Viene a ser una apertura de hostilidades con la ganadora de las recientes elecciones, Giorgia Meloni, que el Papa haya llamado “criminal” a “no abrir las puertas a los necesitados”, que vienen a ser todos los que se presenten en las costas europeas.
Que el episcopado belga pergeñe una bendición formal para parejas homosexuales, contra lo dispuesto explícitamente por Roma, no quita el sueño al Papa, como tampoco le invita a muchos comentarios tener a la rica Alemania en cisma no declarado. Pero que la Meloni haya ganado en Italia es más de lo que Francisco puede soportar.
Así, mientras canonizaba a un obispo del siglo XIX conocido como el «padre de los migrantes», Giovanni Battista Scalabrini, y a un hombre del siglo XX que atendía a los enfermos en Argentina, abrió fuego con toda la artillería retórica.
«La exclusión de los migrantes es escandalosa. De hecho, la exclusión de los migrantes es criminal. Les hace morir delante de nosotros», dijo. «Y por eso hoy el Mediterráneo es el mayor cementerio del mundo», dijo, en referencia a los miles de personas que se han ahogado intentando llegar a Europa.
«La exclusión de los migrantes es repugnante, es pecaminosa. Es criminal no abrir las puertas a los necesitados». La actitud de Francisco ante la inmigración masiva, legal o ilegal, contrasta poderosamente con lo afirmado por sus predecesores inmediato, que lo consideraban una cuestión prudencial de los Estados en la que había que tener en cuenta numerosas circunstancias. Pero, en esto, el Papa reinante es absolutamente maximalista.