROBATI» EN LOS PRIMEROS SIGLOS DE LA IGLESIA

2.1. La primera carta del papa san Clemente (siglo I), el primer testimonio de los viri probati

La fórmula latina probati viri es traducción de la griega dokimasménoi ándres, presente en 1ª (prima) Clementis, o sea, la primera carta del papa san Clemente (44,2), escrita en la última década del siglo I. La traducción latina de toda la carta fue hecha en el siglo segundo. Es una traducción generalmente literalísima hasta en el orden y colocación de las palabras. El trastrueque de las dos palabras (viri probati) de la fórmula estudiada es de época muy posterior. Así figuran en el concilio Vaticano II (Lumen Gentium, 20).

2.2. «Viri probati», una designación no nominal (nombre) de algunos ministros eclesiales, sino descriptiva de los capacitados para serlo

Un número reducido: «una o dos personas» (47, 5-7), a mi juicio diáconos, se ha rebelado contra los constituidos en autoridad dentro de la comunidad cristiana de Corinto. Por eso el obispo de Roma se considera obligado a intervenir para restaurar la concordia. Pues «a hombres establecidos por los Apóstoles o posteriormente por hombres eminentes (ellógimoi ándres) con consentimiento de toda la comunidad eclesial (…) creemos que no se les puede expulsar justamente de su ministerio». Y lo cree apoyado en el origen divino de la jerarquía. (44,3). «Los Apóstoles sabían por medio de nuestro Señor Jesucristo que habría contiendas sobre la dirección de las comunidades. Por eso, plenamente conscientes de lo porvenir, establecieron a los susodichos e impusieron para adelante la norma de que, cuando murieran estos, les sucedieran en sus ministerios otros hombres probados (probati viri)» (44,1-2). La autoridad del obispo de Roma quedó rubricada por el efecto positivo y casi inmediato de su intervención.

San Clemente Romano, mediante la fórmula «viri probati«, designa a los bautizados que pueden ser constituidos en cualquiera de los ministerios existentes en las comunidades cristianas, o sea, los ejercidos por los miembros del colegio director (presbýteroi, episkopoi, etc.,) encabezado por el «obispo» y a sus ayudantes (diáconos). Lo ha afirmado un poco antes: «Los Apóstoles, después de evangelizar, constituían a sus primicias (de los convertidos y bautizados) -después de haberlos probado por el espíritu- en directores (epískópous) y ayudantes (diakónous, «diáconos») de los que iban a creer» (42,4).

Estamos acostumbrados a relacionar al colegio episcopal con el apostólico y a considerar a los obispos como sucesores de los Apóstoles. Durante los cinco primeros siglos de la Iglesia varios textos relacionan también a los presbíteros de cada iglesia local con los Apóstoles. En Ignacio de Antioquía constituye una constante de sus cartas llamar a los presbíteros «synédrion» (colegio, consejo) de los Apóstoles» «alrededor del obispo que hace las veces (representante) de Dios» (Magn 6,1; Tral 2,2, etc.,). La dispersión de los presbíteros -desde finales del siglo IV- por los pueblos y las aldeas distintas y más o menos distantes de la ciudad, residencia del obispo, pulverizó la percepción visible de los presbíteros en torno del obispo, incluso en la Misa concelebrada y la convivencia en la misma residencia (cf. M. Guerra, La estructura y el gobierno de la Iglesia del siglo II al IV desde la perspectiva ecuménica: el primado y la colegialidad episcopal, el obispo y el colegio presbiterial, «Burgense» 57/2, 2016, 474-477). El «colegio presbiterial», tal como se entiende en los primeros siglos cristianos, está constituido por todo el presbiterio de una iglesia local, incluido su obispo. No se reduce a un grupo de presbíteros delegados o representantes de todo el presbiterio, como se entiende ahora el «consejo presbiteral». Sería deseable que la Real Academia Española incluyera en su Diccionario de la lengua española la palabra «presbiterial» (relacionado con el presbiterio) como ya ha incluido «presbiteral» (relativo al presbítero).

2.3.¿Cómo eran probados (probati) estos «viri-hombres» elegidos para alguno de los ministerios eclesiales?

¿Cómo eran «probados por el espíritu» (probati spiritu, en la traducción latina del siglo II)? Parece referirse a comprobar su personalidad y aptitud para el ministerio conforme al criterio cristiano, o sea, de cara a Dios y al bien de la Iglesia. Es la contraposición, tan remarcada en sus cartas por san Pablo, de la dialéctica entre «la carne» y «el espíritu». «Cada ministro debe agradar a Dios en su propio orden» (tagma, «estamento, orden» clerical) (41,1).

No se trata de una probación simplemente carismática. Hans Küng parte de su tesis de la permanente estructura carismática de la Iglesia primitiva en Corinto, erigida en modelo de comunidad carismática, en la cual había celebración eucarística (1Cor 11,21-34) y la habría sin sacerdocio ministerial. Sigue la interpretación generalizada de los protestantes, carentes de la sucesión apostólica y del sacerdocio ministerial (cf. H. Küng, Algunas tesis sobre la naturaleza de la sucesión apostólica, «Concilium» 34, 1968, 38; La Iglesia, Barcelona 1968, 479-480). Pero la traducción acertada del protocolo o comienzo de la primera carta a los cristianos corintios descarta esta opción: «Pablo (…) a la iglesia de Dios en Corinto: (o sea) a los santificados en Cristo Jesús, santos por vocación, con los invocadores del nombre de nuestro Señor Jesucristo en cualquier puesto (ministerio) suyo y nuestro. Gracia a vosotros y paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo» (1Cor 1,1-3). Además, los ministros de la Iglesia, sacerdotes del sacrificio eucarístico, podían y pueden ser personas carismáticas (cf. M. Guerra, El sacerdocio y el ministro de la Eucaristía en las primeras comunidades cristianas, «Teología del Sacerdocio» 9, 1977, 41-118).

