Hemos terminado una larga jornada y hoy, dia 8, empezamos otra no menos intensa que puede terminar con ‘habemus Papam’. Pasadas un poco más de las nueve de la noche, las 9:05 y tenemos fumata, la primera, y es negra. Empezamos a desmontar tantas tonterías de estos días. Los medios influyen y mucho, todos vivimos colgados de un teléfono que cuenta con todo tipo de conexiones y el paso de las horas desde el ‘extra omnes’ ha provocado que la plaza se fue llenando – parece que el pueblo de Dios estaba latitante y aparece de nuevo – ante la posibilidad de un ‘cónclave exprés’. El dia 7 de mayo, comienzo del cónclave, primera votación y terminamos con fumata negra, veremos cómo proceden las cuatro votaciones previstas para hoy.
Hoy no es un día de comentar otras noticias, no tiene sentido, las dejamos para otro momento, vivimos horas importantes en la vida de la Iglesia, todos tenemos la impresión de que estamos ante un cónclave decisivo y no podemos tomarlo con frivolidad. Hoy preferimos dejar otros temas, los hay, pero están superados por la realidad. Nos toca unirnos en oración para que la elección del nuevo Papa sea el que Dios quiere y no el que los deseos humanos desean. Hemos vivido días de vértigo, ha llegado la hora de la verdad y nuestra obligación es rezar.
La última congregación General del Colegio Cardenalicio participaron 173 cardenales, incluidos 130 electores, comenzó a las 9 y concluyó a las 12.30. Entre los temas tratados: las reformas del Papa Francisco, “que es necesario llevar adelante en el tiempo venidero”, como la legislación sobre los abusos, la economía, la Curia, la solidaridad, el trabajo por la paz y el cuidado de la creación, estos dos últimos temas basados en las encíclicas Fratelli tutti y Laudato si’. Se mencionaron también la memoria y el testimonio de los mártires de la fe en zonas de conflicto, donde la libertad religiosa está en peligro, y la cuestión del cambio climático, atendiendo a los países de origen de algunos de los cardenales. También se mencionaron la Pascua, el Concilio de Nicea y el diálogo ecuménico.
Maradiaga ha abandonado el Vaticano indignado, el no puede votar por edad y ha preferido volver a sus honduras a llorar las penas que espera. No quiere estar en Roma para saludar al nuevo Papa, sospecha, sus razones tendrá, que no será de sus simpatías y prefiere ahorrarse el mal trago, mal perder parece tener su eminencia. No sabemos cuáles serán sus simpatías, pero se queja de que muchos cardenales han dado la espalda a Francisco: «Hemos visto demasiados tránsfugas». Viniendo de quien viene una buena señal antes de que lleguen los humos.
Desde hoy los cardenales están enclaustrados bajo el Juicio Final de Miguel Ángel con la grave tarea de elegir al sucesor de Pedro. La única señal externa es el humo negro de las elecciones fallidas, hasta el blanco que anunciará al 267º pontífice. A partir de la tarde, miércoles 7 de mayo, habrá total silencio y secretismo sobre lo que sucederá entre el cierre de las puertas de la Capilla Sixtina y la reapertura de la logia central de San Pedro para la primera aparición del nuevo Papa. El primer misterio del cónclave es su duración: sabemos cuándo comienza, no cuándo termina. Como mucho podemos hacer una estimación: de media dura unos pocos días. El más rápido fue el que eligió a Julio II en una sola noche en 1503. La elección más larga y problemática fue la que tuvo lugar en Viterbo entre 1268 y 1271 y que en su momento no se llamó “cónclave”, pero se convirtió literalmente en eso cuando los viterbeños encerraron a los cardenales para que lo resolvieran. Fue entonces el elegido, el beato Gregorio X, quien reguló con la constitución apostólica Ubi periculum lo que desde entonces se llamó el «cónclave».
