PUBLICIDAD

Los «viri probati» en los primeros siglos de la Iglesia y en nuestros días

|

A finales de febrero de 2017, en una entrevista al director del semanario alemán «Die Zeit» (= «El Tiempo») el papa Francisco manifestó la conveniencia y hasta necesidad de reflexionar sobre los «viri probati«, hombres casados de fe y vida cristiana probada, demostrada, a los cuales se podrían conferir algunas funciones sacerdotales en algunas circunstancias peculiares. Los propuso como un remedio de la falta de vocaciones sacerdotales en algunas regiones, aunque descartó la abolición del celibato clerical.

1. EN TORNO A LA FÓRMULA «probati viri» Y A LA CAUSA DE SU ACTUALIZACIÓN

1.1. ¿»Probati uiri/viri» o «viri probati»?

Los textos aducidos en este estudio usan «probati viri» si pertenecen a los primeros siglos de la Iglesia; «viri probati», si al concilio Vaticano II y posteriores hasta nuestros días. La colocación antepuesta o pospuesta del adjetivo repercute en el significado el sintagma o fórmula, aunque no necesariamente. Por ejemplo, urbanus significa (habitante de la urbe, no rural) o (educado, cumplidor de las normas de la urbanidad) según preceda o siga al substantivo «vir, varón, hombre«. No es lo mismo decir «religio vera» («verdadera religión», que reúne las notas definitorias de religión, que es una religión, no una secta) que «vera religio veri Dei («la religión verdadera del Dios verdadero», el cristiano) (Tertuliano, Aplogeticum 24, 1-2). Tampoco es lo mismo decir en español «hombre pobre» (sin recursos económicos) que «pobre hombre» (sin personalidad). No pretendo dilucidar ahora la posible y hasta probable diferenciación semántica según «probati» figure antes o después de «viri«. ¿Justifica ese cambio el distinto significado que se concreta más tarde o se debe simplemente al desconocimiento de su empleo en los primeros siglos cristianos y de la idiosincrasia del latín en esta materia?

Escribo siempre «viri, Viri» , aunque es sabido que, hasta mediados del siglo XVI d. C., la «u» y la «v (uve)» tuvieron siempre la misma grafía: «u» («uiri) en minúscula y «V» («Viri») en mayúscula. Su significado es el adecuado para su uso en la fórmula estudiada en textos de contexto teológico y sacerdotal cristiano. Pues significa «varón», o sea, «homo» (hombre masculino) en cuanto diferenciado del hombre femenino («mulier, mujer»).

1.2. ¿Los «viri probati», la solución de la escasez de vocaciones al sacerdocio, «originada» por el celibato obligatorio?

La escasez de vocaciones al sacerdocio es un lamento generalizado en nuestros días y, además, justificado por la realidad objetiva y los datos estadísticos, mucho más si se comparan con los de los siglos pasados. La ordenación de «hombres casados», hayan sido antes diáconos permanentes o no, podría ser una de las soluciones, según algunos.

Así podrían ser atendidas zonas que ahora carecen de la Santa Misa por falta de sacerdotes ministeriales. De hecho ya lo han solicitado al menos dos obispos brasileños (Vieira Rocha y Erwin Kriutler) para extensas zonas de la Amazonia, en las cuales los cristianos viven años sin la Eucaristía. Desde esta perspectiva, una solución sería la ordenación de algunos de sus cristianos viri probati.

Además, así se facilitaría la incorporación de clérigos y pastores anglicanos, evangélicos y protestantes a la Iglesia católica tras un proceso de conversión.

En cualquier supuesto subyace la idea, tal vez convencimiento de que el obstáculo principal es la ley del celibato vigente en la Iglesia católica de rito latino. Pero es un supuesto de consistencia insegura, pues la escasez de vocaciones para sacerdotes ministeriales y para pastores es igual o mayor en las Iglesias ortodoxas, dotadas de presbíteros casados, y en las comunidades eclesiales anglicanas y protestantes. El clima social en las sociedades secularizadas de nuestros días, especialmente en los países occidentales (Europa, América) y en los culturalmente occidentalizados (Filipinas, Japón, Australia) está tan impregnado de sexualismo que se presenta muy dificultosa la vida célibe vitalicia o de por vida.

