Una tarea para León XIV: reorbitar la ortopraxis

Cristo como centro gravitacional que reorbita la ortopraxis católica
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Hace algunos días, un lector habitual del blog que firma como El marqués de Godoy, dejó un reflexión interesante en un comentario:
“Creo que es todo una cuestión gravitatoria: cuando el centro del sistema solar está bien fundado, los demás planetas orbitan correctamente, sin salirse por la tangente ni colapsar unos contra otros o contra la misma estrella solar. Cuando Cristo Luz del mundo y Sol de justicia es reconocido y predicado como tal, los demás planetas -migrantes, cuidado de la creación, pobreza y miseria material- naturalmente recuperan su órbita y la importancia y dimensión que tienen. ¡Y vaya que la tienen! Solo que estábamos hartos de la caricaturización e ideologización de las mismas”.

Creo que efectivamente es así. Estamos todos muy sensibilizados con respectos a ciertos temas (inmigración, cuidado del medio ambiente, atención prioritaria a los pobres, acogida a todos, todos, todos, etc) que, cualquier alusión a ellos, nos hace calificar a quien la hace como francisquista, y esa etiqueta a todos los católicos en serio nos despierta aversión. Pero hay que ser cautos en distinguir que el problema no son los temas sino que el problema fue Francisco. Como bien dice Chesterton en Ortodoxia, “las herejías son verdades que se volvieron locas”; y eso fue lo que hizo el Papa argentino: no solamente volvió locos a los católicos sino a buena parte de las verdades de la fe. O, para seguir con la imagen del comentario del Marqués de Godoy, desorbitó las verdades de la fe, simplemente porque ocultó o desplazó a Cristo el Señor como centro gravitacional.

No fue una sorpresa, al menos para nosotros. Lo dijimos al inicio mismo del pontificado de Francisco, y lo dijimos varias veces: Bergoglio iba a quemar las buenas causas, a las que era necesario atender, y después, de tan caliente que estarían, cualquiera que las tocara se quemaría también. Pero el problema aquí no es tanto de quien las debe tocar —en nuestro caso, el Papa León XIV—, sino de quienes observamos con lupa cada uno de sus gestos para ver si sigue el camino francisquista o vuelve a la ortodoxia católica. No digo que esté mal hacerlo, y sobre todo en los primeros meses del pontificado, pero me parece que debemos ser cuidados en reconocer que se trata de verdades que forman parte de la praxis de la Iglesia; o dicho de otro modo, es la ortopraxis, tan importante como la ortodoxia.

Veamos algunas verdades desorbitadas por Francisco. La Iglesia siempre se preocupó por los migrantes. Y es muy fácil comprobarlo: basta nombrar a Santa Francisca Javier Cabrini o al beato Juan Bautista Scalabrini, ambos fundadores de congregaciones religiosas dedicadas exclusivamente a la atención de los inmigrantes. Argentina es un país de inmigrantes, y si recorremos, por ejemplo, la provincia de Santa Fe, donde se establecieron muchos de ellos de origen alemán y suizo, veremos las numerosas fundaciones que alguna vez existieron de congregaciones de esos orígenes (como las fundadas por San Arnoldo Janssen) que justamente seguían a quienes dejaban sus tierras. En pocas palabras, está fuera de toda discusión la necesidad y oportunidad de que la Iglesia se ocupe de los migrantes. El problema es que Francisco volvió loca esta verdad; la desorbitó, posicionándose políticamente —que era lo único que le interesaba— y arrasando con las distinciones más básicas y elementales que cualquiera puede ver. No es lo mismo la invasión que no inmigración, de africanos musulmanes a Europa, que la inmigración de latinos cristianos a Estados Unidos. Como decía otro lector del blog, no se trata de abrir las fronteras indiscriminadamente pero tampoco de construir un muro de Adriano. Y la Iglesia debe atender, como siempre lo hizo, a los migrantes, porque es una realidad que se impone, pero hacerlo posicionada en lo que es: la Esposa de Cristo, y no una sucursal política de Georges Soros.

