Cardenal Sarah: «Si la Iglesia será o no será, depende de la Liturgia»

Cardenal Sarah: «Si la Iglesia será o no será, depende de la Liturgia»

Benedicto XVI comprendió la inseparabilidad de la fe creía, orada y vivida y ha resaltado los daños que causan los protagonismo y autorreferencialidades inútiles.

El pontificado de Benedicto XVI permanecerá en la historia porque un teólogo culto y refinado, ciertamente el más significativo del siglo XX, ha contribuido a una reflexión más seria y, diría, definitiva sobre la Liturgia y sus consecuencias en la vida de la Iglesia. Como protagonista y sumo intérprete del Concilio Vaticano II y sus documentos, maduró la profunda convicción de que «la liturgia es cumbre y fuente de la vida eclesial» (Sacrosanctum Concilium, 10). Esta convicción fue creciendo cada vez más en los años de madurez y de su continua reflexión teológica. Escribió que de la Liturgia depende el destino de la Iglesia: «Si la Iglesia será o no será, depende de la Liturgia»; es decir, su presencia significativa dependerá de cómo la Iglesia habrá vivido esta relación vital con su lex orandi.

Como teólogo, su poderosa reflexión sobre la lex credendi se entrelazó con una reflexión no menos significativa sobre la lex orandi de la Iglesia. Como Pastor de la Iglesia universal convirtió su pontificado en una Liturgia continua, tanto en las celebraciones litúrgicas como tales, como también en los distintos momentos en los que su persona, con palabras y gestos, estaba llamada a anunciar y testimoniar la fe de la Iglesia.

Su Magisterio ha estado permeado por la Liturgia celebrada y explicada como los antiguos Padres de la Iglesia, que convertían cada una de sus celebraciones en una mistagogía viviente para iniciar y formar a la fe a innumerables generaciones de cristianos.

Benedicto XVI comprendió la inseparabilidad de la fe creía, orada y vivida y ha intentado hacernos comprender que cuanto significativamente se explica la fe, en línea con la perenne Tradición de la Iglesia, más correcta y fuertemente se cree en ella.

Convertido en Pontífice y Pastor universal de la Iglesia, Benedicto XVI recordó a la Iglesia la belleza, la centralidad y la sacralidad de la Liturgia en la vida cristiana, en especial en la de los sacerdotes, una centralidad que es Presencia, que habla de Otro, del verdadero Protagonista de la acción litúrgica, que habla del verdadero centro de la Iglesia y de su Liturgia, que es Cristo, Dios encarnado, Dios presente en medio de nosotros, no en el hombre o la comunidad.

Una realidad vivida

Benedicto XVI se acercaba a la Liturgia con asombro, profundo respeto y sentido de lo sagrado, haciendo percibir que el suyo era un encuentro real y verdadero con Dios, con la Persona de Cristo. Quienes participaban en sus celebraciones percibían esta experiencia que él vivía y era capaz de transmitir también a miles de personas presentes en la Basílica de San Pedro o en las plazas, estadios o parques. Cuando celebraba hacía comprender que el encuentro no se realizaba en ese momento con su persona, sino con la persona de Cristo. He aquí por qué todas sus liturgias, pero también cualquier momento extra litúrgico, expresaba siempre este encuentro y esta mentalidad de paulina memoria. «Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor, y a nosotros como siervos vuestros por Jesús» (2 Cor 4,5). Podemos serenamente afirmar que su obra evangelizadora ha sido profundamente teocéntrica, cristocéntrica y pneumocéntrica. Porque para Benedicto XVI la Liturgia es también participación a la oración de Cristo, dirigida al Padre en el Espíritu Santo; en ella, cada oración cristiana encuentra su término (CIC 1073). La Liturgia realiza y manifiesta a la Iglesia como signo visible de la comunión de Dios y de los hombres por medio de Cristo (CIC 1071). Cristo en el centro de su acción apostólica. Cristo en el centro de la Liturgia. Cristo en el centro de la vida.

