Suponemos al Santo Padre las mejores intenciones al acceder al programa-encerrona de Disney producido por Jordi Évole, del que quizá lo mejor que se pueda decir es que no convenció a nadie realmente.
Pero una de sus respuestas se presta a malentendidos y José Arturo Quarracino sale al quite con una aclaración que publica en el exitoso sitio de Marco Tosatti, Stilum Curiae.
La respuesta del Papa en cuestión surgió tras una pregunta/denuncia de una de las jóvenes, Celia Fernández, que se define como cristiana no-binaria. Naturalmente, la pregunta está planteada con un prejuicio tan evidente que parece responderse a sí misma. “¿Qué piensa de aquellas personas de Iglesia o sacerdotes que promueven el odio y utilizan la Biblia para sustentar esos discursos de odio y que te leen como el evangelio para decir ‘yo no te estoy excluyendo, lo dice la Biblia?”, dispara Celia, que sin esperar la respuesta afirma que “ese no es el mensaje de Jesús”.
Responde el Papa que “esa gente son infiltrados, que aprovechan la escuela de la Iglesia para sus pasiones personales, para su estrechez personal, es una de las corrupciones de la Iglesia […], ideologías cerradas, en el fondo toda esa gente tiene un drama interno, un drama de incoherencia interior muy grande, que vive para condenar a los demás porque no sabe pedir perdón por sus propias faltas. En general uno de estos tipos que condena es un incoherente, tiene algo adentro, entonces se libera condenando a los otros, cuando tendría que agachar la cabeza y mirar su culpa”.
Quarracino empieza su comentario lamentando que el Papa empiece por dar por bueno el planteamiento mismo. Es un truco ya viejo en nuestra cultura, uno que vemos cada día en medios y redes, tachar de “odio” cualquier opinión que desafíe de algún modo las pretensiones más o menos fantasiosas o simplemente erróneas de nuestra era. No se admite ninguna disidencia, porque disentir es “odiar”, y es desanimante que el líder de los católicos acepte sin comentario esta premisa.
A lo que se refiere Celia, evidentemente, es a los sacerdotes fieles que no van a dejar de llamar pecado al pecado por el hecho de que esté de moda, y sabiendo que con ello se ganará el odio del mundo. Y, al parecer, el desprecio del Santo Padre.
“Estos infiltrados, en la interpretación bergogliana, son personas “estrechas” que tienen un “drama interior”, son enormemente incoherentes que viven para “condenar a los demás”, incoherentes que tienen “algo adentro” que se liberan “condenando a los otros”, cuando en realidad “tendrían que ser más humildes”, escribe Quarracino. “Más que como obispo de Roma y pastor, […] parece hablar como psicólogo”.
Quarracino responde a estas palabras recurriendo a un famoso ‘infiltrado’: San Pablo, que en sus cartas pide a los cristianos que “no se relacionen con quien se dice “hermano”, pero es “impuro, avaro, idólatra, ultrajador, borracho o ladrón” (1Cor 5, 11). Y a continuación afirma tajantemente que “los injustos no heredarán el Reino de Dios”, en el sentido que “ni los impuros, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los ultrajadores, ni los rapaces heredarán el Reino de Dios” (1Cor 6, 9-10). A los cristianos de Éfeso, san Pablo les dice que “la fornicación, y toda impureza o codicia, ni siquiera se mencione entre ustedes, como conviene a los santos”, porque “ningún fornicario o impuro o codicioso participará en la herencia del Reino de Cristo y de Dios” (Ef 5, 3-5). Y en su Primera carta a Timoteo dice el Apóstol de los gentiles que “la Ley es buena, con tal que se la tome como ley, 9 teniendo bien presente que la ley no ha sido instituida para el justo, sino para los prevaricadores y rebeldes, para los impíos y pecadores, para los irreligiosos y profanadores, para los parricidas y matricidas, para los asesinos, adúlteros, homosexuales, traficantes de seres humanos, mentirosos, perjuros y para todo lo que se opone a la sana doctrina […]” (1Tm 1, 9-10)”.
“Pero como si en estas citas no queda claro lo que afirma el Apóstol, a los cristianos de Roma les recuerda que “lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a través de sus obras: su poder eterno y su divinidad, de forma que son inexcusables; porque, habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, antes bien se ofuscaron en sus razonamientos y su insensato corazón se entenebreció: jactándose de sabios se volvieron estúpidos” y “cambiaron la verdad de Dios por la mentira, y adoraron y sirvieron a la criatura en vez del Creador, que es bendito por los siglos. Amén. Por eso los entregó Dios a pasiones infames; pues sus mujeres invirtieron las relaciones naturales por otras contra la naturaleza; igualmente los hombres, abandonando el uso natural de la mujer, se abrasaron en deseos los unos por los otros, cometiendo la infamia de hombre con hombre, recibiendo en sí mismos el pago merecido de su extravío” (Rom 1, 20-27)”.
No sabemos muy bien si hoy San Pablo sería considerado un “infiltrado” dentro de la Iglesia; de lo que no tenemos duda es de que estaría cancelado.
“Amén. Francisco responde”: el ‘berenjenal’ al que se prestó a participar el Papa
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