Jorge Buxadé: «El hombre sin identidad es la nueva figura antropológica hegemónica, promovida y deseada por las élites»

Jorge Buxadé Jorge Buxadé
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El eurodiputado y portavoz de VOX, Jorge Buxadé, participó el pasado viernes junto con monseñor Athanasius Schneider en la conferencia  “La crisis moral de Occidente, ¿Hay esperanza?”

Resulta esperanzador que a pesar de este clima de laicidad y rechazo a todo lo religioso, aún queden políticos con valores trascendentales, más allá de lo puramente terrenal.

Es el caso de Jorge Buxadé, eurodiputado de VOX que dio un discurso en el que demostró conocer en profundidad lo grandes males que sobrevuelan por Europa. «No se puede negar o esconder que el sistema imperante en Occidente constituye una causa eficiente de esa crisis moral. Si el Estado, no tiende a la satisfacción del bien común y del bien de las personas y comunidades que forman parte, el Estado no puede luego declarase irresponsable de las consecuencias producidas», dijo Buxadé.

El eurodiputado hizo un recorrido por los últimos cinco siglos de historia europea en donde «las élites dirigentes han ido cambiando abruptamente, tanto la evidencia de sus convicciones y argumentos como el contenido de sus intereses espirituales, el principio de su actuar y el secreto de sus éxitos políticos».

Además, el político catalán desgranó un interesante ‘programa’ con el objetivo de rehacer Occidente y arrojar luz y esperanza de cara al futuro.

Les ofrecemos el discurso completo que pronunció Jorge Buxadé:

En un simposio internacional organizado por The Phoenix Institute y la Fundación Konrad Adenauer, en el año 1995, con un título parecido al de nuestra conferencia de hoy «La crisis moral de las democracias occidentales», Frans Alting von Geusau, de la Universidad de Leiden (Holanda), imputaba toda la responsabilidad a la conducta y los hábitos de los seres humanos, salvando la responsabilidad de los sistemas políticos, sociales o económicos que imperan en Occidente.

Frente a esa excusa absolutoria de la democracia cristiana europea, en mi opinión, la crisis moral de Occidente no es ni solo atribuible a las “estructuras” ni solo imputable a la conducta o los hábitos del ser humano occidental. Vaya por delante que la situación es extremadamente peligrosa y que solo un ingenuo, un imprudente o un cobarde podría negar la gravedad de la situación que nos ha tocado vivir.

En cuanto a los hábitos o conductas humanos, cuanto podría yo decir al respecto lo resume el Cardenal Robert Sarah a la perfección cuando afirma[1] “«La Iglesia no está hecha para escuchar, está hecha para enseñar: ella es mater et magistra. Algunos han adoptado las ideologías del mundo actual con el pretexto falaz de abrirse al mundo; sería necesario, más bien, hacer que el mundo se abriera a Dios».”.

Estando aquí junto a monseñor Schneider sería por mi parte una osadía aventurarme en el análisis de la situación de la Iglesia, la confusión post-Vaticano II y el caos actual en que viven millones de católicos en Occidente al ver cómo una parte considerable de la jerarquía ha asumido esa ética de la situación que sanciona la moralidad de un acto por sus consecuencias más o menos buenas, más o menos malas, apartándose de la teología moral católica; una considerable parte de la jerarquía que ha asumido los postulados del globalismo enunciados en los Objetivos de Desarrollo Sostenible y que permanentemente quiere congraciarse con el mainstream de las élites políticas, mediáticas y económicas.

Lo vivimos lamentablemente en España donde una parte de la jerarquía parece estar al servicio de un determinado partido político que se ha caracterizado, precisamente, por la constante renuncia a la defensa de los más elementales pilares de la Cristiandad. Y es que quizás esa es la primera cuestión a aclarar: cuando hablamos de Occidente hablamos de Europa y de todas aquellas partes del mundo que bajo el influjo de las naciones europeas se construyeron sobre esos pilares: sin duda, toda la América hispana, hoy rebautizada como Iberosfera.

