En los últimos días, El País, a través de su corresponsal en Roma, Íñigo Domínguez, el iluminado, y su edición en América, ha publicado una serie de artículos acusando al cardenal Juan Luis Cipriani de pederastia y de ser un «depredador sexual».
Según el periódico, Cipriani habría sido apartado por el Papa en 2019 debido a estas acusaciones, y el Vaticano le habría impuesto un castigo que sigue vigente. Además, destacan que el cardenal ha respondido a las acusaciones proclamando su inocencia y criticando al Papa por no haber sido escuchado en un proceso justo.
El tono de estos artículos es sensacionalista, con titulares impactantes que ya dan por sentado la culpabilidad del cardenal antes de que exista una sentencia judicial o una investigación concluyente. Se citan fuentes anónimas y testimonios sin mayor verificación, y se presenta la acción disciplinaria del Vaticano como si se tratara de una condena definitiva. Como guinda del pastel, el último artículo de El País lo describe directamente como «depredador sexual», sin pruebas judiciales ni dictámenes oficiales que lo respalden.
¿Es creíble El País?: tiremos de la hemeroteca reciente
Teniendo en cuenta la trayectoria de El País en sus coberturas eclesiásticas y la falta de rigor de su corresponsal en Roma, Íñigo Domínguez, la credibilidad del medio queda seriamente comprometida. No olvidemos que este mismo periodista fue el que cayó en la trampa del «caso Bollycao», en el que se demostró que no contrastaba sus fuentes ni verificaba la información antes de publicarla. Recuerdas, amigo lector, cuándo se demostró que Íñigo publicaba sin contrastar presuntos abusos sexuales? Si entonces su credibilidad quedó en entredicho, ¿por qué habría de creerse ahora lo que afirma sin pruebas contundentes?
Además, la tendencia de El País a atacar a la Iglesia y a figuras conservadoras dentro de ella no es nueva. Ya hemos visto cómo han tratado temas similares en el pasado, siempre con un sesgo progresista y anticlerical. En este contexto, es legítimo cuestionar si realmente están interesados en la verdad o si simplemente buscan erosionar la reputación de Cipriani y del Opus Dei.
¿Quién está detrás de la filtración y por qué?
Resulta evidente que esta campaña contra Cipriani no ha surgido de la nada. Todo apunta a una filtración proveniente del propio Vaticano, orquestada por algún amigo de Francisco, con el apoyo de algún laico del círculo cercano al Papa, que se ha hecho amiguito de Íñigo. No sería la primera vez que ciertos sectores dentro de la Curia utilizan a la prensa para atacar a figuras conservadoras que consideran un obstáculo para sus intereses.
Pero, ¿qué pretenden con esta filtración? Es legítimo preguntarse si el verdadero objetivo no es solo Cipriani, sino el Opus Dei en su conjunto y los círculos más ortodoxos dentro de la Iglesia. En un contexto donde ciertos sectores progresistas buscan promover la normalización del lobby gay dentro del clero, eliminar a las voces más firmes en defensa de la doctrina tradicional se convierte en una prioridad. El País simplemente ha servido como caja de resonancia para este juego de poder, aceptando sin cuestionar la información que le han entregado. Y eso, a El País, le pone.
El periódico ha condenado públicamente a Cipriani sin una sentencia judicial, construyendo un relato basado en insinuaciones, acusaciones sin pruebas y una clara intencionalidad ideológica. En el artículo donde lo llaman «depredador sexual», no hay un solo hecho comprobado que justifique semejante calificación. Se cita que el Vaticano «lo apartó en 2019 tras acusaciones», pero omiten cualquier referencia a una condena o a pruebas verificadas. La falta de rigor periodístico en esta cobertura es evidente.
Además, las fuentes utilizadas en estos artículos son anónimas o carentes de verificación. En un pasaje del reportaje, se menciona que «testimonios recabados en los últimos años confirmarían los abusos», pero no se presentan ni las declaraciones completas ni los documentos que lo sustenten. No hay pruebas documentadas, no hay testigos verificables que permitan confirmar las acusaciones. La ausencia de contraste y de pluralidad en la información convierte estos artículos en panfletos más que en periodismo serio.
Cuando Cipriani proclama su inocencia y denuncia que «no ha sido escuchado en un proceso justo», El País lo minimiza. Se presenta su defensa como una simple estrategia de autoprotección, sin profundizar en los argumentos que expone. Un periodismo honesto presentaría todos los ángulos del caso en igualdad de condiciones.
Otro punto alarmante es el lenguaje empleado. Frases como «el Vaticano confirma el castigo» y «las acusaciones siguen vigentes» crean en el lector la impresión de una condena definitiva, cuando en realidad no existe ningún fallo judicial. Se juega con la psicología del público, construyendo una imagen negativa sin necesidad de pruebas. En ningún tribunal del mundo se permitiría una condena con este nivel de manipulación del lenguaje, pero en El País parece ser la norma.
No podemos obviar tampoco la línea editorial anticlerical del medio. En otro de los artículos, se menciona con tono crítico que Cipriani fue «un cardenal muy joven, doctor honoris causa, amigo del Papa» antes de tacharlo de «depredador sexual». Este recurso no solo busca establecer una narrativa de poder y encubrimiento, sino que refuerza la idea de que toda la Iglesia está implicada en supuestas conspiraciones. Se insinúa una red de encubrimiento sin pruebas, lo que es típico de la estrategia anticlerical del diario.
La precipitación en las conclusiones es preocupante. Se presenta el castigo del Vaticano como una prueba irrefutable de culpabilidad, cuando en realidad no hay una resolución oficial que sustente semejante afirmación. Tampoco ha habido juicio ni se han presentado al acusado las pruebas de la supuesta investigación. El País convierte en hecho lo que son solo acusaciones no probadas. La pregunta es: ¿se atreverá Cipriani a emprender acciones legales contra El País por este atropello? Todo indica que debería hacerlo, porque esta es una clara violación de su honor y dignidad.
El caso Cipriani es, en definitiva, una muestra más de cómo ciertos medios han dejado de hacer periodismo para convertirse en herramientas de presión ideológica. Lo que está en juego no es solo la credibilidad de un cardenal, sino la del propio periodismo, que, con este tipo de actuaciones, pierde toda su legitimidad. En definitiva, estos textos -no son informaciones- escritos estos días contra Cipriani por El País bien podrían servir de ejemplo -negativo, claro, para que se sepa lo que no hay que hacer- para alumnos de la facultad de Periodismo. Quizá para la asignatura de ética.