Recordó la necesidad de que el nuevo Pontífice sea un constructor incansable de comunión: entre los cristianos, entre los obispos y el Papa, entre los pueblos y las culturas. No una comunión cerrada y autorreferencial, sino abierta y fiel al Evangelio. “Cada Papa”, dijo, “sigue encarnando a Pedro y su misión… La elección del nuevo Papa no es una simple alternancia de personas, sino que siempre es el apóstol Pedro quien regresa”. Palabras que han subrayado, una vez más, la dimensión espiritual y sobrenatural del acontecimiento que está a punto de tener lugar, y que concluyen con una intensa súplica: “Oremos para que el Espíritu Santo… nos dé un nuevo Papa según el corazón de Dios para el bien de la Iglesia y de la humanidad”.
Durante el intercambio de paz, un episodio perturbó significativamente la atmósfera relativamente relajada y contemplativa. El cardenal Re se acercó al cardenal Pietro Parolin, exsecretario de Estado del Papa Francisco y figura clave en el próximo Cónclave, ya que presidirá los actos en la Capilla Sixtina, y, en voz más alta de lo habitual, como viene ocurriendo desde hace tiempo debido a su creciente sordera, le dijo delante de todos: «¡Mis mejores deseos! ¡Mis mejores deseos por partida doble!». La frase, de tono bondadoso pero inequívoco, ha provocado irritación entre varios cardenales. Muchos han apreciado la ausencia de referencias al Papa Francisco en la homilía, pero el abrazo a Parolin ha creado descontento.
Algunos han visto en este gesto una manifestación más del apoyo público, y ya no disimulado, que Re ha mostrado hacia Parolin en los últimos días. Un apoyo que ha sido expresado en varias ocasiones y que ahora corre el riesgo de pesar en el clima del Cónclave, donde la confidencialidad, la libertad de conciencia y la independencia de presiones externas deberían ser absolutas. La metedura de pata, juzgada por muchos como «fuera de lugar» y «sin sentido», no sorprende a quienes conocen el estilo del cardenal Re, quién en el pasado ha causado repetidamente vergüenza con declaraciones desafortunadas o comportamientos fuera del protocolo.
En este momento crucial para la Iglesia universal, cada palabra y cada gesto adquieren un significado que va mucho más allá de la simple espontaneidad. El “doble” deseo dirigido a Parolin terminó por hacer explícita una dinámica que, hasta ahora, solo se había movido en los pliegues de las indiscreciones: la existencia de un apoyo organizado, quizás incluso estratégico, a favor del ex secretario de Estado como principal candidato posible. Un apoyo que, sin embargo, no parece haber obtenido la unanimidad entre los cardenales.
La más fiel de Bergoglio, Elisabetta Piqué, ayer en La Nación confundió al cardenal Vesco con el cardenal Prevost, demostrando su analfabetismo funcional, ha dado la voz de alarma: «Algunos cardenales cercanos a Bergoglio se han quejado de que el cardenal Re no habló de él en la Misa pro eligendo». Nos quedamos con la llamada de la homilía: sólo la oración, sólo la escucha del Espíritu Santo, puede guiar a la Iglesia hacia la elección justa. Y quizás también a la necesaria discreción.
A las 16.15 los cardenales electores, acompañados por las letanías de los santos, han procesionado de la Capilla Paulina a la Capilla Sixtina, atravesando la Sala Regia. Han invocado al Espíritu Santo cantando el Veni Creator , tras lo cual ha jurado «que quien de nosotros, por disposición divina, sea elegido Romano Pontífice, se comprometerá a cumplir fielmente el munus Petrinum de Pastor de la Iglesia universal», Cada uno de los electores se presenta ante el Libro del Evangelio y con su mano sobre él: « Et ego, N. cardinalis N., spondeo, voveo ac iuro. Sic me Deo audivet et haec Sancta Dei Evangelia, quae manu mea tango».