En cuanto a las estructuras políticas, sociales y económicas; no se puede negar o esconder que el sistema imperante en Occidente constituye una causa eficiente de esa crisis moral. Si el Estado, no tiende a la satisfacción del bien común y del bien de las personas y comunidades que forman parte, el Estado no puede luego declarase irresponsable de las consecuencias producidas. Si las élites se desentienden del bien personal de los nacionales y del bien común de la Nación, las élites han de responder ante el pueblo, que ejerce el poder soberano delegado por el creador, como descubrió certeramente la doctrina española de Francisco Suárez, Vitoria o Juan de Mariana, como reacción al absolutismo que se impulsaba desde el luteranismo más temprano.

Acudiendo al genio de Carl Schmitt, cabe recordar que en estos últimos cinco siglos de historia europea las élites dirigentes han ido cambiando abruptamente, tanto la evidencia de sus convicciones y argumentos como el contenido de sus intereses espirituales, el principio de su actuar y el secreto de sus éxitos políticos. Y con las élites, ha ido cambiando también la disposición de las grandes masas a dejarse impresionar por una determinada clase de sugestiones.

En el siglo XVI se pasa, efectivamente, de la teología a la metafísica. Es Descartes declamando su “cogito ergo sum”; el ser humano es por sí mismo, por el mero hecho de pensar. Una explosión de individualismo y de pensamiento científico se produjo en Europa, arrinconando la verdad revelada y reduciendo la razón “a mi propio pensar”. El hombre se fue achicando, mirándose a sí mismo.

En el siglo XVIII la metafísica, tan cercana a la teología, es desplazada por la Ilustración que impone su laico y vacío humanitarismo con ayuda de las construcciones de una filosofía de la historia que alcanza al mito del buen salvaje, como la de Rousseau o Montesquieu. Citemos esta vez a Kant: “la religión siempre se traduce en el reconocimiento de todos nuestros deberes y obligaciones a través de las escrituras divinas”, de tal forma que la iglesia pasaba a ser una sociedad moral que tiene por fin la realización y predicación de preceptos morales, al margen de toda trascendencia; de tal modo que no solo se arrinconó la verdad revelada sino que el misterio se postergó y la esperanza de vida eterna.

En el siglo XIX las élites abrazan decididamente la imposición de lo económico-técnico. El hombre seguía achicándose a pesar de que el modelo liberal parece construirse categorías propias de una teología política cristiana: soberanía, distinción de tres poderes que participan de un mismo poder, derechos humanos como exigencias de la dignidad del hombre; una permanente mutación de los principios de una no explicitada Doctrina Social de la Iglesia.

El siglo XX fue finalmente el siglo del consumo en el que lo económico-técnico pasa de la producción y la oferta al consumo y la demanda. Fue el siglo de la gran destrucción, el siglo de las ideologías prefabricadas, el siglo en que las élites decidieron finalmente renegar de su responsabilidad.

En 1968, la sociedad burguesa, liberal y capitalista, pero familiar y religiosa, se rindió. Las élites la habían abandonado, ¿qué sentido tenía ya resistirse al deseo de poder, placer y dinero? ¿por qué seguir defendiendo el matrimonio indisoluble y la familia natural? ¿por qué enfrentarse a una ciencia que nos permite hacer lo que se nos ha dicho no se puede hacer? ¿Por qué mantener la ética burguesa, la disciplina del trabajo y del esfuerzo, del ahorro y la contención si el Estado provee ya de un mínimum de seguridad y protege y garantiza nuestra libertad? ¿Por qué no rendirse a la evidencia de la fragilidad humana y al deseo de lo inmediato? ¿Por qué defender lo propio y no doblegarse? ¿por qué tener hijos si nos vamos a morir mañana?

Sin renunciar al triunfo de lo económico, de la utilidad y la rentabilidad, la sociedad burguesa, capitalista y liberal occidental decidió dejar de luchar. Ser es defenderse, dijo nuestro Maeztu. También Burke advirtió que las batallas que se pierden son las que no se dan. A sensu contrario, Europa, el Occidente pareció decaer “de la carrera de la edad cansado”[2], no compareció en el campo de batalla.

