La cuenta de X (antes Twitter) del cardenal Víctor Manuel Fernández podría parecer un fake, pero no lo es: @Tuchofernandez es auténtica y está gestionada personalmente por el controvertido cardenal argentino. Con apenas 9.965 seguidores, su biografía —«Obispo, teólogo, poeta, vida interior y sentido social, análisis de la cultura, fenómenos populares, experiencia espiritual y sanación»— resulta tan creativa como ambigua, un fiel reflejo de su estilo teológico.
Sorprende que no mencione su cargo actual como prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, uno de los puestos más relevantes del Vaticano, y que su perfil carezca de verificación oficial. Aun así, Fenández responde personalmente a usuarios anónimos que le consultan sobre la autenticidad de documentos doctrinales. Una puesta en escena desordenada que, en su informalidad, revela un fondo aún peor.
Es, cuanto menos, llamativo que quien encarna la máxima autoridad doctrinal de la Iglesia Católica tras el Papa, ofrezca una imagen pública tan descuidada, tan poco institucional. Pero lo más inquietante hoy no es tanto su estilo, al que ya muchos se han resignado, sino su silencio. Desde el pasado 23 de marzo, cuando compartió un artículo de un medio progresista, Fernández no ha publicado absolutamente nada. Ni una palabra siquiera tras la muerte de su gran valedor, el Papa Francisco: su mentor, su protector, y tal vez su único fan incondicional.
Este silencio ha alimentado una teoría que circula tanto en Roma como en redacciones especializadas: Fernández estaría agazapado, aguardando. Según reveló su afín José Manuel Vidal en Religión Digital, en las audiencias posteriores al cónclave, el purpurado habría dado su disposición a León XIV para continuar al frente del Dicasterio. Y el nuevo Papa, al parecer, se lo habría confirmado. Ayer se produjo la cuarta reunión oficial según el boletín de la Santa Sede, siendo el Dicasterio que con mayor frecuencia está despachando con Leon XIV… ¿será la preparación de un relevo o una confirmación de continuidad?
Si la filtración de continuidad no es un globo sonda lanzado por el propio Fernández —una táctica recurrente en los pasillos curiales—, su confirmación en el puesto sería una decisión difícil de entender. Ya en 2009, el entonces cardenal Bergoglio forzó su nombramiento como rector de la Pontificia Universidad Católica Argentina pese al rechazo de buena parte del claustro y el desconcierto en el Vaticano, que no lo consideraba a la altura académica exigida.
Bergoglio, convencido de su valía, no solo lo defendió entonces a capa y espada, sino que redobló su apuesta al elevarlo en 2023 a prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, un cargo reservado históricamente a figuras de gran estatura intelectual y teológica. A veces en la vida lo más importante es tener un buen padrino.
Pero hay un dato que no se puede maquillar: Víctor Manuel Fernández no da la talla. No por falta de simpatía ni de entusiasmo —que al parecer los tiene—, sino por una razón más profunda y objetiva: su perfil desentona con la necesidad de prestigio intelectual que ha caracterizado a los responsables del Santo Oficio. Su nombramiento fue, sin duda, la excentricidad más chocante del pontificado de Francisco. Solo se explica desde un escenario en el que ya no existía el katejón de Benedicto, fallecido meses antes, ni voces de peso capaces de disuadir al Papa de una elección tan inverosímil.
Por el bien de la Iglesia —y también por el suyo— lo más sensato sería permitir que el cardenal Fernández retome a tiempo completo aquello en lo que sin duda se siente más cómodo: la poesía sentimental, la espiritualidad autorreferencial y, si es necesario, su particular interpretación de la sexología new age.