Nada más católico que rezar por los difuntos. Y sin embargo, precisamente eso —rezar por ellos— es lo que más escasea cuando el fallecido ha sido una figura pública o eclesiástica. En lugar de súplicas, lo que abunda son canonizaciones exprés. Nadie se atreve a mencionar la posibilidad de que el difunto necesite algo tan básico como nuestras oraciones. ¿No es eso una falta de caridad?
El silencio sobre el juicio de Dios
¿Dónde ha quedado la doctrina clara y compasiva del juicio particular? ¿No creemos ya que toda alma será examinada por Dios al momento de su muerte? ¿No sigue vigente la necesidad de purificación para alcanzar la visión beatífica?
Muchos fieles que amaron sinceramente a la Iglesia y sufrieron bajo el pontificado de Francisco —por confusión doctrinal, ambigüedad moral o negligencias pastorales— no pueden sino sentirse desconcertados cuando se les pide “dar gracias” por su vida pública sin el menor matiz. ¿No sería más honesto, más misericordioso y más cristiano pedir simplemente que recemos por su alma?
¿Ignoraremos el elefante en la habitación?
No se trata de juzgar. Pero tampoco podemos seguir fingiendo que no pasó nada. Que no existieron los escándalos financieros, los nombramientos desconcertantes, la confusión doctrinal, la marginación sistemática de fieles católicos apegados a la Tradición. Que no hubo silencio frente al abuso, persecución de comunidades florecientes, ni palabras hirientes hacia quienes sólo querían ser fieles.
Rezar por un Papa no es difamarlo. Es tomar en serio la eternidad. Es decir con el Catecismo: “No hay obra más grande de caridad que rogar por los muertos”. Sobre todo cuando su responsabilidad ha sido tan grande.
León XIV y el camino de la verdad
León XIV ha demostrado, desde el inicio de su pontificado, un estilo profundamente diferente. Más sobrio, más claro, más humilde. Quizá por eso, en su mensaje de hoy, ha optado por un tono afectuoso pero firme. Su recordatorio de Francisco como “amado Papa” es comprensible. Pero no basta con las emociones.
La Iglesia necesita sanar. Y para sanar, hace falta decir la verdad. También sobre los pontificados difíciles. Sin odio. Sin rencor. Pero también sin maquillaje.
Quizá sea hora de dejar de evitar el elefante en la habitación.
Quizá sea hora de, sencillamente, rezar por él.
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