Pero un fenómeno similar se dio en los primeros siglos de la Iglesia durante la decadencia de Roma. No obstante, no se habló de la escasez de vocaciones hasta casi el siglo V. El Breviarium hipponense (cn 37) del año 393 contiene el primer lamento escrito conocido por «tanta inopia (escasez) de vocaciones para el clero». Ocurrió un año antes de que san Agustín fuera ordenado obispo-coadjutor de Valerio, al cual sucedió en 396 como obispo de Hipona. Coincidió con las primeras rachas del vendaval de los Bárbaros, que desarbolaron el Imperio romano, alterando también el clima cristiano, así como la estructura y el gobierno de la Iglesia. San Agustín, cuya vida y actividad pastoral fue afectada por las guerras, murió mientras Hipona estaba sitiada por los vándalos (cf. M. Guerra, La sexualidad en las religiones greco-romanas. Estudio histórico-antropológico en AA. VV., Analítica de la sexualidad, Eunsa, Pamplona 1978, 97-180; Antropología sexual en la antigüedad griega en Masculinidad y feminidad en el mundo de la Biblia, Eunsa, Pamplona 1999, 292-423).

No obstante, los primeros cristianos sembraron de azucenas la ciénaga social por medio de recursos ascético-místicos que, servatis servandis, conservan su eficacia (cf. M. Guerra, Un misterio de amor. Solteros, ¿por qué?, Eunsa, Pamplona 2002) ¿Por qué no se propone su aplicación en nuestro tiempo en vez de aflojar la tensión ascética y contemplativa por sistema?

Las causas de la escasez de vocaciones son varias y complejas. Una de las profundas es la disminución brusca del número de hijos por familia. Ocurrió algo parecido en la época de decadencia de Roma. Al comienzo los ciudadanos romanos no tenían hijos porque no querían; más tarde querían tenerlos, pero no podían por el incremento del índice de esterilidad humana. Claro que este índice era muy inferior entre los cristianos que entre los no cristianos. Además, la fe de los cristianos los hacía audaces y capaces de superar las circunstancias adversas. Ahí radica la causa profunda y verdadera de la escasez de las vocaciones sacerdotales: el descenso de la fe cristiana y consecuentemente la ruptura y deshilachamiento de la unidad de vida o incoherencia entre lo que se cree y lo que se vive.

2. LOS «VIRI PROBATI» EN LOS PRIMEROS SIGLOS DE LA IGLESIA

2.1. La primera carta del papa san Clemente (siglo I), el primer testimonio de los viri probati

La fórmula latina probati viri es traducción de la griega dokimasménoi ándres, presente en 1ª (prima) Clementis, o sea, la primera carta del papa san Clemente (44,2), escrita en la última década del siglo I. La traducción latina de toda la carta fue hecha en el siglo segundo. Es una traducción generalmente literalísima hasta en el orden y colocación de las palabras. El trastrueque de las dos palabras (viri probati) de la fórmula estudiada es de época muy posterior. Así figuran en el concilio Vaticano II (Lumen Gentium, 20).

2.2. «Viri probati», una designación no nominal (nombre) de algunos ministros eclesiales, sino descriptiva de los capacitados para serlo

Un número reducido: «una o dos personas» (47, 5-7), a mi juicio diáconos, se ha rebelado contra los constituidos en autoridad dentro de la comunidad cristiana de Corinto. Por eso el obispo de Roma se considera obligado a intervenir para restaurar la concordia. Pues «a hombres establecidos por los Apóstoles o posteriormente por hombres eminentes (ellógimoi ándres) con consentimiento de toda la comunidad eclesial (…) creemos que no se les puede expulsar justamente de su ministerio». Y lo cree apoyado en el origen divino de la jerarquía. (44,3). «Los Apóstoles sabían por medio de nuestro Señor Jesucristo que habría contiendas sobre la dirección de las comunidades. Por eso, plenamente conscientes de lo porvenir, establecieron a los susodichos e impusieron para adelante la norma de que, cuando murieran estos, les sucedieran en sus ministerios otros hombres probados (probati viri)» (44,1-2). La autoridad del obispo de Roma quedó rubricada por el efecto positivo y casi inmediato de su intervención.