Ha llegado el momento del “ Extra omnes ” (“Todos fuera”) convocado por el maestro de las celebraciones litúrgicas, Mons. Diego Ravelli. Fuera monseñores, prelados y todos los que habían sido admitidos hasta ese momento. Lo primero que habría que hacer es retirar las cámaras. Dentro permanecen sólo el maestro y el predicador (el cardenal Raniero Cantalamessa, de más de ochenta años), encargados de dar la última meditación a los electores en vista de la grave responsabilidad que les espera. El Espíritu Santo los inspira , pero ciertamente no los priva de la responsabilidad que cae sobre sus hombros. Saldrán de la Capilla Sixtina, siempre en total secreto, sólo para comer y pasar la noche en Santa Marta, pero fuera nadie los volverá a ver hasta la elección del Romano Pontífice.
La última imagen que hemos visto los ha mostrado bajo el Juicio Final de Miguel Ángel , sentados en largas mesas, cada uno con su propio asiento asignado según el orden de precedencia. Un pequeño repaso histórico : hasta 1963, cuando los cónclaves eran menos numerosos, en lugar de mesas había asientos coronados por dosel. Una vez cumplida la “misión”, sólo quedó en pie la del recién elegido Papa, mientras que todas las demás fueron bajadas en señal de homenaje al nuevo pontífice. Una escena evocadora visible en algunas reconstrucciones cinematográficas, por ejemplo en la película de 1968 El hombre del Kremlin, protagonizada por Anthony Quinn. La única señal que se filtrará será el humo de la famosa chimenea de la Capilla Sixtina : negro si la elección no fue exitosa, blanco si el Papa fue elegido.
Gavin Ashenden en el Catholic Herald: «Existe una atracción extraña pero predominante hacia la afirmación de la Iglesia Católica sobre una intervención divina milagrosa». El dogma de la infalibilidad papal no es bien comprendido, incluso por algunos católicos. Hay muchas personas, incluidos los católicos, que parecen no entender ni creer esto cuando se les explica, pero fascina a la gente. La combinación de la afirmación de una intervención sobrenatural y el nivel de creencia en dicha intervención provoca un fuerte interés y una reacción, especialmente cuando se la malinterpreta, quizás de una manera particular.
Cuando se habla del Cónclave, hay una presunción implícita: si el Papa puede ser infalible entonces seguramente la elección del Papa debe ser igualmente infalible y surge la pregunta: “¿Será el Espíritu Santo quien elija al próximo Papa?” Recordamos de nuevo al Papa Benedicto XVI que cuando todavía era cardenal Ratzinger que en 1997 responde esta misma pregunta: “¿Es el Espíritu Santo responsable de la elección de un Papa?”. «No diría que, en el sentido de que el Espíritu Santo elige al Papa… Diría que el Espíritu no toma exactamente el control del asunto, sino que, como un buen educador, por así decirlo, nos deja mucho espacio, mucha libertad, sin abandonarnos por completo. El papel del Espíritu, por lo tanto, debe entenderse en un sentido mucho más flexible: no es que nos imponga el candidato por el que votar. Probablemente la única garantía que ofrece es que la cosa no se arruine por completo… ¡Hay demasiados casos contrarios de papas que el Espíritu Santo obviamente no habría elegido!».
Terminamos ofreciendo las dos oraciones que han utilizado los cardenales al comienzo del cónclave.
Veni Creator Spiritus,
Mentes tuorum visita,
Imple superna gratia,
Quae tu creasti pectora.
Qui diceris Paraclitus,
Altissimi donum Dei,
Fons vivus, ignis, caritas,
Et spiritalis unctio.
Tu septiformis munere,
Digitus Paternae dexterae,
Tu rite promissum Patris,
Sermone ditans guttura.
Accende lumen sensibus:
Infunde amorem cordibus:
Infirma nostri corporis
Virtute firmans perpeti.
