La declaración que, según sus propias palabras, debía acabar con toda confusión y que no necesitaba aclaración posterior la ha tenido, forzada por la resistencia multitudinaria, solo unas semanas después de publicada.
No creemos injusto sospechar que a Su Eminencia el cardenal Víctor Fernández no le llega en estos momentos la camisa al cuerpo. Provocar con una declaración la revuelta y el rechazo expreso de decenas de conferencias episcopales, obispos, sacerdotes y laicos a poco de tomar posesión del cargo -prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe- no es exactamente el mejor comienzo.
Así que después de una declaración que terminaba diciendo que no debían esperarse sobre el asunto posteriores aclaraciones, aquí tenemos otra. No menos confusa, pero con dos vertientes claras: la primera es advertir que toda resistencia es fútil, que estamos ante “doctrina perenne de la Iglesia”, dejando claro: “Evidentemente, no hay margen para distanciarnos doctrinalmente de esta Declaración o considerarla herética, contraria a la Tradición de la Iglesia o blasfema”. O sea, no hay margen para hacer lo que ya ha hecho virtualmente todo el episcopado africano.
La otra vertiente es dejar abierta una salida para no perder la cara, dejando a las diócesis la decisión prudencial de aplicar de un modo un otro y en el tiempo más oportuno lo dispuesto en la declaración. Es decir, algo parecido a lo que ya sucedió con la infame nota al pie de Amoris laetitia, permitiendo que lo que en una diócesis sea pecado en otra sea perfectamente lícito.
También resulta algo arrogante pretender, como hace la nota, que la opinión de los obispos africanos contraria a la bendición de parejas homosexuales está condicionada por la legislación antisodomítica de sus países, la misma posición de superioridad que expresaron en su día algunos prelados alemanes ante la reacción africana a Amoris laetitia.
En definitiva, la nota tiene toda la pinta de ser un expediente de control de daños ante una situación que han provocado y se les ha ido de las manos.