San Clemente Romano, mediante la fórmula «viri probati«, designa a los bautizados que pueden ser constituidos en cualquiera de los ministerios existentes en las comunidades cristianas, o sea, los ejercidos por los miembros del colegio director (presbýteroi, episkopoi, etc.,) encabezado por el «obispo» y a sus ayudantes (diáconos). Lo ha afirmado un poco antes: «Los Apóstoles, después de evangelizar, constituían a sus primicias (de los convertidos y bautizados) -después de haberlos probado por el espíritu- en directores (epískópous) y ayudantes (diakónous, «diáconos») de los que iban a creer» (42,4).

Estamos acostumbrados a relacionar al colegio episcopal con el apostólico y a considerar a los obispos como sucesores de los Apóstoles. Durante los cinco primeros siglos de la Iglesia varios textos relacionan también a los presbíteros de cada iglesia local con los Apóstoles. En Ignacio de Antioquía constituye una constante de sus cartas llamar a los presbíteros «synédrion» (colegio, consejo) de los Apóstoles» «alrededor del obispo que hace las veces (representante) de Dios» (Magn 6,1; Tral 2,2, etc.,). La dispersión de los presbíteros -desde finales del siglo IV- por los pueblos y las aldeas distintas y más o menos distantes de la ciudad, residencia del obispo, pulverizó la percepción visible de los presbíteros en torno del obispo, incluso en la Misa concelebrada y la convivencia en la misma residencia (cf. M. Guerra, La estructura y el gobierno de la Iglesia del siglo II al IV desde la perspectiva ecuménica: el primado y la colegialidad episcopal, el obispo y el colegio presbiterial, «Burgense» 57/2, 2016, 474-477). El «colegio presbiterial», tal como se entiende en los primeros siglos cristianos, está constituido por todo el presbiterio de una iglesia local, incluido su obispo. No se reduce a un grupo de presbíteros delegados o representantes de todo el presbiterio, como se entiende ahora el «consejo presbiteral». Sería deseable que la Real Academia Española incluyera en su Diccionario de la lengua española la palabra «presbiterial» (relacionado con el presbiterio) como ya ha incluido «presbiteral» (relativo al presbítero).

2.3.¿Cómo eran probados (probati) estos «viri-hombres» elegidos para alguno de los ministerios eclesiales?

¿Cómo eran «probados por el espíritu» (probati spiritu, en la traducción latina del siglo II)? Parece referirse a comprobar su personalidad y aptitud para el ministerio conforme al criterio cristiano, o sea, de cara a Dios y al bien de la Iglesia. Es la contraposición, tan remarcada en sus cartas por san Pablo, de la dialéctica entre «la carne» y «el espíritu». «Cada ministro debe agradar a Dios en su propio orden» (tagma, «estamento, orden» clerical) (41,1).

No se trata de una probación simplemente carismática. Hans Küng parte de su tesis de la permanente estructura carismática de la Iglesia primitiva en Corinto, erigida en modelo de comunidad carismática, en la cual había celebración eucarística (1Cor 11,21-34) y la habría sin sacerdocio ministerial. Sigue la interpretación generalizada de los protestantes, carentes de la sucesión apostólica y del sacerdocio ministerial (cf. H. Küng, Algunas tesis sobre la naturaleza de la sucesión apostólica, «Concilium» 34, 1968, 38; La Iglesia, Barcelona 1968, 479-480). Pero la traducción acertada del protocolo o comienzo de la primera carta a los cristianos corintios descarta esta opción: «Pablo (…) a la iglesia de Dios en Corinto: (o sea) a los santificados en Cristo Jesús, santos por vocación, con los invocadores del nombre de nuestro Señor Jesucristo en cualquier puesto (ministerio) suyo y nuestro. Gracia a vosotros y paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo» (1Cor 1,1-3). Además, los ministros de la Iglesia, sacerdotes del sacrificio eucarístico, podían y pueden ser personas carismáticas (cf. M. Guerra, El sacerdocio y el ministro de la Eucaristía en las primeras comunidades cristianas, «Teología del Sacerdocio» 9, 1977, 41-118).

