Durante la mañana del 9 de julio, en el marco del décimo aniversario de la encíclica Laudato si’, el Papa León XIV presidió la primera Misa por el Cuidado de la Creación en el Jardín de la Madonnina del Borgo Laudato si’, en Castel Gandolfo. El Pontífice instó a una “conversión y audacia” ante la destrucción de la casa común, reafirmando así el creciente compromiso de la Iglesia Católica con la ecología integral y la justicia climática, enfatizando que «solo una mirada contemplativa puede transformar nuestra relación con la creación y ayudarnos a salir de la crisis ecológica» .
Homilía del Papa: conversión ecológica y esperanza
La lecturas de esta nueva Misa invitan a los fieles a reflexionar sobre la creación, hecho que el Papa León XIV recalcó durante su homilía. Lanzó así un fuerte llamado a la conversión ecológica, subrayando la conexión directa entre los desastres naturales y el impacto de los excesos humanos sobre el medio ambiente.
Tantos desastres naturales que vemos en el mundo son en parte causados por los excesos del ser humano”, advirtió el Pontífice, marcando así una línea clara entre responsabilidad moral y crisis ambiental.
El Papa invitó a todos los fieles a examinar su estilo de vida y a asumir un compromiso concreto con la protección del medio ambiente, resaltando la urgencia de salvaguardar la «casa común», un término clave en la doctrina ecológica desarrollada desde la encíclica Laudato si’.
Además, León XIV estableció un vínculo entre la emergencia ecológica y la inestabilidad global, afirmando que “el mundo arde, tanto por el calentamiento global como por los conflictos armados”, recordando que la paz con la creación es inseparable de la paz entre los pueblos.
Liturgia ecológica: prioridad emergente en el Vaticano
Esta celebración marca un hito en la nueva liturgia ecológica promovida por la Santa Sede. Por primera vez se utilizó un formulario litúrgico oficial para el cuidado de la creación, aprobado por el Dicasterio para el Culto Divino. Este gesto simbólico y normativo confirma el rumbo ecológico del pontificado de León XIV.
El Vaticano ha reforzado esta línea trabajando en conjunto con conferencias episcopales de América Latina, África y Asia, para impulsar una conversión ecológica global. Desde Roma se insiste en que los temas ambientales no son “opcionales” sino parte esencial de la doctrina social de la Iglesia.
Durante la homilía, el Papa subrayó que “la creación es un don y no una propiedad”, exhortando a los fieles a mirar la naturaleza con “espíritu contemplativo” y a asumir su responsabilidad moral ante la crisis climática.
«Sólo una mirada contemplativa puede cambiar nuestra relación con las cosas creadas y ayudarnos a salir de la crisis ecológica»
Un énfasis que genera preguntas
Aunque el compromiso cristiano con el medio ambiente no es nuevo, la creación de una misa específica dedicada a esta causa ha generado inquietud en ciertos sectores del pueblo fiel. Muchos católicos se preguntan si este énfasis responde verdaderamente a las prioridades actuales de la Iglesia.
En tiempos donde aumentan las persecuciones a cristianos en diversas partes del mundo, donde los sacramentos se ven amenazados por la secularización y donde escasean las vocaciones sacerdotales y religiosas, la introducción de celebraciones centradas en la ecología podría desdibujar el núcleo del mensaje evangélico.
Además, algunos observadores advierten sobre la creciente influencia de un ecologismo radical con motivaciones ideológicas y agendas políticas ocultas, que han instrumentalizado el discurso ambiental para fines ajenos al Evangelio. La confusión entre este tipo de ecologismo y la visión cristiana de la creación podría debilitar la identidad teológica del mensaje eclesial.
Puede leer la homilía completa aquí:
En este bellísimo día, ante todo quisiera invitar a todos, comenzando por mí mismo, a vivir lo que estamos celebrando en la belleza de una catedral, se podría decir “natural”, con las plantas y tantos elementos de la creación que nos han traído aquí para celebrar la Eucaristía, que significa: dar gracias al Señor.