La sola mención a Laudato sì y a toda la monserga bergogliana del cuidado de la “madre tierra” me eriza la piel. Sin embargo, debemos reconocer nuevamente que el problema no es el tema sino la desorbitación que hizo el Porteño de ese tema. Recordemos que el cuidado del medio ambiente fue durante décadas un tema propio del mundo católico conservador, pues era parte de la oposición al capitalismo salvaje que, con tal de obtener beneficios, no teme en depredar floras y faunas en todo el planeta. Basta pensar en J.R.R. Tolkien y toda su obra literaria. Ciertamente, en El señor de los anillos hay una fuerte crítica al descuido o destrucción del planeta, y de modo similar, y desde la filosofía, se expresa Roger Scruton. Pero vayamos más atrás. Para los Padres de la Iglesia, y para San Francisco de Asís también, cada criatura, cada árbol y cada ballena, no sólo han sido queridos por Dios sino que en ellos habitan las “razones” (logoi) divinas que pueden ser vistas por aquellos que han avanzado en la vida espiritual y son capaces de contemplar esas maravillas de Dios. Si bien el hombre fue puesto como rey de la Creación para que se sirviera de ella a fin de atender sus necesidades, no puede destruirla ni usarla como le plazca, porque la Creación, y cada criatura, es y posee un reflejo sagrado.

Cuando un cura u obispo habla de los pobres, ya me pongo en guardia porque la experiencia de décadas me dice que se trata, en la gran mayoría de los casos, de operadores sociales que utilizan la Iglesia para sus intereses filantrópicos y desnaturalizan la fe, que probablemente no posean. Pero no hace falta extenderse mucho para probar que la preocupación por los más pobres y necesitados fue siempre prioritaria en la Iglesia. Y lo vemos en los Hechos de los Apóstoles, en las cartas de San Pablo, en las obras de todos los Padres y en el testimonio de miles de santos. Cuidar y proteger a los más pobres es un deber de todos los católicos. El problema es la desorbitación de esta misión que se hizo desde el Vaticano II a esta parte, y que Bergoglio llevó a su paroxismo.

La acogida a “todos, todos, todos” nos pone también muy mal, pero veamos un par de ejemplos que nos muestran que, cuando estas iniciativas están bien orbitadas, son necesarias. San Vital, monje y ermitaño de Gaza (siglo VII), es reconocido como el patrón de las prostitutas. A los 60 años, se trasladó a Alejandría, donde trabajó como jornalero y usó su salario para visitar a prostitutas, no para explotarlas, sino para hablarles de su dignidad y animarlas a dejar esa vida. Pasaba las noches orando por ellas, lo que generó controversia entre los cristianos locales. Tras su muerte, muchas mujeres a las que ayudó asistieron a su funeral, testificando su labor. Y otro ejemplo: San Juan Francisco Regis (siglo XVII) trabajó incansablemente en las regiones rurales de Francia, donde la pobreza llevaba a muchas mujeres a la prostitución. Arriesgó su vida para rescatarlas, ofreciéndoles apoyo material y espiritual. Y otro más: Santa María Eufrasia Pelletier (siglo XIX) fundó la congregación de las hermanas del Buen Pastor cuyo propósito era la atención, rehabilitación y educación de mujeres y niñas en situación de vulnerabilidad, especialmente aquellas que enfrentaban pobreza, explotación o prostitución. [Interesante esta información sobre el trabajo del Papa León XIV en Perú con mujeres prostitutas].

En resumen, una de las tareas, y de las más difíciles, que tendrá que enfrentar León XIV, si quiere y puede, es la de reorbitar los elementos más básicos de la ortopraxis católica que fueron desnaturalizados, vueltos locos o desorbitados por Francisco. Aunque las experiencias traumáticas que vivimos nos lleven a ponernos en guardia cada vez que escuchamos hablar de esos temas, sería prudente que, sin bajar la guardia, hagamos todos el esfuerzo de no prejuzgar sino, al contrario, dar una oportunidad para que los planetas fueran a orbitar correctamente.

Tomado de: Wanderer

 

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