Al frente de la comunidad cristiana de Corinto hay unos directores en plural (como los restantes términos jerárquicos en el Nuevo Testamento: epískopoi, presbýteroi. hegoúmenoi, etc.,). Se insinúa así su colegialidad. Estos directores de la comunidad cristiana actúan bajo la dirección monárquica del Apóstol. No se puede hablar de la sagrada Eucaristía celebrada en Corinto sin sacerdote.

La traducción anterior del protocolo de la primera carta de san Pablo a los corintios sintoniza con el de la carta paulina a los Filipenses de fórmula más concisa: «Pablo (…) a todos los santos en Cristo Jesús, residentes en Filipos, con los epískopoi y los diáconos, gracia a vosotros y paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo» (Fl 1, 1-2). (cf. mis trabajos Los «epicaloúmenoi» de 1Cor 1,2, directores y sacerdotes de la comunidad cristiana de Corinto, «Scripta Theologica» 17, 1985, 11-72; 1Cor 1,1-3 los ministros de la comunidad de Corinto, «Scripta Theologica» 9,1977, 765-793).

2.4. Los «probati seniores» de Tertuliano (finales del siglo II).

Según Tertuliano «probati seniores presiden» la celebración de la sagrada Eucaristía (Apologeticum 39,5; probablemente es la primera obra cristiana literaria escrita en latín, última década del siglo II, año 190). En otra de sus obras, escrita en el año 211, Tertuliano afirma: «Tomamos el sacramento de la Eucaristía solamente de la mano de los que presiden» (Corona 3,3 ).

«Seniores» es el comparativo de senes, senis, «anciano». De «seniores» se deriva el español «señores» como «señor» del singular «senior». Corresponde al griego presbýteros» (de donde «presbítero») y es su traducción ordinaria, por ejemplo en la traducción latina de la 1ª Clementis, de la que ya hemos hablado. Pero, cuando estas palabras logran la condición de tecnicismos, se prescinde del número de años, por ejemplo en la organización gremial de Egipto, los presbýteroi eran una especie de representantes de las distintas profesiones (labradores, tejedores, albañiles, pescadores, etc.,) intermediarios entre estos y las autoridades superiores locales y regionales. En el siglo primero después de Cristo su edad oscila entre los treinta y los sesenta años. En un papiro del siglo II d. C. (P. R. 107) la fórmula introductoria: «Los presbýteroi de los sacerdotes del dios (…)» es completada con los nombres de seis de ellos y de su edad. Según el orden en el que están enumerados tienen 45, 35, 35, 40, 30 y 35 años. Nadie se sorprenderá de que se prescinda de la edad de los llamados «presbýteroi» y «seniores» (> presbíteros) cuando tienen carácter de designaciones técnicas de los miembros del colegio director de las comunidades cristianas con y bajo el obispo. A partir del siglo IV, suele exigirse la edad mínima de 30 años (cn. 11 del concilio de Neocesarea, año 314). A veces, por ejemplo el término «primicias», alude a la antigüedad en la fe (1Cor 16,15-16; 1Clem 42,4). Parece obvio que los Apóstoles y sus sucesores escogieran para los ministerios eclesiales a personas conocidas personalmente por ellos, consideradas de mayor madurez humana y cristiana (cf. mi estudio Epíscopos y presbýteros. Evolución semántica de estos términos desde Homero hasta el siglo segundo después de Jesucristo, Burgos, 1962, 83-109, 342-346; Clero-grados clericales en Profesores de la Facultad de Teología, Diccionario del Sacerdocio, Burgos 2005, 108-114).