En 1989, cae el muro y también el otro lado decide rendirse. ¿por qué seguir defendiendo los intereses de la clase trabajadora si el capitalismo ha vencido y se ha mostrado inasequible en términos de riqueza? ¿por qué mantener el rancio internacionalismo si el otro bando ha creado modelos más eficientes para la destrucción de la nación y la familia, como son las organizaciones internacionales, gubernamentales o no?

Las élites de uno y otro bando decidieron aliarse para mantenerse en el poder. A las falsas élites conservadoras y liberales el globalismo les permite ensanchar el mercado: en un mundo sin fronteras, sin identidades, sin culturas, sin folklore y sin tradiciones, todo y todos son susceptibles de convertirse en consumidores de lo mismo: hamburguesas de soja, comida prefabricada o insectos. A las falsas élites izquierdistas el globalismo les permite disolver la identidad familiar y nacional del ciudadano, así como su sentido de pertenencia a una comunidad o a una fe, que durante el siglo XX fue el impedimento efectivo a la ejecución de su programa de socialismo real.

El siglo XXI, si no lo evitamos, será el siglo de la aniquilación del hombre que anuncia Houellebecq, convertido en una partícula elemental, sin familia, en un campo de batalla de todos contra todos, un hombre empequeñecido, reducido a la categoría de cosa, mero consumidor, sin habilidad alguna para el conocimiento de la verdad, el bien, la belleza; adicto al sexo, a las drogas, al juego. El transhumanismo prepara el último arreón contra el ser humano, criatura divina.

Una muchedumbre de hombres cualitativamente iguales e intercambiables como denunciaba ya Tocqueville en su Democracia en América y cuyo único valor es cuánto está dispuesto alguien a pagar por él. Todo se enmascara en la libertad y el consentimiento en la fijación de las condiciones y precio del intercambio.

La cuestión gira en torno a dos ideas mutuamente excluyentes pero que la poderosa máquina propagandística de las élites políticas y mediáticas hace conciliables: la prédica constante de la imposibilidad de cambiar el mundo porque las cosas son y deben ser así; y, en paralelo, la no menos coercitiva homilía agendista de que en este mundo, aquí en la tierra, podrá establecerse un reino de justicia, paz, igualdad absoluta, desaparición del hambre o de los delitos, que es sustancialmente anticristiana.

El siglo XVII rompe el vínculo del hombre con la eternidad; el XVIII su ligazón con la tradición; el XIX nos separa de la nación y el XX nos arrancó de la familia. El XXI supone la enajenación de uno mismo. El ser humano se ve privado de su propia identidad: su sexo, su familia, su raza, su religión, su nación, su dignidad. Lo prueba en España la imposición de la ideología de género, la contractualización de la familia y su conversión en la más moderna e inaprensible noción de realidades familiares, los delitos de odio, la aceptación de un ecumenismo ateo, el globalismo apátrida.

El hombre sin identidad es la nueva figura antropológica hegemónica, promovida y deseada por las élites. Vacío. Sin familia. Desarraigado de sus tradiciones, cultura, historia, entorno. Sin sentido alguno de su pertenencia. Desterritorializado, incluso; siempre dispuesto a emigrar al calor de la deslocalización de la producción o del servicio. Lo relevante es si trabajas y produces y en cuánto tiempo, y sobre todo cuánto tiempo tienes para gastar lo que obtienes. Acumular. Disfrutar. Usar.

Un hombre adormecido ante las injusticias reales, como la situación laboral que afrontan las mujeres cuando son madres, las nuevas formas de explotación laboral para muchos trabajadores de plataforma o para jóvenes ilusionados en las corporaciones multinacionales, el abuso permanente a la infancia y adolescencia a las que se les impone la obligación de decidir sobe lo que no saben, pueden o deben.

Las élites han decidido transformar el mundo, arrasarlo, eliminar fronteras y poderes nacionales democráticos, barrer culturas, aniquilar toda la trascendencia, toda identidad fuerte. Guerra a lo vertical.

Pero hay esperanza. El cuerno de Góndor ha resonado en todo Occidente. Y a su sonido se reagrupan las fuerzas dispersas y desorientadas. Como en el sitio de Viena, todas las naciones europeas han de acudir a la llamada de la civilización. Se hace imperativo un programa político generoso, valiente, exigente, fiel, insolente y audaz. Porque hay suficientes elementos para rehacer Occidente.