Al frente de la comunidad cristiana de Corinto hay unos directores en plural (como los restantes términos jerárquicos en el Nuevo Testamento: epískopoi, presbýteroi. hegoúmenoi, etc.,). Se insinúa así su colegialidad. Estos directores de la comunidad cristiana actúan bajo la dirección monárquica del Apóstol. No se puede hablar de la sagrada Eucaristía celebrada en Corinto sin sacerdote.

La traducción anterior del protocolo de la primera carta de san Pablo a los corintios sintoniza con el de la carta paulina a los Filipenses de fórmula más concisa: «Pablo (…) a todos los santos en Cristo Jesús, residentes en Filipos, con los epískopoi y los diáconos, gracia a vosotros y paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo» (Fl 1, 1-2). (cf. mis trabajos Los «epicaloúmenoi» de 1Cor 1,2, directores y sacerdotes de la comunidad cristiana de Corinto, «Scripta Theologica» 17, 1985, 11-72; 1Cor 1,1-3 los ministros de la comunidad de Corinto, «Scripta Theologica» 9,1977, 765-793).

2.4. Los «probati seniores» de Tertuliano (finales del siglo II).

Según Tertuliano «probati seniores presiden» la celebración de la sagrada Eucaristía (Apologeticum 39,5; probablemente es la primera obra cristiana literaria escrita en latín, última década del siglo II, año 190). En otra de sus obras, escrita en el año 211, Tertuliano afirma: «Tomamos el sacramento de la Eucaristía solamente de la mano de los que presiden» (Corona 3,3 ).

«Seniores» es el comparativo de senes, senis, «anciano». De «seniores» se deriva el español «señores» como «señor» del singular «senior». Corresponde al griego presbýteros» (de donde «presbítero») y es su traducción ordinaria, por ejemplo en la traducción latina de la 1ª Clementis, de la que ya hemos hablado. Pero, cuando estas palabras logran la condición de tecnicismos, se prescinde del número de años, por ejemplo en la organización gremial de Egipto, los presbýteroi eran una especie de representantes de las distintas profesiones (labradores, tejedores, albañiles, pescadores, etc.,) intermediarios entre estos y las autoridades superiores locales y regionales. En el siglo primero después de Cristo su edad oscila entre los treinta y los sesenta años. En un papiro del siglo II d. C. (P. R. 107) la fórmula introductoria: «Los presbýteroi de los sacerdotes del dios (…)» es completada con los nombres de seis de ellos y de su edad. Según el orden en el que están enumerados tienen 45, 35, 35, 40, 30 y 35 años. Nadie se sorprenderá de que se prescinda de la edad de los llamados «presbýteroi» y «seniores» (> presbíteros) cuando tienen carácter de designaciones técnicas de los miembros del colegio director de las comunidades cristianas con y bajo el obispo. A partir del siglo IV, suele exigirse la edad mínima de 30 años (cn. 11 del concilio de Neocesarea, año 314). A veces, por ejemplo el término «primicias», alude a la antigüedad en la fe (1Cor 16,15-16; 1Clem 42,4). Parece obvio que los Apóstoles y sus sucesores escogieran para los ministerios eclesiales a personas conocidas personalmente por ellos, consideradas de mayor madurez humana y cristiana (cf. mi estudio Epíscopos y presbýteros. Evolución semántica de estos términos desde Homero hasta el siglo segundo después de Jesucristo, Burgos, 1962, 83-109, 342-346; Clero-grados clericales en Profesores de la Facultad de Teología, Diccionario del Sacerdocio, Burgos 2005, 108-114).

2.5. La precisión de la realidad sacerdotal y ministerial, compatible con la imprecisión de las designaciones clericales

El estado embrionario de cualquier ser supone una cierta indefinición y confusión, al menos en su apariencia. No obstante, los gérmenes jerárquicos que Cristo depositó en el seno de su Iglesia se desarrollaron pronto. Aparecen plenamente florecidos en las cartas de san Ignacio de Antioquia, escritas en la primera década del siglo II. Presentan completamente explicitadas no solo la organización sino también sus designaciones. Ambos aspectos -estructura y terminología- en nada se diferencian de lo posterior, vigente hasta nuestros días. Pero, en esta materia, san Ignacio de Antioquia es una especie de islote que emerge de la confusa neblina circundante. De hecho, la precisión terminológica: «obispo, presbíteros (que eran «sacerdotes») y diáconos» no se universaliza hasta en torno al año 200. Anteriormente figuran al menos siete nombres de la cabeza monárquica (el obispo) y diez de los miembros del colegio director de cada comunidad cristiana (cf. M. Guerra, Ministerios de los directores locales y supralocales de las comunidades cristianas según el Nuevo Testamento y los Padres Apostólicos, «Teología del Sacerdocio» 11, 1979, 8-86; La estructura y el gobierno de la…, 399-510).

Lea el artículo completo en el blog de D. Manuel Guerra