Cada vez son más los obispos que parecen amordazados frente a la creciente presión de la cultura woke. Las recientes denuncias contra diócesis españolas por supuestas «terapias de conversión» han desatado un pánico que se traduce en comunicados rápidos, disculpas públicas y un esfuerzo por desmarcarse de cualquier práctica que pueda ser tachada de «homófoba».
Ya sea en Getafe, donde se apresuran a rechazar estas terapias, en Valencia, donde se niega cualquier vinculación con ellas, o en Málaga, donde las acusaciones han puesto en jaque a toda la diócesis, lo que predomina es el miedo. Miedo a ser cancelados, señalados o etiquetados como retrógrados por una sociedad que dicta sus propias normas morales y exige sumisión absoluta. ¿Dónde están los mártires del siglo XXI? ¿Qué pasó con la valentía de defender la verdad aunque esto implique enfrentarse al escarnio público?
Si tengo pene y me gustan los hombres, pero estoy casado con una mujer y quiero cambiar mi género, ¿puede ser llamado esto terapia de conversión?
Vivimos en la era del «todo vale, pero solo si se ajusta a mi ideología», y pocas cosas son tan divertidas como ver cómo se retuercen los dogmas del progresismo para encajar en su propio laberinto de contradicciones. Vamos a hacer un experimento y reírnos un rato.
Supongamos un caso hipotético: un hombre, varón biológico con pene (sí, hay que aclararlo porque hoy en día esto es casi subversivo), casado con una mujer y atraído por hombres. Decide buscar ayuda para ser fiel a su matrimonio y vivir según su identidad natural. Esto, según la narrativa woke, sería «terapia de conversión» y, por tanto, un acto intolerable. Pero si el mismo hombre afirma que su «verdadera identidad» es ser mujer y decide transicionar, mágicamente todo se convierte en un acto de valentía digno de aplausos. ¿Qué cambió? Nada, salvo el dogma ideológico que dicta qué es aceptable y qué no.
Pero esperen, que hay más diversión: imaginemos otro caso. Una mujer que, hasta los 20 años, solo se sintió atraída por hombres. Un día, descubre que también le gustan las mujeres. Todo bien, porque, claro, «el amor es amor» y más amor, mejor. Pero resulta que esta mujer, en un giro inesperado, decide que quiere limitar su atracción exclusivamente a las mujeres y busca ayuda para lograrlo. ¿Qué dirían los abanderados de la libertad total? ¿Es esto «terapia de conversión»? Oh, no, claro que no. Esto es «explorar su verdadera autenticidad». ¿O sí lo es? Parece que depende de qué tan bien le caiga a Twitter.
El espectáculo está servido: si quieres cambiar tu identidad de género, adelante, eres un héroe. Pero si buscas alinear tus deseos sexuales con una moral natural, basada en la realidad (sí, esa donde el tornillo complementa a la tuerca y no al otro tornillo), entonces eres un intolerante y necesitas reeducación urgente. La contradicción no puede ser más evidente.
Aquí está la pregunta clave: ¿es libertad si solo puedes elegir lo que un grupo de ideólogos considera válido? Porque, siendo sinceros, esta «libertad» suena más como una camisa de fuerza ideológica con colores bonitos. Mientras tanto, procesos invasivos como la hormonación o las cirugías son aplaudidos como actos de valentía, pero sentarte a hablar con alguien para ordenar tu vida según una moral natural es considerado poco menos que un crimen contra la humanidad.
Por cierto, ¿dónde están los obispos en todo esto? Parece que algunos han decidido que enfrentarse a la cultura woke es demasiado trabajo. Y, claro, no sea que los llamen «intolerantes». ¿Qué fue de la valentía de los mártires? ¿Qué pasó con la defensa de la libertad personal, al menos para aquellos que quieren vivir conforme a una moral natural? Si la Iglesia no defiende la posibilidad de un legítimo acompañamiento espiritual o psicológico para quien lo desee, ¿quién lo hará? ¿TikTok?
Además, hay una pregunta que pocos se atreven a hacer: ¿cuántas veces se puede cambiar de identidad de género o de sexo antes de que alguien lo considere «excesivo»? ¿Una vez al año? ¿Una vez por pareja? ¿Y si decido que quiero regresar a mi identidad original? ¿Eso también sería terapia de conversión? Porque, según esta lógica, al parecer el único cambio que cuenta como válido es aquel que encaja con la narrativa woke.
En definitiva, si un hombre con pene, atraído por hombres, decide transicionar a «mujer», será celebrado como el colmo de la autenticidad. Pero si ese mismo hombre decide buscar ayuda para ser fiel a su matrimonio y vivir como el hombre que es, se convertirá automáticamente en un paria social. Esto no es inclusión, no es respeto y, desde luego, no es dignidad. Es hipocresía con purpurina y un letrero de «progreso».
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Valientes santos como San Eulogio de Córdoba (cuya memoria ceebrábamos ayer) y otros contemporáneos suyos, fueron presionados por los invasores musulmanes para no predicar (hacer proselitismo era delito), pero ellos obedecieron a Dios antes que a los hombres, lo que les costó el martirio, pero gracias a su sacrificio convirtieron a Sta. Lucrecia, a Sta. Flora, y a otros.
