Domingo de Resurrección: causa de nuestra alegría

Resurrección
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Cortesía de la revista Magníficat:

DOMINGO DE RESURRECCIÓN

 

En diferentes narraciones de la resurrección de Jesús, ya cuando lo anuncian los ángeles o cuando él mismo se aparece, encontramos juntas reacciones que parecen contradictorias. Así, las mujeres abandonaron el sepulcro «llenas de miedo y alegría» (Mt 28,8) o, en una ocasión en que Jesús se presenta a sus apóstoles, estos «no acababan de creer por la alegría» (Lc 24,41). En los sucesivos encuentros con Jesús, los discípulos irán abandonando el miedo y afianzándose en la fe. Pero estas primeras reacciones nos invitan a detenernos en lo grandiosa que es la resurrección de Cristo, en cómo fue algo totalmente inesperado para sus seguidores y en que es un misterio en el que no podemos dejar de profundizar.

La resurrección de Jesús es la causa de nuestra alegría. Él ha vencido la muerte y, por el bautismo, también nosotros nos unimos a él. San Pablo lo explica así: «Consideraos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús». También señala el apóstol que nuestra vida «está escondida con Cristo en Dios». 

Debemos ahondar en la alegría de la resurrección de Cristo. La Iglesia intenta que la captemos con todos los ritos de la vigilia que perduran durante todo el tiempo de Pascua: la bendición del fuego y del agua, la multiplicación de luces, los cantos del aleluya,… También Jesús, en aquella primera aparición a las mujeres les dice: «¡Alegraos!», invitándolas a entrar en un gozo muy profundo: el de su victoria sobre la muerte. Jesús quiere que entren en su misma alegría, la del Dios que salva. No es algo exterior, superficial y emotivo: es la alegría de la victoria sobre el pecado y la muerte; se nos da a conocer que hay una existencia nueva: la de Cristo que vive con un cuerpo glorioso, que es también la nuestra, pues estamos llamados a resucitar con él. 

El testimonio de las mujeres revela otros dos aspectos. Por una parte, Jesús a querido mostrarse primero a ellas, y singularmente a María Magdalena. Ellas no han temido acudir al sepulcro para honrar el cuerpo de Jesús. En ellas encontramos la expresión del amor humano más auténtico. Y allí son sorprendidas con el hecho de la resurrección. Podríamos decir que el camino del amor humano, que se acaba con la muerte, gracias a Cristo se abre a la eternidad. 

Eso también ilumina el mandamiento del amor que nos ha dejado. Es un amor hasta el final y para siempre. Jesús, con su resurrección, nos revela la hondura del amor del Padre. Él se ha entregado por nosotros y el Padre no ha dejado que conozca la corrupción del sepulcro. Misterio de amor en el que somos introducidos también por el don del Espíritu Santo que Jesús resucitado da a sus apóstoles. 

El otro aspecto es que las mujeres reciben una misión. No es pequeña: han de anunciar la resurrección de Jesús. Esa misión también será la que después cumplirá la Iglesia en el mundo con la fuerza del Resucitado. Y se encontrará siempre anunciando algo que supera cualquier expectativa humana y que, sin embargo, es continuamente acogido por los que reciben el don de la fe y se abren al amor redentor de Cristo.