Empiezan los estertores. Los que bailaban con la Pachamama y soñaban con la Iglesia fluida ahora fruncen el ceño: el Papa León XIV no les gusta. Ni la mozzetta, ni san Agustín, ni la idea —herética, por lo visto— de que el matrimonio es entre un hombre y una mujer. La vieja guardia bergogliana lanza advertencias desde La Stampa. El artículo que sigue, traducido de La Veritá, no tiene desperdicio: léanlo entero.
Los huérfanos de Bergoglio «amenazan» a León: «No al retroceso en el matrimonio»
La Stampa regaña al Papa que sigue desmontando las posiciones de Francisco, la última sobre la familia: «Para Jesús, la familia es libre»
Por CARLO CAMBI
Si fuera por el padre Alberto Maggi (¿se puede decir padre? ¿O se incurre en brecha de género? Quizá mejor: progenitor consagrado número dos), el Papa ideal sería Mina cantando: «Soy como tú me quieres… soy la única que puede entender todo lo que hay que entender de ti». Esa es la Iglesia a la carta que todavía anhelan los huérfanos de Bergoglio.
Este predicador de la Orden de los Siervos de María, que vive en un pequeño pueblo de Macerata llamado Montefano, acoge a cualquiera: desde personas LGBTQ+ hasta herejes, desde parejas homosexuales hasta musulmanes. Y no le ha sentado bien que León XIV reafirmara el domingo durante el Ángelus, lo que ya había declarado la semana anterior al cuerpo diplomático:
«El matrimonio es el verdadero amor entre hombre y mujer. El matrimonio no es un ideal, sino el canon del verdadero amor entre un hombre y una mujer: amor total, fiel, fecundo».
Pero ¿cómo es esto?, objeta en una entrevista concedida a La Stampa el director del Centro Teológico de Estudios Bíblicos «Giovanni Vannucci»:
«Como Iglesia, debemos tener cuidado de no dar pasos atrás en la forma en que comunicamos la acogida».
Revindica Maggi:
«Siempre he acogido a quienes se sienten excluidos y heridos por la Iglesia. Muchísimas personas homosexuales y transgénero».
Y ahí está la Iglesia que le gusta a Maggi, que es uno de los muchos —empezando por los obispos alemanes liderados por el cardenal Reinhard Marx (nomen omen)— que apoyan el “libertad total”:
«El Espíritu es la garantía de una Iglesia capaz de responder a las novedades de la historia. El peligro es cuando, asustada, la Iglesia se refugia en respuestas viejas a preguntas nuevas. Cuando lo hace, la gente deja de escuchar».
Es la fe de ese marketing religioso que, durante los años del pontificado de Francisco, recorrió las vanguardias católicas. Pero hoy sopla un aire nuevo —para Maggi, pero no solo para él, es más bien aire rancio— traído por León XIV, que con gestos y palabras ya ha dejado claro que con Bergoglio la Iglesia ha cerrado una etapa.
Y no se trata de ser un «retrosaurio», como Francisco llamó con fervor ecuménico a quienes no estaban de acuerdo con él. Se trata de restablecer ciertos límites de la fe.
Tan evidente es lo que está ocurriendo que este padre (o progenitor consagrado número dos) le explica al Papa que
«en el Evangelio, familia significa comunidad acogedora. Jesús libera a la familia de los chantajes sociales».
Hay aquí una referencia a la declaración Fiducia supplicans, con la que se permitía cierto laxismo en la bendición de parejas homosexuales en la Iglesia. Hubo titubeos interpretativos y, al final, se decidió que la bendición no debía durar más de diez segundos y debía hacerse lejos de «miradas indiscretas». Un ejercicio de prudencia, o quizá de hipocresía, que al papa Prevost no debe de haberle gustado nada.
Él es plenamente agustiniano —es el primer pontífice en la historia milenaria de la Orden de San Agustín— y san Agustín de Hipona dedica un tratado al matrimonio (De bono coniugali) en el que afirma:
«La unión del varón y la mujer es un bien»
,
y en De Trinitate compara la familia con la Trinidad, afirmando:
«La familia representa una unidad fundamental, un microcosmos que refleja el orden divino y prepara al amor eterno».
Por eso el Papa no ha retrocedido, sino que afirma lo que la Iglesia ha sostenido siempre.
Resulta curioso comprobar que cuando Bergoglio llevaba en procesión en San Pedro a la Pachamama —la divinidad pagana de los pueblos latinoamericanos—, eso se consideraba progreso. Mientras que cuando León XIV recurre a uno de los Padres de la Iglesia, se le reprocha ser «retrógrado».
Desde esta visión, León XIV fue “retrógrado” desde el principio: usó la mozzetta (la esclavina de raso rojo reservada al Papa y que Bergoglio había rechazado), y ha decidido vivir en el Palacio Apostólico. Según algunas indiscreciones, la decisión de Francisco de habitar en Santa Marta para protestar contra la opulencia pontificia le costó al balance vaticano 200.000 euros más al año que el apartamento papal en el Palacio Apostólico.
Señales de renovación, Prevost ha dado muchas en este corto período:
Por ejemplo, con el nombramiento del cardenal Robert Sarah —la más alta autoridad moral entre los purpurados africanos, un tradicionalista— como enviado especial del Papa para misiones diplomáticas y eclesiásticas.
Y el último «restablecimiento» de León XIV ha tenido lugar apenas ayer. Según informó la Santa Sede, ha nombrado
«director de la Dirección de Sanidad e Higiene del Gobernatorato del Estado de la Ciudad del Vaticano» al doctor Luigi Carbone, con efecto desde el 1 de agosto de 2025.
Este nombramiento es especialmente significativo porque restaura la figura del “archiatra” —el médico personal del Papa, presente a lo largo de toda la historia de la Iglesia—, figura que fue eliminada por Francisco, quien prefería tratarse en el hospital Gemelli y tenía solo a su enfermero, Massimiliano Strappetti, que lo acompañó hasta el final.Ah, dicho sea de paso: también con Bergoglio, el papamóvil tenía marcha atrás.
