A Bätzing le molesta la ‘fijación’ de la Iglesia en el pecado, y Müller le responde

A Bätzing le molesta la ‘fijación’ de la Iglesia en el pecado, y Müller le responde

La Iglesia que tiene esa ‘fijación’ con el pecado molesta al presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, Georg Bätzing; esa no es su Iglesia, la suya es una Iglesia de salvación, dice. Salvación, ¿de qué, exactamente?

“De algunas declaraciones escucho la llamada a la claridad: ¿Cuáles son las reglas de la fe en la iglesia? ¿Qué hay en el corazón de la enseñanza? ¿Y qué es el pecado que puede y debe ser nombrado?”, se pregunta Bätzing en declaraciones que recoge Kath.net “Eso me perturba, la fe cristiana es una religión de libertad y salvación, no de fijación en el pecado. No puedo evitar tener la impresión de que aquí se insiste en el pecado y en ser pecador, para presentar a la iglesia como inexpugnable e inmutable e insistir en los criterios aplicables de exclusión de ciertos grupos. Esta no es mi fe, no es mi imagen de Cristo y la Iglesia».

Bätzing tiene razón en que la Iglesia Católica tiene ‘fijación’ por el pecado, como quizá también la tenga en que esta no es su Iglesia. Porque Cristo se encarnó, padeció y murió para redimirnos del pecado, y no para ninguna otra cosa. No vino a predicar, ni a curar a los enfermos ni, aunque hoy cueste creerlo, a fundar Cáritas Internacional o garantizar sanidad pública y gratuita para todos. De modo que si el concepto de pecado sobra, sobra el cristianismo, por ser brutalmente claros.

El exprefecto para la Doctrina de la Fe y compatriota de Bätzing, cardenal Gerhard Müller, ha salido al paso a las declaraciones del obispo de Limburgo con estas otras en respuesta a la consulta realizada por el mismo medio alemán, Kath.net: “La fe cristiana es declarada “religión de libertad y salvación” en contraste con la “fijación de los pecados”, como si nuestro “ministro de la palabra y de la doctrina” (Lucas 1:2; 1 Timoteo 5:17) hubiera pasado por alto el principio apostólico original. confesión: “Cristo murió por nuestros pecados” (1 Corintios 15:3). Así que sabemos, «Nuestro viejo hombre fue crucificado con Cristo, para que el cuerpo dominado por el pecado sea destruido, a fin de que ya no seamos esclavos del pecado». (Romanos 6:6). Y el «llamado a la libertad» está vinculado a la exhortación «a no hacer de la libertad pretexto para el pecado, para que nosotros, los bautizados, caminemos en el Espíritu de Dios y no satisfagamos los deseos de la carne (por ejemplo, fornicación, impurezas, divisiones)» (cf. Ga 5,1.13-25)”.

Uno entiende, por todo lo que se plantea en las asambleas del camino sinodal alemán, que Bätzing no tiene en mente los pecados en general, sino pecados muy concretos que la modernidad no cree pecados sino, más bien, motivos de orgullo, y así lo interpreta Müller cuando dice: “Las personas con tendencias eróticas hacia personas de su mismo sexo no necesitan los hipócritas gestos de inclusión de obispos y cardenales que ya no se ven como fieles servidores de la Palabra de Dios sino como representantes de lobbies transhumanistas, porque ellos, como todos los seres humanos , son creados por el amor de Dios y redimidos de sus pecados en la sangre de Cristo. Cristo vino a salvar a los pecadores y guiarlos por el camino de la salvación a través del arrepentimiento y la conversión. Con la ayuda de la gracia de Dios es posible cumplir los mandamientos de Dios, vencer las inclinaciones desordenadas, evitar el pecado y hacer el bien natural y sobrenatural”.

“Cristo -insiste el exprefecto- no vino a interpretar y banalizar el pecado apelando al amor de Dios, sino a sacar su aguijón mortal de nuestro ser mortal y a hacernos capaces de vivir «en la verdadera justicia y santidad» en el seguimiento de Cristo (cf. Ef 4, 24). “Si decimos que no hemos pecado, le hacemos mentiroso y su palabra no está en nosotros. …Pero si alguno peca, tenemos la ayuda del Padre: Jesucristo, el justo. Él es la propiciación por nuestros pecados, y no sólo por nuestros pecados, sino también por los pecados de todo el mundo». (1 Juan 1:10:2, 1f)”.

Y concluye que “un obispo que, contrariamente a la naturaleza de su oficio, niega el poder alienante y autodestructivo del pecado para «hacer vulnerable a la Iglesia y presentarla (según su naturaleza y su misión) como cambiante» no ha entendido el misterio de salvación del pecado (y no para el pecado) y perdió su vocación de sucesor de los apóstoles, es decir, la de perdonar los pecados de los hombres en el Espíritu Santo en virtud de la misión de Cristo del Padre (cf. Jn 20,21)”.

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