Müller: ‘Los obispos tenemos el derecho, diría yo divino, de discutir libremente’

Müller: ‘Los obispos tenemos el derecho, diría yo divino, de discutir libremente’

Preguntado por los cardenales Burke, Brandmüller, Caffarra y el difunto Meisner y los cinco «dubia», el cardenal Gerhard Ludwig Müller aboga por iniciar un diálogo con calma y serenidad en el que se hable abiertamente sobre estos temas y recuerda que en el primer concilio todos los discípulos hablaron de manera franca, favoreciendo también las controversias. «Los concilios no han sido nunca reuniones armoniosas». 

Matteo Matzuzzi / Il Foglio– Eminencia, ¿se ha hecho una idea de por qué el Papa ha decidido apartarle de la guía de la Congregación para la Doctrina de la Fe? «No, no lo sé, porque el Santo Padre no me lo ha dicho. Sólo me ha informado de que no se me renovaría el mandato. Ha habido muchas especulaciones en los medios de comunicación en los últimos tiempos y diría que el nombramiento del nuevo secretario de la congregación (Mons. Giacomo Morandi, ndr), hecho público hace unos días, es un poco la clave para comprender esta maniobra«. Refleja serenidad el cardenal Gerhard Ludwig Müller, teólogo alemán y durante cinco años prefecto del que había sido el Santo Oficio, nombrado por Benedicto XVI y confirmado por Francisco que, sin embargo, el pasado 30 de junio le comunicó su decisión de prescindir de él.

Con il Foglio recorre las etapas que han llevado a su alejamiento, las controversias sobre la interpretación de la exhortación post-sinodal Amoris laetitia y, de manera más general, reflexiona sobre el estado (pésimo) de la religión en Europa. Sin embargo, hace tiempo que se hablaba de su partida; incluso se habían lanzado hipótesis, por parte de los medios de comunicación, sobre los probables destinos diocesanos para el responsable de la publicación de la Opera Omnia de Joseph Ratzinger.

«Siempre he estado tranquilo», responde Müller.»Considero que he cumplido con todas mis tareas, incluso más de lo necesario. Nadie tenía dudas sobre mi competencia teológica. Siempre he sido leal al Papa, como requiere nuestra fe católica, nuestra eclesiología. Esta lealtad ha estado siempre acompañada por la competencia teológica, por lo que nunca se ha tratado de lealtad reducida a pura adulación«. Y esto porque «el magistero necesita consejos teológicos competentes, como bien se describe en Lumen gentium n. 25, y como prevé de manera muy clara el carisma del Espíritu Santo, a través del cual actúan los obispos y el propio Papa como cabeza del colegio episcopal. Pero todos somos seres humanos y necesitamos consejos, por lo que el contenido de la fe no se puede explicar sin un fundamento claro de estudios bíblicos. Lo mismo vale –prosigue– para el desarrollo del dogma. Nadie puede elaborar un documento magisterial sin conocer a los Padres de la Iglesia y las grandes decisiones dogmáticas sobre teología moral de los diversos concilios. Por esto existe la Congregación para la Doctrina de la Fe, que es la más importante de la Curia romana. Tiene dos comisiones teológicas, además de los consultores. En resumen, tiene una tarea clara y un gran responsabilidad en lo que atañe a la ortodoxia de la Iglesia».

¿Pero es verdad, como se ha leído en alguna parte, que su último coloquio con Francisco fue tenso y frío? «Son reconstrucciones falsas. El Papa simplemente me informó de su decisión de no renovarme el mandato. Nada más. Fue una audiencia de trabajo normal, al final de la cual el Papa me comunicó su decisión. Al día siguiente dejé mi cargo».