En primer lugar, el cuidado de la identidad propia. Como ha señalado Julien Langella, Jesucristo no era un hippie desarraigado. Era un hebreo enraizado en la comunidad, de estirpe conocida y ancestral, que formaba parte de una familia tradicional y que cumplió con todas las etapas rituales de la vida de un hombre de su tiempo. Nació donde debía nacer, en Belén de Judá, la más pequeña de las ciudades, huyó a Egipto perseguido, con su familia, pero ejerció la familia su derecho a no emigrar y volvió, a sus raíces y pertenencias. Fue presentado en el Templo; se hicieron por él los sacrificios acostumbrados. Tuvo un trabajo estable y un lugar reconocido: Nazaret. Lloró sobre la caída inminente de Jerusalén, su patria, y sobre ninguna otra.

Precisamente, el cristianismo es universal porque es identitario. Las costumbres populares ilustran esta vitalidad identitaria, salvaguardada por la fe vivida en común. Las únicas tradiciones todavía vivas son de origen católico: distribución de regalos por los Reyes Magos, Romerías de mayo, el día del Corpus, visita a los cementerios en el día de Todos los Difuntos. Un signo de esperanza.

En segundo lugar, la defensa de la soberanía. La soberanía nacional puede entenderse no como poder, sino como carga y responsabilidad. El conjunto de potestades que detenta la nación soberana para su gobierno y administración en aras a la consecución del bien común y que se ejercen para el interés del propio pueblo que conforma la nación en un tiempo determinado, teniendo como límites la ley natural y las costumbres o tradición de la nación.

Con ello, el Estado no aparece como un ser absoluto, omnipotente y omnisciente. Ni es fruto de un inexistente contrato social en virtud del cual, por arte de birlibirloque los límites a la acción estatal se hallan en los derechos individuales. El Estado es solo una estructura jurídica y política al servicio del Bien Común – en términos políticos diríamos interés nacional – que ostenta aquellas potestades necesarias para la satisfacción de ese fin superior, que no nace de ningún contrato social sino de la historia y la tradición, del martirio y la heroicidad, cuya legitimidad está en la protección de la unidad, el respeto a esa ley natural y costumbres de la nación y que, por ello, ni concibe atentar contra el bien personal ni acepta que el interés individual haya de sobreponerse a la satisfacción de su superior finalidad.

Como afirmó Pío XII en su Discurso a juristas católicos italianos de 6 de diciembre de 1953, La soberanía no es la divinización o la omnipotencia del Estado, como en el sentido de Hegel o a la manera de un positivismo jurídico absoluto.

Frente al silencio atronador de las últimas décadas, Hungría y Polonia exigen respeto a las decisiones de sus parlamentos concorde a su tradición jurídica, la primacía del derecho de la Unión Europea es puesta en duda cada vez más por tribunales nacionales, la emergencia económica que vive Europa ha traído al debate político la urgencia de la soberanía energética o alimentaria de las naciones como garantía de la prosperidad y autonomía de sus familias y empresas. Existe hoy toda una corriente que, desde la propia identidad, quiere construir alianzas entre naciones soberanas; desde los partidos conservadores en Europa hasta el proyecto del Foro de Madrid que impulsa en España la Fundación Disenso para coaligar a las naciones de Iberoamérica en un movimiento en favor de sus democracias e identidades nacionales. No existía todo esto hace 10 años.

En tercer lugar, la salvaguardia del orden jurídico. Hay que afirmar claramente que ninguna autoridad humana, ningún Estado, ninguna Comunidad de Estados pueden dar un mandato o una autorización positivos para enseñar o hacer lo que fuera contrario a la verdad o al bien moral.

Es preciso construir comunidades e instituciones que acogen al ciudadano, le sostienen, impulsan, y contribuyen a su crecimiento personal como un deber de solidaridad compartido. Trabajadores desempleados, inquilinos desahuciados, empresarios quebrados, jóvenes desesperados. El espíritu de la modernidad les acusa de perdedores y los convierte en parias sociales porque es el éxito, la competencia, el rendimiento y el triunfo efímero lo que la modernidad valora.