Los católicos deemos emular este ejemplo, y no ceder ante la dictadura del nuevo orden mundial que convierte el pecado de las conductas lgtbi en un derecho, y criminaliza a quienes queremos resistir frente a ese mal.
Y ante todo esto, es lamentable que la «Iglesia de Francisco» ha caído en las garras de la ideología del NOM, y en vez de obedecer a Dios obedece a los hombres.
Me da mucha pena, pero la Iglesia está infiltrada de perros mudos!
Se puede cambiar de sexo biologico, mental, las veces que sean, incluso diariamente, para eso estan los no binarios itinerantes, todo menos volver al sexo que dio Dios. Esto es como los protestantes, todas las sectas y denominaciones estaban permitidas bajo la libertad religiosa menos la religión verdadera. Ahi se encuentra agusto nuestros funcionarios eclesiasticos.
Hay que ser malintencionado y lerdo para prestarse al juego de manipulación mediática y relato negrolegendario que pretende denigrar y desacreditar una sacra institución como el santo oficio. Roma no paga traidores
Totalmente de acuerdo, Jakim Boor.
Ni es correcto hablar de Inquisición Woke ni viene a cuento, si lo hacen contribuyen a propagar la leyenda negra sobre el catolicismo y sobre España. Cometen una profunda injusticia.
El movimiento woke no tiene nada que ver con el Santo Oficio, el origen de esa ideología perversa se lo disputan el liberalismo y el marxismo a partes iguales.
Por favor, hablen con propiedad, para hacerse los progres ya tenemos la COPE, el ABC y la Razón.
estás un poquito trastornado
Pues ya ves: intento acercarme lo menos posible al peperío casposo y analfabeto que tú encarnas tan bien.
Apaga la COPE, progresaurio montiniano.
No he votado en mi vida al PP, listillo. Levántate del sofá y haz algo productivo con tu vida
Arias, te hemos pillao con el carrito del helao jajjajajajajaja
Si, problema de muchos catolicos, es que han asumido el leguaje anti catolico.
Se habla de la Inquisicion como el culmen de la intolerancia, cuando, durante siglos, este tribunal era mucho mas benevolo que los tribunales civiles. Tanto es asi que, en la revuelta de los campesinos Remensas del s. XVII en Cataluña, reivindicaban la vuelta de la Inquisicion, en sustitución de los Tribunales Civiles.
Tan benévolo que el último condenado a muerte por la inquisición española fue un profesor valenciano por decir a los alumnos que ir a misa los domingos es una elección libre.
No sea MENTIROSO, Probe Migue: usted se refiere a Cayetano Ripoll, cura apóstata CATALÁN (no valenciano, pues nació en Solsona, Lérida) condenado hace dos siglos (murió el 31 de julio de 1826) acusado de HEREJÍA, de difundir el deísmo naturalista de Rousseau y de ser enemigo declarado del catolicismo (DELITO CIVIL en ese momento), no por lo que usted dice, ni por ninguna condena de la Inquisición, pues en ese momento el Santo Oficio NO EXISTÍA (no fue restablecido por Fernando VII hasta después del Trienio Liberal), tras ser encontrado culpable (se negó a retractarse) por la Junta de Fe de la diócesis de Valencia, en manos del gobernador de la mitra (un tipo de funcionario eclesiástico que dirigía y supervisaba a los clérigos y párrocos de la diócesis), Miguel Toranzo y Ceballos, que lo entregó a la autoridad civil, que fue la que lo ahorcó.
Lo que es denunciable de estos descerebrados woke, es el ataque a la libertad en todo su sentido, como consecuencia de un totalitarismo de lo más rancio en pleno S. XXI, , y de un sectarismo que apesta a orina y col fermentada.
La cultura woke es maligna totalmente.
Los pecados que claman al cielo están siendo hoy «blanqueados» por una parte de la Iglesia.
Se alienta a bendecir el pecado (la homosexualidad, el adulterio…), y muchos clérigos están por la labor.
La doctrina católica con el (anti)papa Bergoglio ha desaparecido, pues se la ha cargado con su falso magisterio mundano.
Todo es un sí, pero no. No, pero sí. Contradiciendo al mismo Jesucristo.
Los que levantan la voz son arrinconados, burlados, acosados, sancionados, excomulgados.
Es el signo de los tiempos finales.
Junto al componente netamente diabólico de estas coacciones, no está de más constatar el inmenso cinismo de unos políticos que ven como normal y saludable la conversión de hetero en homo, pero que quieren penalizar y perseguir el camino inverso. Y sobre todo, el descaro de intentar vendernos toda esa bazofia de pretendido rigor científico.
Muy buen artículo, con buenas intenciones, sería conveniente repensar en comunidad con teólogos y filósofos el tema para profundizar.
La izquierda no se cansa nunca de hacer proselitismo, los católicos no debemos cansarnos de evangelizar y abría que retomar el asunto para que no caiga en el olvido dentro de lo prudente para los lectores.
Hay que retomar la vieja escuela de machacar, una y otra vez, no sólo para sacar el bruto de la ignorancia sino para demostrar que nosotros no nos cansamos de evangelizar y de combatir el mal y al malo.
«¿Qué cambió? Nada, »
¿Cómo que no cambió nada? En el primer caso se quiere tener las tendencias naturales, en el segundo caso se va contra la naturaleza.
No es terapia de conversión lo que la Iglesia lleva haciendo desde hace 2000 años?