Hostem repellas longius,
Pacemque dones protinus:
Ductore sic te praevio,
Vitemus omne noxium.
Per te sciamus da Patrem,
Noscamus atque Filium;
Teque utriusque Spiritum
Credamus omni tempore.
Deo Patri sit gloria,
Et Filio qui a mortuis
Surrexit, ac Paraclito,
In saeculorum saecula. Amen.
Sub tuum praesidium confugimus,
Sancta Dei Genetrix.
Nostras deprecationes ne despiciasin necessitatibus,
sed a periculis cunctislibera nos semper,
Virgo gloriosa et benedicta.
«Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre…»
Buena lectura.
El nuevo Papa, en mi opinión, deberá de revisar alguna doctrina católica sobre la pena de muerte, la guerra justa, el tiranicidio y la resistencia proactiva y pasiva a la Autoridad injusta que estableció Francisco.
La enseñanza tradicional de la Iglesia Católica aborda temas éticos y morales complejos, como la pena de muerte, la guerra justa, el tiranicidio, la resistencia a la opresión y la desobediencia a la autoridad injusta. Estas posturas se fundamentan en la Sagrada Escritura, la Sagrada Tradición y el Magisterio, y están sujetas a condiciones estrictas de legitimidad moral.
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I. La Pena de muerte
La doctrina católica tradicional considera que la pena de muerte puede ser lícita y válida en ciertos casos, siempre que se cumplan condiciones rigurosas que garanticen la justicia y promuevan el bien común.
Estas condiciones incluyen la plena comprobación de la identidad y responsabilidad del culpable, la inexistencia de alternativas efectivas (como sistemas de detención o reinserción) y la proporcionalidad de la pena.
La decisión sobre su aplicación recae en las autoridades responsables del bien común, quienes deben actuar con prudencia y, en algunos contextos, consultar a la ciudadanía mediante mecanismos democráticos.
Fundamentos teológicos y magisteriales:
A. Antiguo Testamento:
Levítico (22, 2; 22, 9-10; 22, 27; 24, 16-17) prescribe la pena de muerte para delitos graves, como la blasfemia o el homicidio.
Salmo 100, 8: «De mañana haré perecer a todos los impíos de la tierra y exterminaré de la ciudad de Dios a todos los obradores de la iniquidad».
B. Nuevo Testamento:
San Pablo, en Romanos 13, 4, describe a la autoridad como «ministro de Dios, vengador para castigo del que obra el mal», evocando la espada como instrumento de justicia.
C. Padres de la Iglesia:
San Agustín, en La Ciudad de Dios (I, 21), afirma: «No violan este precepto, “no matarás”, los que por orden de Dios declaran guerras o representando la potestad pública y obrando según el imperio de la justicia castigaron a los facinerosos y perversos quitándoles la vida».
En El Sermón de la Montaña (20, 64), señala que santos como Elías aplicaron la pena de muerte con justicia, guiados por el Espíritu.
En Carta 153 (6, 16), sostiene: «No por eso se ha instituido en vano la potestad regia, el derecho de vida y muerte del juez… Por temor a esas cosas se reprimen los malos y viven los buenos más tranquilamente entre los malos».
Santo Tomás de Aquino:
En la Suma Teológica (II-II, q.64, a.2), compara la ejecución de un criminal con la amputación de un miembro enfermo para salvar a la sociedad: «De la misma manera que es conveniente y lícito amputar un miembro putrefacto para salvar la salud del resto del cuerpo, de la misma manera lo es también eliminar al criminal pervertido mediante la pena de muerte para salvar al resto de la sociedad».
En I-II, q.100, a.8, ad 3, añade: «Matar a los malhechores, a los enemigos de la república, eso no es cosa indebida. Por tanto, no es contrario al precepto del decálogo, ni tal muerte es el homicidio que se prohíbe en el precepto del decálogo».