2.5. La precisión de la realidad sacerdotal y ministerial, compatible con la imprecisión de las designaciones clericales

El estado embrionario de cualquier ser supone una cierta indefinición y confusión, al menos en su apariencia. No obstante, los gérmenes jerárquicos que Cristo depositó en el seno de su Iglesia se desarrollaron pronto. Aparecen plenamente florecidos en las cartas de san Ignacio de Antioquia, escritas en la primera década del siglo II. Presentan completamente explicitadas no solo la organización sino también sus designaciones. Ambos aspectos -estructura y terminología- en nada se diferencian de lo posterior, vigente hasta nuestros días. Pero, en esta materia, san Ignacio de Antioquia es una especie de islote que emerge de la confusa neblina circundante. De hecho, la precisión terminológica: «obispo, presbíteros (que eran «sacerdotes») y diáconos» no se universaliza hasta en torno al año 200. Anteriormente figuran al menos siete nombres de la cabeza monárquica (el obispo) y diez de los miembros del colegio director de cada comunidad cristiana (cf. M. Guerra, Ministerios de los directores locales y supralocales de las comunidades cristianas según el Nuevo Testamento y los Padres Apostólicos, «Teología del Sacerdocio» 11, 1979, 8-86; La estructura y el gobierno de la…, 399-510).

III. LOS «VIRI PROBATI» A PARTIR DEL CONCILIO VATICANO II

3.1. El Vaticano II cita el texto de los «viri probati» de la 1ª Clementis sin relacionarlos con la escasez vocacional ni con el celibato

El concilio Vaticano II cita el texto ya transcrito de la primera carta de san Clemente (44,2) en la Constitución sobre la Iglesia (Lumen gentium, 20). Como «la misión divina encomendada por Cristo a los Apóstoles ha de permanecer hasta el fin del mundo», los Apóstoles «escogieron a colaboradores en su ministerio y, además, «para que continuaran la misión a ellos confiada después de su muerte», dieron a «tales colaboradores (huiusmodi viros) el encargo de que, cuando ellos murieran, otros hombres probados (viri probati) recibieran su ministerio».

Pero, como la primera carta de san Clemente, este texto del Vaticano II alude a los «viri probati» no como uno de los remedios de la escasez de vocaciones al sacerdocio ministerial, sino como exigencia de la sucesión apostólica y evangelizadora de la Iglesia hasta el final del mundo, o sea, mientras exista la humanidad en la Tierra, habrá cristianos que, en cuanto «viri probati», serán elegidos para ser sacerdotes ministeriales en su doble grado: episcopado y presbiterado, así como para sus ayudantes (diaconado y para los restante grados o peldaños clericales).

3.2. El papa Pablo VI

Después del concilio Vaticano II la fórmula viri probati se ha convertido en designación técnica de hombres casados, capacitados para desempeñar funciones del sacerdocio ministerial en circunstancias peculiares por la escasez de vocaciones al sacerdocio. Durante la celebración del Vaticano II se habló de la posibilidad de esta opción. Pero el papa Pablo VI se reservó lo relacionado con el celibato sacerdotal. Por eso la propuesta de la ordenación de los viri probati no se incluyó ni pudo ser presentada y debatida en las sesiones conciliares.

Unos años más tarde en una alocución dominical (septiembre, 1971), tras aludir al próximo comienzo del Sínodo de Obispos, Pablo VI manifestó: «por mi parte estoy dispuesto a que varones cristianos casados puedan acceder al sacerdocio si el Sínodo así lo acuerda». Pero son conocidas las reticencias y aparentes contradicciones en cuanto a la opcionalidad del celibato sacerdotal, que siempre sostuvo con decisión, a veces con habilidad.

3.3. En nuestros días: se entreabre la puerta de la ordenación sacerdotal de los»viri probati»

Últimamente, según el papa Francisco en su entrevista al semanario Die Zeit, «debemos analizar si los viri probati son una posibilidad. También debemos establecer cuáles tareas podrían asumir, por ejemplo en comunidades aisladas. La Iglesia siempre debe reconocer el momento justo en el que el Espíritu pide algo». El papa Francisco subrayó que «la vocación de los sacerdotes representa un problema enorme», pero que «el celibato libre, opcional, no es una solución».·»El Señor nos ha dicho: «Recen». El papa insiste en que eso es lo que nos falta: «la oración» y «el trabajo con los jóvenes que buscan orientación», trabajo «difícil», pero «necesario».