En esta Eucaristía hay muchos motivos por los cuales queremos dar gracias al Señor: esta celebración podría ser la primera con la nueva fórmula de la Santa Misa por el cuidado de la creación, que también ha sido expresión del trabajo de los diversos Dicasterios del Vaticano.
Y personalmente agradezco a tantas personas aquí presentes que han trabajado en este sentido para la liturgia. Como saben, la liturgia representa la vida, y ustedes son la vida de este Centro Laudato si’. Quisiera darles las gracias en este momento, en esta ocasión, por todo lo que hacen siguiendo esta bellísima inspiración del Papa Francisco, quien ha ofrecido esta pequeña porción, estos jardines, estos espacios precisamente para continuar con la misión tan importante relacionada con todo lo que conocemos después de 10 años de la publicación de Laudato si’: la necesidad de cuidar la creación, la casa común.
Aquí es como en las iglesias antiguas de los primeros siglos, que tenían la fuente bautismal por la que se debía pasar para luego entrar en la iglesia. No quisiera ser bautizado en esta agua… pero el símbolo de pasar a través del agua para ser lavados de nuestros pecados, de nuestras debilidades, y así poder entrar en el gran misterio de la Iglesia es algo que vivimos también hoy. Al inicio de la Misa hemos rezado por la conversión, nuestra conversión. Quisiera añadir que debemos rezar por la conversión de tantas personas, dentro y fuera de la Iglesia, que todavía no reconocen la urgencia de cuidar la casa común.
Tantos desastres naturales que seguimos viendo en el mundo, casi a diario en muchos lugares, en muchos países, son en parte causados también por los excesos del ser humano, con su estilo de vida. Por eso debemos preguntarnos si nosotros mismos estamos viviendo o no esa conversión: ¡cuánto hace falta!
Habiendo dicho todo esto, tengo también una homilía que había preparado y que compartiré; tengan un poco de paciencia: hay algunos elementos que realmente ayudan a continuar con la reflexión esta mañana, compartiendo este momento familiar y sereno, en un mundo que arde, tanto por el calentamiento global como por los conflictos armados, lo cual hace tan actual el mensaje del Papa Francisco en sus Encíclicas Laudato si’ y Fratelli tutti. Podemos encontrarnos justamente en este Evangelio que hemos escuchado, observando el miedo de los discípulos en la tormenta, un miedo que es el de gran parte de la humanidad. Pero en el corazón del año del Jubileo nosotros confesamos —y podemos repetirlo muchas veces—: ¡hay esperanza! La hemos encontrado en Jesús. Él aún calma la tormenta. Su poder no perturba, sino que crea; no destruye, sino que da el ser, dando nueva vida. Y también nosotros nos preguntamos: «¿Quién es este, que hasta los vientos y el mar le obedecen?» (Mt 8,27).
El asombro que expresa esta pregunta es el primer paso que nos hace salir del miedo. Alrededor del lago de Galilea, Jesús había vivido y rezado. Allí había llamado a sus primeros discípulos en sus lugares de vida y de trabajo. Las parábolas, con las que anunciaba el Reino de Dios, revelan un profundo vínculo con esa tierra y con esas aguas, con el ritmo de las estaciones y la vida de las criaturas.
El evangelista Mateo describe la tormenta como un “temblor de tierra” (la palabra seismos): Mateo usará el mismo término para el terremoto en el momento de la muerte de Jesús y en el amanecer de su resurrección. Sobre ese trastorno Cristo se eleva, erguido: ya aquí el Evangelio nos permite vislumbrar al Resucitado, presente en nuestra historia puesta patas arriba. El reproche que Jesús dirige al viento y al mar manifiesta su poder de vida y de salvación, que supera esas fuerzas ante las cuales las criaturas se sienten perdidas.