En II-II, q.64, a.2, ad 2, explica: «Dios… arrebata la vida de los pecadores para liberar a los buenos; otras veces les concede tiempo de arrepentirse… También en esto le imita la justicia humana según su posibilidad, pues hace morir a los que son funestos para los demás».
En II-II, q.25, a.6, ad 2, subraya que la pena de muerte se aplica por caridad al bien común, no por odio: «Esta clase de pecadores, de quienes se supone que son más perniciosos para los demás que susceptibles de enmienda, la ley divina y humana prescriben su muerte».
D. Magisterio:
Inocencio III, en la carta Ejus exemplo (1208, DS 795), afirmó: «De la potestad secular afirmamos que sin pecado mortal puede ejercer juicio de sangre, con tal que para inferir la vindicta no proceda con odio, sino por juicio, no incautamente, sino con consejo».
León X, en la bula Exsurge Domine (1520, DS 795), condenó la proposición de Lutero de que «quemar herejes es contra la voluntad del Espíritu».
León XIII, en la encíclica Pastoralis officii (1881, DS 3272), reconoció el derecho de la autoridad pública a infligir la pena de muerte, distinguiéndolo de actos privados como el duelo.
El Catecismo Romano (1566, III, V, III, A, 2) establece que los jueces que dictan sentencias de muerte no cometen homicidio, sino que ejecutan la ley divina: «Dictando sentencia de muerte, los jueces no sólo no son reos de homicidio, sino más bien ejecutores de la ley divina, que prohíbe matar culpablemente».
El Catecismo Mayor de San Pío X (n. 415) señala que es lícito matar «cuando se ejecuta una sentencia de muerte por orden de la autoridad suprema».
El Catecismo de la Iglesia Católica (1992, n. 2266-2267, antes de la reforma de 2018) afirmaba: «La enseñanza tradicional de la Iglesia no excluye, supuesta la plena comprobación de la identidad y de la responsabilidad del culpable, el recurso a la pena de muerte, si esta fuera el único camino posible para defender eficazmente del agresor injusto las vidas humanas».
El grave error de Francisco al decir que la pena de muerte es inadmisible porque atenta contra la inviolabilidad y la dignidad de la persona, es que contradice a la enseñanza tradicional que justifica como lícitas y válidas a las penas proporcionales y retributivas: en moral católica las valoraciones son lícitas y válidas, no inadmisibles.
Juan Pablo II, en Evangelium Vitae (n. 56), precisó que la pena de muerte solo es admisible «en casos de absoluta necesidad, es decir, cuando la defensa de la sociedad no sea posible de otro modo».
Pío XII, en un discurso al I Congreso Internacional de Histopatología (1952, n. 28), explicó: «Aun en el caso de que se trate de la ejecución de un condenado a muerte, el Estado no dispone del derecho del individuo a la vida. Entonces está reservado al poder público privar al condenado del bien de la vida, en expiación de su falta, después de que, por su crimen, él se ha desposeído de su derecho a la vida».
E. Contexto histórico
Hasta 1870, los Estados Pontificios aplicaron la pena de muerte en casos excepcionales, como lo ilustran las ejecuciones realizadas por figuras como Mastro Titta en Piazza del Popolo. Esto refleja la aceptación histórica de la pena de muerte en contextos específicos.
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II. La guerra justa
La doctrina católica reconoce la licitud de la guerra justa como un medio de legítima defensa frente a un agresor injusto, siempre que se cumplan condiciones estrictas de legitimidad moral.