No obstante, han surgido algunas hipótesis sobre las razones de la ruptura y, además de la supuesta lentitud en los casos de abuso por parte del clero, diversos órganos de información han escrito sobre una excesiva exposición mediática, que a menudo ha hecho de contrapeso al Papa. Un modus operandi distinto al de sus predecesores más inmediatos. El cardenal Müller sonríe: «Me parece que puedo decir que la presencia mediática del cardenal Ratzinger era muy evidente, aunque sólo fuera por sus grandes libros-entrevista. Y esto forma parte del cargo de prefecto, que no es un mero y simple trabajo burocrático. Yo, además, era conocido antes como teólogo, con numerosas publicaciones. De todas formas, permítame decirlo, también el Papa recurre a las entrevistas. El hecho es que hoy tenemos que utilizar los instrumentos de la comunicación moderna, los jóvenes no siempre leen libros o periódicos. Utilizan las redes sociales, internet. Y si queremos promover la fe que, recuerdo, es la tarea principal de la congregación, tenemos que entrar en diálogo con ellos en estas plataformas. Nunca he hablado de mi pensamiento, de mi persona, en estas entrevistas, ¡sino de la fe! Además, quiero recordar que soy obispo; y un obispo tiene la obligación de difundir el Evangelio, no sólo en sus homilías, sino también mediante los debates científicos con los contemporáneos». Nosotros, añade, «no somos una religión restringida, un club. Somos una Iglesia que dialoga, la religión de la Palabra de Dios, que Cristo mismo entregó a sus apóstoles, exhortándolos a enseñarla y predicarla en todo el mundo».

De acuerdo, pero alguna tensión intra ecclesiam existe, se puede constatar. Tomemos, por ejemplo, Amoris laetitia, el documento resultado del doble Sínodo sobre la moral familiar. El eminentísimo Christoph Schönborn, teólogo también él e inspirador de la solución aperturista, ha confirmado recientemente cuán opuesta es su posición respecto a la de Müller. Entonces, ¿qué?
«Es posible que el cardenal Schönborn tenga una visión opuesta a la mía, pero también es opuesta a la que él mismo tenía en el pasado, visto que ha cambiado de posición. Pienso que las palabras de Jesucristo deben ser siempre el fundamento de la doctrina de la Iglesia. Y nadie, hasta ayer, podía decir que esto no es verdad. Está claro: tenemos la revelación irreversible de Cristo. Y a la Iglesia se le ha confiado el depositum fidei, es decir, todo el contenido de la verdad revelada. El magisterio no tiene la autoridad de corregir a Jesucristo. En todo caso es Él quien nos corrige. Y nosotros estamos obligados a obedecerle; nosotros debemos ser fieles a la doctrina de los apóstoles, claramente desarrollada en el espíritu de la Iglesia».

Perdone, pero entonces, ¿por qué también usted ha votado la relación del círculo menor de lengua alemana, escrita por el propio Schönborn y aprobada por Walter Kasper? «El Sínodo ha dicho claramente que cada obispo es responsable de este camino, para llevar a las personas a la plena gracia sacramental», responde el cardenal Gerhard Ludwig Müller a il Foglio. «Esta interpretación es indudable que está, pero yo no he cambiado mi posición, privada y subjetiva. Pero como obispo y cardenal, allí yo representaba a la doctrina de la Iglesia, que conozco en sus desarrollos fundamentales, desde el Concilio de Trento a la Gaudium et spes, que representan sus dos directrices. Esto es católico, el resto pertenece a otras creencias. No comprendo –explica–, cómo se pueden concordar diversas posiciones de interpretación teológica y dogmática con las palabras claras pronunciadas por Jesús y San Pablo. Ambos aclararon que no se puede uno casar por segunda vez si el cónyuge legítimo vive».

¿Comprende las razones que han llevado a los cardenales Burke, Brandmüller, Caffarra y el difunto Meisner a presentar al Papa los cinco «dubia» sobre la exhortación? «No comprendo por qué no se da inicio a un diálogo con calma y serenidad. No comprendo dónde están los obstáculos. ¿Por qué crear tensiones, también públicas? ¿Por qué no se organiza una reunión para hablar abiertamente sobre estos temas, tan esenciales? Hasta el día de hoy sólo he oído invectivas y ofensas contra estos cardenales. Pero éste no es el modo, ni el tono, para seguir adelante. Nosotros somos todos hermanos en la fe y no puedo aceptar discursos del tipo ‘amigo del Papa’ o ‘enemigo del Papa’. Para un cardenal es absolutamente imposible estar en contra del Papa. No obstante –sigue el ex prefecto del Santo Oficio–, nosotros obispos tenemos el derecho, diría  yo divino, de discutir libremente. Me gustaría recordar que en el primer concilio todos los discípulos hablaron de manera franca, favoreciendo también las controversias. Al final, Pedro dio su explicación dogmática, que vale para toda la Iglesia. Pero sólo la dio al final, después de una larga y animada discusión. Los concilios no han sido nunca reuniones armoniosas«.