Greg Burke, Director de la Oficina de Prensa y Portavoz de la Santa Sede, resumió lo tratado en la XX reunión de los Cardenales Consejeros del Papa en los días 12-14 de junio del 2017: «Entre otras propuestas, se trató de la posibilidad de transferir algunas facultades de las Congregaciones romanas a los obispos o a las Conferencias Episcopales en un espíritu de sana descentralización. Por ejemplo, la transferencia desde la Congregación para el Clero a las Conferencias Episcopales del examen y la autorización: de ordenar sacerdote a un diácono permanente no casado; el paso de de un diácono permanente de estado viudo a un nuevo matrimonio; la solicitud de acceder a la ordenación sacerdotal de un diácono permanente de estado viudo» (http://press.vatican.va/content/salastampa/it/bollettino/pubblico/2017/06)14/0411/09928.hmtl).

Uno de los cardenales más próximos al papa e incluso miembro de la Comisión para la reforma de la Curia, ha dicho recientemente en un encuentro privado que, si bien es una interpretación algo exagerada, no es descabellado, pensar que la reciente reforma aprobada por la Comisión (lo traducido en el párrafo anterior) es una primera fase para que se confiera a los episcopados locales la potestad de ordenar presbíteros a los «vira probati«, aunque evidentemente se refiere a casos extremos y es todavía una idea embrionaria. El aludido cardenal concluyó diciendo que no hay que perder de vista que el celibato es una gran gracia y que sería una pena que se perdiera.

4. TENDENCIAS CONTRAPUESTAS RESPECTO AL CELIBATO Y A LOS «VIRI PROBATI» EN LOS PRIMEROS SIGLOS DE LA IGLESIA Y EN NUESTROS DÍAS

4.1 La vigencia de la ley de la continencia sacerdotal, anterior a la del celibato

Propio del «celibato» es la totalidad de la entrega personal de un corazón indiviso al Señor durante toda la vida. Específico de la «continencia» es la «contención», el esfuerzo, la lucha ascética, con afán continuo de superación mediante la mortificación de los sentidos, de la imaginación, del corazón, completada por la contemplación permanente del Señor. Sócrates coloca la continencia como cimiento de todas las virtudes (Jenofonte, Memorabilia 1,5,4), aunque tradicionalmente y por antonomasia se vincula a la castidad. La continencia, como modalidad de la castidad, es necesaria para todos al margen del sexo y del estado de vida, pero Tertuliano piensa que es más necesaria para los hombres que para la mujeres (Virgin. uelan 19,3, año 207). Tal vez por eso, dada la masculinidad de los sacerdotes católicos, se hable de «ley de la continencia», no de «ley de la castidad, virginidad».

El concilio de Elvira (actual Granada/España) fue el primero en legislar sobre esta materia alrededor del año 300 en su canon 33: “Decidimos que se mande a los obispos, a los presbíteros y a los diáconos en el ejercicio de su ministerio abstenerse de sus esposas (del uso del matrimonio y probablemente también de la cohabitación) y no tener hijos (de la procreación). Quien, no obstante, lo haga, será excluido del clero”, o sea, quedará reducidos al estado laical. Algo similar disponen el canon 3 del primer concilio ecuménico (Nicea, año 325) y los de otros concilios del siglo IV (Neocesarea, Cartago, etc.), así como las decretales de los papas Dámaso (años 366-384), Siricio (384-399) e Inocencio I (401-417). No se trata de la prohibición de lo que antes del sínodo de Elvira, etc., habría estado permitido, sino de confirmar lo ya prohibido y de frenar posibles o reales abusos.

La praxis de la ley de continencia se ha conservado en las iglesias orientales católicas de rito no latino (grecocatólicos, maronitas, etc.) para los presbíteros; pueden casarse antes de su ordenación sacerdotal, no después de ella; los obispos ni antes ni después. Se conserva también en el diaconado permanente establecido por el conc. Vaticano II. En la práctica no ha habido excepciones a la norma hasta ahora, pues el soltero ordenado diácono permanente hace promesa de castidad total. Pero, como queda expuesto, esta norma está a punto de ser modificada.