Estas condiciones, enumeradas en el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 2309), son:
1. Que el daño causado por el agresor a la nación o a la comunidad de naciones sea duradero, grave y cierto.
2. Que todos los demás medios para poner fin a la agresión hayan resultado impracticables o ineficaces.
3. Que se reúnan condiciones serias de éxito.
4. Que el empleo de las armas no entrañe males y desórdenes más graves que el mal que se pretende eliminar.
Fundamentos teológicos:
A. Antiguo Testamento:
Relata guerras ordenadas por Dios, como las descritas en los libros de los Macabeos, donde se defendió la fe y la comunidad frente a la opresión religiosa (I Macabeos 2: «Si todos nos comportamos como nuestros hermanos y no peleamos contra los gentiles por nuestras vidas y nuestras costumbres, muy pronto nos exterminarán de la tierra»).
B. Santo Tomás de Aquino: En la Suma Teológica (II-II, q.40), establece que la guerra es lícita si es declarada por una autoridad legítima, por una causa justa y con intención recta.
C. Catecismo de la Iglesia Católica (n. 2308): Subraya el deber de evitar las guerras, pero reconoce el derecho a la legítima defensa «mientras exista el riesgo de guerra y falte una autoridad internacional competente y provista de la fuerza correspondiente».
D. Gaudium et Spes (n. 79): Reafirma el derecho de los gobiernos a la defensa legítima una vez agotados los medios pacíficos.
E. Perspectiva contemporánea
Documentos recientes, como Dignitas Infinita (2024, n. 39), condenan la guerra en términos generales, citando a Pablo VI («¡Nunca jamás guerra!») y a Juan Pablo II («¡No matéis! ¡No preparéis a los hombres destrucciones y exterminio!»). Sin embargo, la doctrina tradicional sigue considerando la guerra justa como una excepción legítima en casos de agresión grave, de lo contrario, no habría sido legítima la Segunda Guerra Mundial contra las nazismo, la Guerra fría contra el comunismo o la actual guerra de Ucrania.
Además, Dignitas Infinita (n. 39), contiene un grave error: la dignidad infinita solo se predica de Dios, no del hombre, pues el hombre puede ser juzgado y penado con la condenación eterna del infierno.
Afirma que «la guerra en nombre de la religión es una guerra contra la religión misma», lo que contrasta como sinsentido con la tradición de guerras religiosas justificadas, como la Reconquista española o las luchas de los Macabeos contra el paganismo helenistico y genocida de los seléucidas.
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III. Tiranicidio y resistencia a la opresión
El Catecismo de la Iglesia Católica (n. 2243) establece que la resistencia armada contra un gobierno opresor es lícita solo bajo cinco condiciones:
1. Existencia de violaciones ciertas, graves y prolongadas de los derechos fundamentales.
2. Agotamiento de todos los recursos pacíficos para la cesación de la tiranía.
3. No provocar desórdenes peores como consecuencia de la resistencia.
4. Existencia de una esperanza fundada de éxito.
5. Imposibilidad de prever razonablemente soluciones mejores.
Fundamentos teológicos:
A. La distinción entre la obediencia a Dios y a las autoridades civiles, basada en Mateo 22, 21 («Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios») y Hechos 5, 29 («Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres»).
B. Santo Tomás de Aquino y otros teólogos defienden que la resistencia al tirano es un acto de caridad hacia el bien común, siempre que se actúe con prudencia y en favor de la justicia.
C. La Escuela de Salamanca, especialmente a través de teólogos como Francisco de Vitoria, Domingo de Soto y Francisco Suárez, desarrolló una doctrina que justificaba la resistencia, desobediencia e incluso oposición al Papa o al Emperador en casos específicos.
Según sus planteamientos, esta resistencia era legítima si las autoridades dictaban actos que:
1. Afectaban materias graves: Como la violación de derechos fundamentales, la justicia o la ley natural.
2. Causaban efectos graves: Por ejemplo, perjuicios significativos al bien común o a la comunidad.
Estos teólogos argumentaban que el poder político y eclesiástico no es absoluto, sino que está limitado por la ley divina, natural y el bien común. Si el Papa o el Emperador actuaban contra estos principios, los súbditos podían resistir, desobedecer o, en casos extremos, deponer a la autoridad (teoría del tiranicidio en Suárez). Esta postura se basaba en la idea de que la autoridad deriva de Dios, pero se ejerce a través del consentimiento del pueblo, lo que permitía cuestionar actos injustos.