La cuestión es si Amoris laetitia representa o no una forma de discontinuidad en relación con el magisterio anterior. ¿Es así o no? «El Papa –dice Müller–, ha declarado muchas veces que no hay un cambio en la doctrina dogmática de la Iglesia y esto es evidente, porque no sería posible. Francisco quería atraer de nuevo a estas personas que se encuentran en situaciones irregulares respecto al matrimonio, es decir, hacer que se acerquen a las fuentes de la gracia sacramental. Hay medios para ello, también canónicos. De cualquier manera, quien desea recibir la comunión y se encuentra en un estado de pecado mortal debe recibir siempre antes el sacramento de la reconciliación, que consiste en la contrición del corazón, en el propósito de no pecar más, en la confesión de los pecados y en la convicción de actuar según la voluntad de Dios. Y nadie puede modificar este orden sacramental, que fue fijado por Jesucristo. Podemos tal vez cambiar los ritos externos, pero no este núcleo fundamental. ¿Ambigüedades en Amoris laetitia? Puede ser, y no sé si son deseadas. Si las hay, las ambigüedades tienen que ver con la complejidad del tema y de la situación en la que se encuentran los hombres de hoy, en la cultura en la que están inmersos. Hoy en día, casi todos los fundamentos y los elementos esenciales son incomprensibles para las poblaciones que se definen superficialmente cristianas. Por esto –añade el cardenal– nacen los problemas. Tenemos ante nosotros dos desafíos fundamentales: aclarar cuál es la voluntad salvífica de Dios y preguntarnos sobre el modo de ayudar pastoralmente a estos hermanos para que caminen por la vía indicada por Jesús».

El acceso a la comunión de los divorciados vueltos a casar era una antigua petición del episcopado alemán. «Es verdad. Fueron tres obispos alemanes, a saber: Kasper, Lehmann y Saier, los que lanzaron la propuesta a principios de los años noventa. Pero la Congregación para la Doctrina de la Fe la rechazó definitivamente. Todos estuvieron de acuerdo en que había que seguir discutiendo sobre este tema y hasta ahora nadie ha abrogado ese documento».

A propósito de Iglesia alemana: en los últimos tres años han llegado desde allí los vientos más fuertes de cambio, con el cardenal Marx diciendo ante los micrófonos que «Roma no podrá decirnos nunca qué hacer o no hacer en Alemania». ¿Cómo es la situación, hoy, en esa tierra? «Dramática», responde rápidamente Müller, que durante diez años fue obispo de Ratisbona, antes de ser llamado a Roma por Benedicto XVI. «La participación activa ha disminuido mucho; también la transmisión de la fe, no como teoría, sino como encuentro con Jesucristo vivo ha disminuido. Lo mismo vale para las vocaciones religiosas. Estos son signos, factores, que indican en qué situación está la Iglesia. Pero toda Europa vive un proceso de descristianización forzada, que va más allá de la simple secularización. Es –dice nuestro interlocutor–, la descristianización de toda la base antropológica, con el hombre definido claramente sin Dios y sin la transcendencia. Se vive la religión como un sentimiento, pero no como adoración de Dios creador y salvador. En este gran escenario, dichos factores no son buenos para la transmisión de la fe cristiana vivida y por esto es necesario no perder nuestras energías en luchas internas, en enfrentamientos de los unos contra los otros, con los denominados progresistas que buscan la victoria mediante la eliminación de los denominados conservadores. Si se razona así –dice Müller–, se da una idea de la Iglesia como de algo fuertemente politizado. Nuestro a priori no es ser conservador o progresista. Nuestro a priori es Jesús. Creer en la resurrección, en la ascensión o en el retorno de Cristo en el último día, ¿es fe tradicionalista o progresista? No, ésta es sencillamente la Verdad. Nuestras categorías deben ser la verdad y la justicia, no las categorías que cambian según el espíritu del tiempo». El cardenal define «grave» la situación actual, porque «se ha reducido la praxis sacramental, la oración. Todos los elementos de la fe vivida, de la fe popular, se han derrumbado. Y el drama es que ya no se siente la necesidad de Dios, de la palabra sagrada y visible de Jesús. Se vive como si Dios no existiera. Responder a todo esto es nuestro gran desafío. Nosotros no somos agentes de propaganda de nuestras propias verdades, sino que somos testigos de la verdad salvífica. No de una idea de la fe, sino de la realidad vivida de la presencia de Cristo en el mundo».