La Iglesia entonces se preocupó de cómo podían vivir la castidad a partir de su ordenación y –si estaban casados- de procurar los medios de subsistencia para sus esposas. La práctica cada vez más generalizada consistía en que la esposa conviviera con mujeres célibes en medio del mundo por vocación cristiana o –desde finales del siglo IV- en algún monasterio femenino. La esposa separada de su esposo, ministro en la Iglesia, sigue recibiendo lo necesario para su sustento. Si es preciso, se lo proporciona la Iglesia.

4.2. La contraposición entre los primeros siglos cristianos y los actuales

En los primeros siglos de la Iglesia, durante la vigencia de la ley de continencia, los sacerdotes (obispos, presbíteros) y los diáconos eran elegidos de entre los viri probati de la comunidad cristiana. De ellos, algunos eran célibes y célibes seguirán siendo tras su ordenación; otros estaban casados, pero, a partir de su elección y ordenación, dejaban de cohabitar con su esposa. La ley de la continencia se fue aplicando de un modo cada vez más estricto o exigente y más generalizado hasta que culminó en la ley del celibato. Los cristianos cristianizaron así el mundo pagano de su tiempo.

Ahora son elegidos y ordenados también viri probati. Desde el concilio de Trento (siglo XVI) los aspirantes al sacerdocio han sido «probados» especialmente en centros específicos: los seminarios. En ellos, durante un periodo más o menos prolongado, han recibido la formación doctrinal, el conocimiento de los ritos, la maduración humana y el discernimiento de la vocación. Antes de Trento, al menos desde el siglo IV (sínodo romano de tiempos del papa Silvestre, años 314-333), la formación se lograba mediante los intersticios o periodo de años requerido para la recepción y ejercicio de cada orden sagrada. La invasión de los Bárbaros produjo un descenso de las vocaciones clericales. En compensación, el papa Gelasio (492-496) redujo los intersticios a un semestre para cada orden menor y para el diaconado (antes transcurrían cinco años de preparación y de práctica pastoral para el subdiaconado y el diaconado).

En nuestros días, al revés, se tiende a aflojar tanto las exigencias y manifestaciones del celibato clerical como el tiempo de la formación. Se está a punto de entreabrir la puerta de la ordenación sacerdotal de los viri probati, fórmula ya fosilizada o tecnicismo, que designa a cristianos casados y capacitados para ser ordenados presbíteros, comenzando por los diáconos permanentes que hasta ahora tienen vetado categóricamente y sin posibilidad de excepción el acceso al sacerdocio ministerial.

Respecto de la formación doctrinal, piénsese en la que reciben en la actualidad los diáconos permanentes, generalmente en Institutos de Ciencias Religiosas, no en el ciclo institucional de las Facultades de Teología ni en los seminarios. En el supuesto de su ordenación sacerdotal tal vez a más de uno les recuerden lo que han oído de «los sacerdotes de carrera breve», que, al menos en España, actuaron hace un siglo o más en circunstancias también peculiares. Se produjo así la discriminación de los sacerdotes en dos categorías. Con el tiempo se eliminó por elevación. Ahora parece tenderse a la rebaja.

Parece haberse olvidado, aunque ya convertida en tópico, la frase dicha precisamente en el contexto de la escasez de vocaciones sacerdotales y de especial consagración: «queremos ser más, seamos mejores», más santos, más apóstoles, con entrega plena y generosa a los ministerios específicos de cada ordenado sin distracciones activistas en sucedáneos, que son necesarios, pero competencia del laicado. Lo cierto es que los países tradicionalmente cristianos están dejando de serlo, se están «paganizando». Con el tiempo seguramente se comprobará que no pocas manifestaciones de flojera celibataria es uno de los «pecados históricos», el cual, como todos los pecados históricos de siglos pretéritos, son -en gran medida- producto del contagio del clima o entorno socio-cultural en proceso de descristianización o ya no cristiano. (cf. el artículo En torno a los pecados históricos en este mismo blog).

4.3. ¿Por qué un cristiano es célibe?

De un modo más o menos disimulado he hecho una encuesta formulando esa pregunta o una similar a individuos de distintas edades y formación, también a sacerdotes y personas de vida consagrada. Reconozco que las repuestas no han sido satisfactorias. A continuación voy a resumir las respuestas dadas por los escritores cristianos de los primeros siglos de la Iglesia.