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IV. Desobediencia a la Autoridad injusta
El Catecismo de la Iglesia Católica (n. 2242) establece que los ciudadanos no están obligados a obedecer a las autoridades civiles cuando sus mandatos contradicen:
1. El orden moral.
2. Los derechos fundamentales de las personas.
3. Las enseñanzas del Evangelio.
4. La desobediencia debe respetar los límites de la ley natural y evangélica, y no exime de buscar el bien común.
5. El rechazo a obedecer órdenes injustas se justifica en la distinción entre el servicio a Dios y el servicio a la comunidad política.
Fundamentos teológicos:
A. Gaudium et Spes (n. 74, 5): «Cuando la autoridad pública, excediéndose en sus competencias, oprime a los ciudadanos, éstos no deben rechazar las exigencias objetivas del bien común; pero les es lícito defender sus derechos y los de sus conciudadanos contra el abuso de esta autoridad, guardando los límites que señala la ley natural y evangélica».
B. La prioridad de la conciencia recta, respaldada por textos como Hechos 5, 29, que enfatizan la obediencia a Dios por encima de los hombres.
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V. La legítima defensa, el estado de necesidad y el cumplimiento de un deber o ejercicio de un derecho en materias graves.
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VI. Conclusión
La doctrina católica tradicional reconoce la licitud de ciertas acciones en circunstancias excepcionales, siempre bajo condiciones estrictas de legitimidad moral.
Estas incluyen:
1. La pena de muerte, como medida extrema para proteger el bien común.
2. La guerra justa, como defensa frente a un agresor injusto.
3. El tiranicidio y la resistencia a la opresión, para contrarrestar violaciones graves de los derechos fundamentales.
4. La desobediencia a la autoridad injusta, cuando sus mandatos contradicen el orden moral o el Evangelio.
5. La legítima defensa, el estado de necesidad y el cumplimiento de un deber o ejercicio de un derecho en materias graves.
Estas enseñanzas, arraigadas en la Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio, buscan equilibrar la justicia, la protección del bien común y el respeto por la vida humana.
Aunque el Magisterio reciente, bajo figuras como el Papa Francisco, enfatiza la paz y la dignidad humana, pero dando justificaciones las más de las veces confusas la doctrina tradicional sigue siendo un marco fundamental para comprender estas cuestiones en contextos de grave necesidad.
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«Elisabetta Piqué, demostrando su analfabetismo funcional…» La mejor definición !!!!!!!!! Décadas soportando su ignorancia, su masónica animadversión hacia JPII y BXVI. Su amor sin límites a F I. Pero sobre todo, eso: su analfabetismo profesional
Que el nuevo papa tome nota de la salida de tono del cardenal Re y suprima el rito de la paz. He visto quien se pasea por toda la iglesia dando la mano a todos. Es horrendo. Con dársela uno que esté a tu lado es suficiente.
Por tirar de memoria,recordar algo que retrata la imbecilidad de RE:Hace años,y con su buen humor gallego,Paco Pepe «travesureaba» con que su informador en el Vaticano era Re:El cardenal le informaría con mucha antelación de los movimientos episcopales que se iban a dar en España…Bueno,pues lo que obviamente era sólo una brometa,ofendió al purpurado,y llamó al orden a Cigoña.
¡Se retrató!
Tan importantes se creen
no pocos personajillos,
que reaccionan con cuchillo
a las bromas que les den.
Los ignorantes,no ven
que,al fin,son menos que grillos;
que es prestado todo el brillo
del que gozan en su tren…
Mañana,el tren descarrila;
y el brillo se ve apagado
pues que sólo era oropel.
Y en su terrena mochila
no queda mayor legado
que un barquichuelo en papel…