La buena noticia sobre la Fiducia Supplicans

Papa Francisco y Víctor Manuel Fernández Víctor Manuel Fernández durante el día que fue creado cardenal
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Fiducia Supplicans, tal y como esperaban el Cardenal Fernández y el Papa Francisco, aporta claridad; sólo que no es la claridad que ellos querían.

(Robert B. Greving/Crisis Magazine)-Ahora que se va posando la polvareda sobre Fiducia Supplicans, deberíamos fijarnos en las buenas noticias al respecto. Como esperaban el cardenal Fernández y el papa Francisco, el documento aporta claridad, pero no la que ellos querían.

No clarifica lo que el Vaticano ya había dicho previamente sobre el asunto. (No hay necesidad de aclarar un «No».) Pero ha clarificado lo que muchos cardenales, obispos y sacerdotes creen sobre muchas cosas en la Iglesia, e incluso sobre la Iglesia misma.

En esto todos podemos estar de acuerdo. Ya sea el cardenal Müller o el padre Martin, ya sean los obispos de Alemania o los de África, todos consideran que el documento concede algún tipo de aprobación eclesiástica a quienes viven en «situaciones irregulares», y por «situaciones irregulares» se entiende lo que hasta ahora se había calificado como pecaminoso. La cuestión se ha convertido en la última y más reveladora prueba Rorschach de la fe católica. Así que, Padre Joe, ¿qué hará usted cuando Ted y Steve se le acerquen, cogidos de la mano, después de misa pidiéndole su bendición? Ahora sabremos cuál es la postura de cada sacerdote en este tema y, por extensión, en muchos otros.

Por esa razón, Fiducia Supplicans es problemática para quienes intentan mantener que este papado está en continuidad con los dos (o doscientos) anteriores. Al igual que con Amoris Laetitia (y otros pronunciamientos papales), parece haber una clara ruptura con lo que la Iglesia ha enseñado anteriormente. La aclaración posterior no ha hecho más que clarificar esta ruptura.

Fiducia Supplicans también nos obliga a clarificar -o, mejor aún, a darnos cuenta- lo que entendemos por «litúrgico». Se supone que nuestras vidas giran en torno a la liturgia y viven de ella. Si eso es cierto, si somos creados por Dios y estamos sometidos a Él, ¿puede haber separación entre nuestros actos en Su nombre y nuestra vida privada? ¿Lo que hacemos litúrgicamente es una manifestación de lo que, como Iglesia, creemos, o puede ser algo «personal» para que cada uno lo interprete como quiera? ¿Puede haber para un católico, y aún más para un sacerdote católico, algo así como un acto litúrgico «privado»? ¿Puede haber un muro entre lo que hacemos en misa o en las bodas o en los funerales, o incluso en el uso de una medalla o un escapulario, y lo que hacemos con los amigos, en la oficina -o en el dormitorio-?

Veo Fiducia Supplicans como una especie de Obergefell v. Hodges en la Iglesia. En relación a ésta última sentencia, que abrió la puerta al matrimonio entre personas del mismo sexo en Estados Unidos, la verdad es que no había necesidad de permitir que las parejas homosexuales tuvieran el mismo estatus legal que una pareja casada. Cualquier discrepancia en la propiedad o en la distribución monetaria podría haberse remediado fácilmente con ligeros cambios en las formas jurídicas ya existentes y a nadie le habría importado. El verdadero propósito de Obergefell era obligar a otros a llamar a algo lo que esos otros creen que no es. Fiducia Supplicans, por su parte, hace que esta cuestión ya no sea una cuestión de derecho civil, sino de fe. Y en cuestiones de fe, no hay donde esconderse.

Fiducia Supplicans también clarifica cuestiones de eclesiología. ¿Cuál es la relación adecuada entre el Papa, los obispos y los sacerdotes? En Traditionis Custodes, el Papa quitó a los sacerdotes la posibilidad de celebrar la Misa en un rito de larga tradición, una posibilidad concedida (si era necesario concederla) y ampliada por sus dos predecesores. En Fiducia Supplicans, ha dado a los sacerdotes una capacidad sin precedentes y dudosa para bendecir relaciones homosexuales. En Traditionis Custodes básicamente dijo a los obispos que «arreglaran el desaguisado», mientras que en Fiducia Supplicans les ha dicho: «No os metáis». ¿Dónde está la colegialidad? ¿Qué sentido tienen todos estos sínodos? ¿Para qué sirve un obispo? Es bueno que un obispo se vea obligado a considerar cuál es el propósito de su cargo.