La explosión brutal de derechos subjetivos desnaturaliza el sentido del derecho, crea un marco de enfrentamiento social permanente, difumina hasta la desaparición a las comunidades naturales donde las relaciones no se sustancian en términos de derecho individual sino de bien compartido.

Por eso no pueden afirmarse derechos que atentan, dañan, destruyen o desvanecen los bienes a proteger. No puede hablarse de un derecho al aborto ya que se opone violentamente al bien a proteger que es la vida.

Por lo mismo, no existe un derecho a mentir, que dañaría la verdad, ni la libertad religiosa puede entenderse como libertad de religión, pues no puede el derecho amparar la creencia de cualquier cosa por inverosímil, injusta o violenta que sea. Y no se olvide que una forma grave de violencia es intentar subvertir el orden social o imponer la ley islámica en Europa. No existe tal derecho.

No existe derecho a prostituirse ni a comprar bebés por encargo. No existe el derecho a cambiar de sexo porque el bien a proteger es la persona misma ni existe un derecho a adoptar porque el bien a proteger es el del niño que ha perdido a sus padres a crecer en un entorno familiar.

Incluso el “derecho” de los padres a elegir la formación moral y religiosa que esté de acuerdo con las propias convicciones no puede sino entenderse en el marco de la comunidad nacional, de sus leyes, sus tradiciones, costumbres y principios.

La sentencia del TS norteamericano aclarando que no existe un derecho constitucional al aborto, las leyes y programas en favor de la natalidad en Hungría, la protección de las familias en Polonia, la iniciativa de VOX en Castilla y León para informar a las mujeres embarazadas, la revuelta creciente frente a la ideología de género y los peligros del transhumanismo, sexual o racial son motivos de esperanza.

En cuarto lugar, el orden jurídico no puede ser ajeno al orden moral de las cosas. La protección de la vida y el cuidado de los débiles y necesitados – menores, adolescentes, mayores, enfermos, minusválidos- han de ser ejes irrenunciables de la acción política, apoyando y apoyándose en la familia y comunidades, sin hurtar un solo esfuerzo y sin expropiar ni un solo ámbito de autonomía de las familias.

Hay que afirmar sin temor y sin pudor que no es lícito a nuestros gobernantes entregar nuestras sociedades a la llegada masiva e indiscriminada de inmigrantes ilegales. Da igual que algunos jerarcas de la iglesia ni entiendan ni quieran entender, comprometidos por  intereses personales o políticos. Hemos de reivindicar la doctrina tradicional sobre las condiciones del derecho a emigrar: que el inmigrante se haya visto forzado a abandonar su patria; que sea, además de necesitado, honrado; que la acogida esté condicionada a la posibilidad de hacer vivir a un gran número de hombres; y que no se vulnere el bien común[3].

La deportación de los inmigrantes ilegales, de quienes han sido traídos por las mafias, con la colaboración de estados extranjeros, es un deber político y moral. Por amor y cuidado de nuestra comunidad. La caridad tiene un orden y empieza por los de casa.

Como señaló Schmitt, “en la pugna histórica entre el cristianismo y el islam jamás se le ocurrió a cristiano alguno entregar Europa al Islam en vez de defenderla de él por amor a los sarracenos o a los turcos”[4]. No podemos nosotros coger la luz que los héroes del sitio de Viena o de Lepanto pusieron en lo alto del monte, y esconderla debajo del celemín.

Es motivo de esperanza que cada vez más europeos son conscientes del peligro de las puertas abiertas, del riesgo cierto a sus vidas y seguridad, de la inconsistencia de los sistemas públicos sociales y de la creciente islamización de Europa. Cierto es que la persecución de los medios constituye un freno notable a este espíritu civilizatorio pero no lo es menos que cada día la minoría selecta que sale del consenso progre se va incrementando.

En quinto lugar, por supuesto que hay que hacerse fuertes en el principio democrático. Pero constituye una adulteración de la democracia la justificación de cualquier norma a través del principio deliberativo y del principio de las mayorías. La democracia es una forma política y no es el fundamento de la libertad ni de la comunidad. En España lo tenemos claro pues hasta la Constitución reconoce que su fundamento exclusivo es la indisoluble unidad de la nación española, patria común e indivisible.