Dirigidos hacia Él

Haber pedido que el crucifijo se sitúa en el centro de los altares, sobre todo esos versus populum, quiso resaltar esa centralidad esencial para la vida de la Iglesia y para el culto del Señor. Es una centralidad que, para Benedicto XVI, pertenece a nuestra esencia de cristianos en cuanto a bautizados. «Para mí vivir es Cristo», afirma san Pablo, porque en el origen del acto de fe hay un Encuentro, la adhesión a una Persona, la de Cristo. Benedicto XVI nos ha advertido sobre el riesgo de olvidarnos de esta centralidad fundamental y operante del primado de Dios, cuando celebramos como si Él no existiera, como si no estuviera, cuando celebramos nosotros mismos o la comunidad o el celebrante. La experiencia de estos años posconciliares ha puesto en evidencia los daños de una Iglesia y de una Liturgia autorreferenciales. Por el contrario, la dimensión cultual y cultural de la Liturgia católica está profundamente centralizada y orientada, dimensiones que hay que recuperar con urgencia; efectivamente, pienso que esta será una cuestión urgente que habrá que afrontar y resolver si no queremos caer en la insignificancia y agilizar ulteriormente la desertificación de nuestras iglesias y de nuestras liturgias, ya abandonadas, sobre todo por los jóvenes.

Una nueva generación

Benedicto XVI ha sido capaz, de manera sorprendente, de atraer a los jóvenes, haciéndoles entender la centralidad de Cristo, Su divina presencia en la Liturgia. Ha sido hermosísimo ver a tantos jóvenes en silencio orante durante la adoración eucarística de la JMJ y a los sacerdotes jóvenes admirados por la Liturgia de Benedicto XVI, y que han dado un numeroso y bello testimonio en sus funerales. 

Benedicto XVI atraía porque parecía querer desaparecer en la Liturgia para que se viera solo a Jesucristo, hablando con dulzura y mansedumbre sin herir a nadie, sino dando las raciones del creer e invitando a la conversión evangélica sin moralismo de conveniencia, poniendo a Cristo en el centro. Era una persona que se dejó atraer e implicar y transformar por Cristo, que está presente y nos reúne en la Liturgia. Es Él quien nos convoca en la Liturgia, es en Él que estamos unidos y es por Él que vamos al mundo para anunciar a los hermanos la buena nueva del Reino de Dios y a socorrer las necesidades de los hombres: «Nos ha unido Cristo amor», dice un canto. Para Benedicto XVI, esta dimensión espiritual ha sido cotidiana en su vida de cristiano, de teólogo y de pastor. Ha recuperado la dimensión de la sacralidad en la Liturgia, oponiéndose a una cierta sociología y teología que desearían afirmar definitivamente que para el hombre posmoderno ya no hay espacio sagrado ni sacralidad porque todo es sagrado. Pero cuando todo es sagrado nada es ya sagrado, y este pensamiento ha abierto ulteriormente las puertas al relativismo y al nihilismo actuales, que destruyen al hombre y la sociedad desde dentro. Los hombres de nuestro tiempo, sobre todo los jóvenes, tienen hoy en día necesidad de ser nuevamente iniciados a la sacralidad del culto y de la vida, lo necesitan; es una profunda nostalgia, a veces no expresada.

Benedicto XVI había iniciado esta obra con gran éxito. Lo que algunos adultos criticaban, lo admiraban los jóvenes, sobre todo sacerdotes, religiosos y seminaristas. Igual que con Juan Pablo II, podemos decir que con Benedicto XVI ha nacido una generación inesperada de Papaboys. Él ha llevado a los jóvenes a terrenos complejos de reflexión con la sencillez típica de los grandes y estoy convencido de que su herencia será grande para el próximo futuro de la Iglesia; es más, crecerá. Hoy, quienes, entre las jóvenes generaciones, se sienten en la Iglesia con profunda concisión, se lo deben a Juan Pablo II y al papa Benedicto XVI, quien estará cada vez más presente ahora que, visiblemente, ya no está entre nosotros.

 

Publicado por el cardenal Robert Sarah en Il Timone

Traducido por Verbum Caro para InfoVaticana

Ayuda a Infovaticana a seguir informando