Otra parte de la buena noticia es que muchos obispos han examinado su finalidad. Un gran número de obispos de todo el mundo están adoptando una postura enérgica y pública sobre una cuestión moral. Lo hacen arriesgando sus «carreras» eclesiásticas. Están actuando como verdaderos pastores para proteger a su rebaño de ideas falsas. Es triste, muy triste, que esto haya tenido que ser en respuesta a una declaración del Papa, pero, a menudo, las situaciones tristes nos obligan a comprometernos.

Espero y deseo que esto deje claro a los obispos y a las órdenes religiosas que tienen que tener mucho cuidado con la formación y la enseñanza de su clero; que tiene que haber un «proceso de depuración» no sólo de cómo viven los futuros sacerdotes, sino también de lo que piensan y creen. Ninguno de los que ahora toman decisiones ha llegado donde está por accidente o a escondidas. A menudo han llegado ahí porque sus superiores los han promovido a sabiendas de sus creencias o porque han permanecido culpablemente en silencio.

Esto también debería dejar claro a los laicos a dónde deben ir sus aportaciones económicas. Estamos obligados a apoyar a la Iglesia, pero eso puede hacerse de muchas maneras. Si no estamos de acuerdo con lo que está haciendo un obispo o una orden (y su respuesta a Fiducia Supplicans sería un buen indicador), entonces hay otros seminarios o comunidades que podemos apoyar.

Este asunto clarificará las cosas para el próximo cónclave. Los que allí se reúnan juzgarán al papable en todos los aspectos mencionados; no sólo a partir de lo que ha hecho este Papa, sino a partir de cómo lo ha hecho. La última pregunta del examen en la mente de muchos, si no de la mayoría, de los electores sobre un posible sucesor puede ser: «¿Cuál fue su respuesta a Fiducia Supplicans?». Después de diez años, ahora tenemos una situación en la que un hombre puede dejar a su esposa y entrar en una relación homosexual y no sólo legítimamente seguir recibiendo la Comunión, sino conseguir una bendición para esa relación homosexual. ¿Quieren que sigamos por este camino?

Hay una tendencia demasiado humana a pensar que los desacuerdos son sólo el resultado de malentendidos. «Si pudiera hacerte entender lo que quiero decir, estarías de acuerdo». Olvidamos que los desacuerdos también pueden ser el resultado de, bueno, desacuerdos muy evidentes. Recuerdo haber discutido sobre el aborto con una amiga. «Si pudiera hacerle entender que se trata de un niño en el vientre materno», pensaba. Al final me dejó sin argumentos cuando me dijo: «No lo entiendes. Estoy de acuerdo en que es un niño, pero sigo pensando que tengo derecho a matarlo». ¿Qué podía decir ante eso?

Desde hace algún tiempo existen desacuerdos muy claros en la Iglesia. Estos desacuerdos no han sido sobre política, sino sobre cuestiones de fe y moral. Se han estado gestando y cocinando a fuego lento, pero se han pasado por alto o se han dejado pasar porque «esto es lo que siempre se ha hecho». Voy a reconocerle el mérito del Papa Francisco en que ha sido un hombre que ha demostrado que no se rige por los precedentes. Sabe lo que quiere y lo consigue. Ha dejado claro que debemos preguntarnos si esto es lo que queremos que se haga.

Tras los bombardeos de Londres en la Segunda Guerra Mundial hubo que reconstruir el Parlamento. Muchos querían que se hiciera de forma semicircular, simbolizando la diversidad de opiniones. Churchill lo vetó, insistiendo en la disposición anterior que hacía girar a cada diputado a la derecha o a la izquierda al entrar. Quería que los hombres tomaran partido. Fiducia Supplicans puede verse como el (último) bombardeo de la Iglesia. Tenemos que reconstruir, y tenemos que tomar partido. Eso es bueno.