Cuando la democracia es la sustancia y no la forma, el principio de la mayoría se presenta como pura imposición. Es necesario dotar de contenido sustantivo la democracia, y ese contenido no puede venir dado ni por la propia forma, ni por la mayoría, sino por algo que le sea previo, preexistente, y superior. La democracia exige que sus límites sean dados por el bien común, la verdad, la belleza. Porque no es dado a las naciones meditar cosas vanas. [5]

Hemos de reivindicar los movimientos conservadores en toda Europa formas de democracia participativa distintas de la representación de partidos; y genuinas de cada nación. Por eso VOX defiende su programa España decide. Porque no es admisible que las políticas públicas más relevantes sean determinadas, sin participación de los españoles, por unas élites que han renunciado y se han rendido. Y por eso también en Francia o Hungría se promueven iniciativas análogas.

En quinto lugar, no hay que tener miedo de combatir el falso humanitarismo que difunden las organizaciones del sistema de Naciones Unidas y las oenegés subvencionadas. Si vis pacem, para bellum. Es una irresponsabilidad política y moral dejar inermes e indefensas a nuestras comunidades. Tanto en el ámbito de la seguridad interior como exterior, las naciones tienen el derecho de defenderse. Afirmaba Schmitt que “sería una torpeza creer que un pueblo sin defensa no tiene más que amigos, y un cálculo escandaloso suponer que la falta de resistencia va a conmover al enemigo”.

Si de veras queremos defender y cuidar de lo nuestro no podemos aceptar los cantos de sirena de ese humanitarismo que lo único que nos pide es que bajemos las manos y no luchemos, para ser pasto de la barbarie. Othar, el caballo de Atila, es hoy el Foro Económico Mundial.

Es esperanza para todos el martirio que sufren millones de cristianos en todo el mundo. Es esperanza que los cristianos de África se niegan a sucumbir a los encantos de los millonarios fondos de la ONU o de la UE que quieren intercambiar dinero por fe.

En sexto lugar, como recordó Viktor Orban en un reciente discurso, no podemos aceptar las reglas de juego del adversario político. Debemos establecer nuestras propias reglas de juego:

Si te opones a los gigantes tecnológicos que imponen normas, movilizan opiniones, censuran doctrinas, cancelan personas y movimientos, que son más ricos que muchos Estados, y compran voluntades, eres un enemigo del progreso. No lo aceptemos. No es progreso la diversidad sexual, no es progreso el consumo de drogas, no es progreso comprar y vender seres humanos, no son progreso ni los vientres de alquiler ni las mafias cobrando 3.000 euros para cruzarte el Mediterráneo.

En nombre de la seguridad contra la emergencia del terrorismo o contra la emergencia de un virus mortal, en nombre del planeta o de la humanidad, las organizaciones internacionales y los Estados restringen la vida de personas y familias y amplias mayorías de la población aceptamos como normal, porque sí, invasiones de la privacidad, de la intimidad, de la libertad religiosa o de la libertad de movimientos.

También es esperanzador que frente a la pretensión globalizante hay un no pequeño movimiento de resistencia cívica.

Séptimo, recordar que el Estado no provee de la felicidad. El Estado se ha de limitar a establecer, promover y asegurar que se dan las condiciones para que todos y cada uno de los nacionales saquen con esfuerzo lo mejor de sí mismo; defender el bien, la verdad y la belleza, e impulsar a sus miembros y comunidades a que ellos alcancen los bienes y fines que les son propios. Una empresa debe obtener beneficio y crear empleo, y retribuir con justicia.

La felicidad no es que el Estado te pague un subsidio de miseria y te provea de un piso compartido. La felicidad del hombre se halla en la obtención de los bienes que contribuyen a su perfección: empleo estable, vínculos de parentesco y sociales, el sentido de pertenencia nacional, de trascendencia y de servicio a la comunidad.