Entonces, volvamos a preguntarnos: «¿Quién es este, que hasta los vientos y el mar le obedecen?» (Mt 8,27). El himno de la carta a los Colosenses que hemos escuchado parece responder precisamente a esta pregunta: «Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda la creación, porque en él fueron creadas todas las cosas en los cielos y en la tierra» (Col 1,15-16). Sus discípulos, ese día, a merced de la tormenta, presas del miedo, aún no podían profesar este conocimiento de Jesús. Nosotros hoy, en la fe que nos ha sido transmitida, podemos en cambio continuar: «Él es también la cabeza del cuerpo, de la Iglesia. Él es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que sea él el primero en todo» (v. 18). Esas son palabras que nos comprometen a lo largo de la historia, que nos hacen un cuerpo viviente, el cuerpo del cual Cristo es la cabeza. Nuestra misión de custodiar la creación, de llevarle paz y reconciliación, es su misma misión: la misión que el Señor nos ha confiado. Nosotros escuchamos el clamor de la tierra, nosotros escuchamos el clamor de los pobres, porque ese clamor ha llegado al corazón de Dios. Nuestra indignación es su indignación, nuestro trabajo es su trabajo.
A propósito, el canto del salmista nos inspira: «la voz del Señor está sobre las aguas, el Dios de la gloria truena, el Señor sobre las aguas caudalosas. La voz del Señor es potente, la voz del Señor es majestuosa» (Sal 29,3-4). Esta voz compromete a la Iglesia con la profecía, incluso cuando exige la audacia de oponernos al poder destructivo de los príncipes de este mundo. La indestructible alianza entre Creador y criaturas, de hecho, moviliza nuestras inteligencias y nuestros esfuerzos, para que el mal se transforme en bien, la injusticia en justicia, la avidez en comunión.
Con amor infinito, el único Dios ha creado todas las cosas, dándonos la vida: por esto san Francisco de Asís llama a las criaturas hermano, hermana, madre. Solo una mirada contemplativa puede cambiar nuestra relación con las cosas creadas y hacernos salir de la crisis ecológica que tiene como causa la ruptura de las relaciones con Dios, con el prójimo y con la tierra, a causa del pecado (cfr. Papa Francisco, Enc. Laudato si’, 66).
Queridísimos hermanos y hermanas, el Borgo Laudato si’, en el cual nos encontramos, quiere ser, por intuición del Papa Francisco, un “laboratorio” en el cual vivir esa armonía con la creación que es para nosotros sanación y reconciliación, elaborando modos nuevos y eficaces de custodiar la naturaleza que se nos ha confiado. A ustedes, que se dedican con empeño a realizar este proyecto, les aseguro por tanto mi oración y mi aliento.
La Eucaristía que estamos celebrando da sentido y sostiene nuestro trabajo. Como escribe el Papa Francisco, en efecto, «en la Eucaristía la creación alcanza su mayor elevación. La gracia, que tiende a manifestarse de modo sensible, alcanza una expresión maravillosa cuando Dios mismo, hecho hombre, llega a hacerse comida por su criatura. El Señor, en el culmen del misterio de la Encarnación, quiso llegar a nuestra intimidad a través de un fragmento de materia. No desde lo alto, sino desde dentro, para que en nuestro mismo mundo pudiéramos encontrarlo» (Papa Francisco, Enc. Laudato si’, 236). Desde este lugar deseo, por tanto, concluir estos pensamientos confiándoles las palabras con las que san Agustín, en las últimas páginas de sus Confesiones, asocia las cosas creadas y al hombre en una alabanza cósmica: oh Señor, «tus obras te alaban para que te amemos, y nosotros te amamos para que te alaben tus obras» (San Agustín, Confesiones, XIII, 33,48). Que sea esta la armonía que difundamos en el mundo.
Texto traducido de: https://press.vatican.va/content/salastampa/it/bollettino/pubblico/2025/07/09/0486/00888.html