Eminencia, ¿considera que hay también dentro de la Iglesia una cierta rendición al Zeitgeist, al espíritu del tiempo? «El Papa emérito ha hablado del espíritu del tiempo, pero ya San Pablo había argumentado sobre el espíritu de Dios y el espíritu del mundo. Este contraste es muy importante y hay que conocerlo. La afirmación para la fe, la Iglesia y los obispos no viene del aplauso de una masa no informada. Es otra cosa: nuestro trabajo es apreciado y aprobado cuando conseguimos convencer a una persona a que se entregue totalmente a Jesucristo, ofreciendo la propia existencia en las manos de Jesús. En su Primera Carta, San Pedro habla de Jesucristo pastor de almas. ¿Hoy se habla de responsabilidad hacia la cultura y el ambiente? Sí, pero tenemos muchos laicos competentes para estos temas. Gente que tiene responsabilidad en política; tenemos gobiernos y parlamentos, etcétera. Jesús no les confió a los apóstoles el gobierno secular del mundo. Los obispos-príncipes existían hace siglos y no fueron un bien para la Iglesia».

A propósito de descristianización, le preguntamos al cardenal Müller qué piensa de la «Opción Benedicto», el tema lanzado hace años por el escritor Rod Dreher que crea la hipótesis de un  modo de vivir como cristianos en un Occidente descristianizado. Lo esencial que hay que decir a este respecto, explica Müller, «es que los cristianos no pueden volver a las catacumbas. La dimensión misionera es fundamental para la Iglesia católica. No podemos evitar las batallas contemporáneas. Cristo dijo que no había venido a este mundo para obtener una paz superficial, sino para desafiar, para que los cristianos conquisten la gracia de vivir siguiendo el camino que Él indicó. Esto es lo que tenemos que hacer cuando las condiciones, como hoy, no son favorables».

¿Es correcto decir que con el actual pontificado ha disminuido la visión eurocéntrica de la Iglesia? «El centro de la Iglesia es Cristo, y donde está Él, allí está el centro. Estas reflexiones acerca del eurocentrismo de la Iglesia tienen como objetivo ofrecer sólo una lectura politizada. En lugar de hablar del Evangelio y de la doctrina católica, se habla de estrategias y teorías. Culturalmente es verdad, Europa tuvo un gran papel en el mundo, con todos los elementos positivos y negativos que ello conlleva. Entre los negativos cito, por ejemplo, el colonialismo. Entre los positivos, la filosofía de la realidad, la metafísica y el derecho».

Una última pregunta, sobre un cuestión que ha visto a Müller en un primer plano, es decir, la hipotética reconciliación con la Fraternidad San Pío X, la comunidad fundada por el obispo francés Marcel Lefebvre. «La reconciliación de este grupo con la Iglesia católica es absolutamente necesaria. Jesús no quiso separaciones. Pero, ¿cuáles son las condiciones para vivir una plena comunión? Yo creo que las condiciones deben ser iguales para todos. Tenemos la profesión de fe, no se puede elegir qué aceptar y qué no. Todos deben profesarla. Todos los concilios ecuménicos deben ser aceptados, como también el magisterio vivo de la Iglesia. Creer que el Vaticano II fue una refundación de la Iglesia es absurdo. Los abusos, las ideologías y los malentendidos no son, ciertamente, una consecuencia del Vaticano II”.

(Artículo publicado originalmente en Il Foglio. Traducción de Helena Faccia Serrano para InfoVaticana)

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