Octavo, defendamos la tradición. Para nosotros no hay contradicción entre lo nuevo y lo viejo. Debemos vivir en lo permanente, lo de ayer, lo de hoy, lo de mañana. Lo nuevo es lo viejo. Y lo viejo podemos recrearlo, con sus propios colores, haciéndolo nuevo.

El secreto del éxito es la constancia en la persecución del objetivo, la perseverancia en los hábitos, la rectitud de intención y la eliminación de cualquier tentación de pactar con quien desea y busca el mal. Y, permítanme, es motivo de esperanza la entereza de obispos como monseñor Schneider que han decidido poner la luz en lo alto del monte, para que nadie se despiste y se desoriente. La Polar es lo que importa.

[1] Se hace tarde y anochece. Editorial Palabra, 2019

[2] Miré los muros de la patria mía, de Francisco de Quevedo. Soneto

[3] Carta de Pío XII a los obispos americanos en 1948, recogida en la constitución apostólica Exsul familia de 1952

[4] El concepto de lo político. Carl Schmitt. Alianza Editorial. 2014

[5] Salmo II.

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Comentarios
8 comentarios en “Jorge Buxadé: «El hombre sin identidad es la nueva figura antropológica hegemónica, promovida y deseada por las élites»
  1. VOX tiene diputados muy preparados, que desde una correcta visión antropológica, defienden las virtudes cristianas.
    Por eso los católicos fieles que nos mantenemos en la verdad votamos a VOX.

  2. Un cretino hablando cretinadas, una ventosidad expeliendo una flatulencia……EL PEDU CAFREDE eres único para estas cosas. Cernícalo con ínfulas.

  3. Asistí personalmente a la doble conferencia de Buxadé y monseñor Schneider. Me llevé una sorpresa con Buxadé porque rompió mi idea preconcebida sobre los políticos: personas que confunden tener cultura con tener ideología, que quieren mandar sobre todo el mundo y que ven en la actividad política un método de enriquecimiento fácil. Bueno, pues Buxadé no correspondía al primer supuesto al menos. Su exposición fue una conclusión sobre lo que ha sido la historia de Occidente desde el final de la Edad Media: un sucesivo derribo de todas las protecciones del Hombre en nopmbre de su liberación. En el protestantismo, se le quita la Iglesia, en la Ilustración a Dios, en el XX la familia y en el XXI hasta su propia identidad sexual. Los que gobiernan van despojando lentamente al Hombre de todas sus defensas frente a ellos, incluso potencian la sodomía y el veganismo para que un cerebro falto de proteínas haga más vulnerable al ser humano frente al Estado. Fue una gran conferencia.

    1. Eso de poner al mismo nivel la sodomia y el veganismo es como confundir la velocidad con el tocino……. A parte de eso un vegano no tiene por qué estar escaso de proteinas.

  4. Es el hombre transhumano de la agenda maldita del treinta. Pero… ¿Se ha enterado el babieca clero de ello? Me parece que, en general no. Van a tener lo que merecen.

  5. Bastante bien, no dice todo pero dice bastante. Hay que apoyar a estos políticos pero teniendo muy presente que los santos serán vencidos y que los poderosos de este Mundo están más fuertes que nunca y su agenda está puesta en marcha por lo que hay que tener presente que este proceso de pauperización y embrutecimiento de los pequeños de este Mundo no va a parar y que estamos en un proceso de bestialización para la formación de un imperio pagano global con sus hombres dioses, su casta sacerdotal y sus esclavos.
    Entonces, el regreso de Cristo no está lejos porque Cristo vuelve pronto.
    Si no se tiene en cuenta el Apocalipsis los católicos no van a poder resistir a la apostasía general y muchos se van a perder.
    Hay que entender todo el proceso actual como lo necesario para estar con Dios porque si el Mundo y la Iglesia no mueren no van a poder entrar en la eternidad que es Dios mismo.

  6. Se ve bien la bajada de linea de sacar este artículo del lugar principal siguiendo consejos de sacerdotes expertos que siguen consejos de la jerarquía que siguen consejos de Bergoglio que sigue consejo del nuevo orden mundial. Felicitaciones infovaticana han demostrado no merecer nombrar a Jorge Buxadé y pertenecer a la casta

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