Tiene razón Tertuliano (Virg. uel 14,1): la gloria de la vida célibe esse in causa, está no en su materialidad, sino “en su causa” o motivación. ¿Por qué se exigió la continencia a los ministros de la Iglesia al menos a partir de su ordenación en los primeros siglos cristianos? Básicamente por las mismas razones por las que bastantes laicos y laicas vivieron solteros o célibes por vocación cristiana.

– a) Trataron de parecerse en eso a Jesucristo y a la Virgen. En los primeros siglos de la Iglesia hubo una verdadera floración de vírgenes, hombres y mujeres célibes de por vida por vocación cristiana, «azucenas en la ciénaga» pantanosa del paganismo antiguo (Metodio de Olimpo, siglo III).Fue uno de los motivos de asombro de los escritores cristianos y de algunos no cristianos (el médico Galeno, etc.,). Jesucristo es «el prototipo de los/las vírgenes», el «modelo» y el «molde» de los solteros por vocación cristiana, «director del coro de vírgenes», que provocó «un cambio de mentalidad» y «un despertar primaveral de vírgenes» (las palabras entrecomilladas están tomadas del Symposion de Metodio de Olimpo, cf. M. Guerra, Las etapas de la humanidad en su evolución de la ética sexual según Metodio de Olimpo en L´ etica cristiana nei secoli III e IV: ereditá e confronti, XXIV Incontro di Studiosi dell´ antichità cristiana, Instit. Patrist. Augustinianum, Roma 1996, 206-226). Los Santos Padres destacan en esta floración a la Madre de Jesucristo: la Virgen, al Precursor: san Juan Bautista, a los Apóstoles (según Tertuliano -Monogamia, 8,4- todos menos san Pedro que habría sido viudo), a las hermanas de Lázaro, a las cuatro hijas de Felipe, uno de los Siete (Hch 21,8-9).

b) El motivo escatológico. Para adelantar al más acá de la muerte la vida bienaventurada del más allá mediante la contemplación. La castidad plena es una virtud «angélica» y nos permite ser «como ángeles» (Mt 22,30).

c) El motivo protológico o inicial de la humanidad según las Sagradas Escrituras. El celibato permite recuperar la condición originaria del hombre, la de Adán y Eva, en el paraíso terrenal.

d) El motivo apostólico. En fin, la última razón afecta a los ministros de la Iglesia tanto o más que a los laicos/as célibes en medio del mundo por vocación cristiana. Me refiero al ser “voluntariamente eunucos por el reino de los cielos” (Mt 19,12). “¿Qué es la virginidad sino una libertad suelta/liberada?”, se pregunta el autor del tratado De bono pudicitiae en el siglo III (CSEL 3,3 appendix pp. 18-19). El continente y el célibe están más “libres”, más disponibles para el apostolado, para la cura animarum, para la evangelización, la pastoral, para ser “padres” espirituales (Cf. la exposición de estas motivaciones y textos de los primeros siglos confirmatorios en Un misterio de amor…, 287-337).

La doble tendencia está condicionada por la relación entre la presión interior, activada por estos y otras motivaciones personales, y la exterior mundanizada. A cada generación de cristianos, especialmente a sus minorías creativas, corresponde la cristianización de los hombres y culturas de su tiempo. Es más importante y eficaz la docilidad al Maestro interior y divino que las originalidades «burocráticas» y los cambios forzados. San Agustín nos describe el itinerario que va ab exterioribus ad interiora et ab interioribus ad superiora, desde la dispersión y el activismo exterior a la interioridad y desde ella a lo superior, a lo divino, desembocando en el deslumbramiento: «Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Tú estabas dentro de mí pero yo fuera, y fuera te buscaba y deformado me lanzaba sobre las cosas hermosas creadas por ti. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Me retenían lejos de ti las cosas que, si no estuvieran en ti, no serían. Llamaste y clamaste (…), me tocaste, abrásame en tu paz» (Confesiones 10,27).

Manuel GUERRA GÓMEZ

Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *