Cómo encontrar a los obispos que necesitamos

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(George Weigel/First Things)-Este verano se generaron muchas expectativas cuando el Papa Francisco nombró a tres mujeres como miembros del Dicasterio para los Obispos del Vaticano, que hace recomendaciones al Papa sobre los nombramientos episcopales en gran parte del catolicismo de rito latino. Queda por ver si esta innovación marcará alguna diferencia significativa en la fase final de un proceso largo y complejo; dadas las formas bizantinas de la Curia Romana (y su ambiente y dinámica de club privado), tengo mis dudas. Pero ya veremos.

En cualquier caso, una reforma profunda del proceso de selección de obispos en la Iglesia de rito latino empieza por incorporar a mujeres, por no hablar de laicos, en una fase mucho más temprana del proceso.

Los nuncios y los delegados apostólicos -los representantes oficiales de la Santa Sede en el extranjero- deben, en teoría, realizar una amplia consulta a la hora de examinar los candidatos al episcopado cuyos nombres envían al Dicasterio para su consideración. En la práctica, sin embargo, esa consulta sobre la idoneidad de un determinado hombre para el cargo de obispo se limita casi siempre a consultas entre obispos y sacerdotes. Esas consultas tienen un valor real, pero corren el riesgo de dejar fuera a candidatos que pueden estar dotados de un talento evangélico y apostólico que incomoda a sus colegas del clero más plácidos y menos enérgicos. Y el hecho de que alguien sea especialmente sociable no debería ser un factor determinante en su posible candidatura al episcopado.

En todo el mundo occidental actual la Iglesia se encuentra en una situación misionera de facto. La cultura ya no ayuda a transmitir y sostener «la fe que fue entregada de una vez por todas a los santos» (Judas 1:3). Por el contrario, esa fe está bajo constante ataque cultural y, en algunos casos, legal. En estas circunstancias, unos pastores católicos centrados principalmente en el mantenimiento institucional -mantener la maquinaria de las parroquias, escuelas y demás funcionando, pero no hacer crecer la Iglesia- conduce inevitablemente a un «declive controlado». Esta frase, que ahora se oye en más de una diócesis del noreste y del cinturón del óxido de Estados Unidos, refleja una lectura melancólica de los signos de los tiempos eclesiásticos, a menudo causados por graves problemas financieros. Esos problemas son bastante reales, gracias a la crisis de los abusos sexuales, a los abogados depredadores y a los efectos de dos años práctica católica bajo la “peste”. Pero que los pastores de la Iglesia imaginen que su papel es «gestionar el declive» puede reflejar también una falta de confianza en el poder del Evangelio para ganar corazones, mentes y almas hoy en día.

En un mundo occidental cada vez más poscristiano, la Iglesia del siglo XXI necesita un episcopado de apóstoles. La gestión es importante. Pero la tarea principal del obispo es llevar a la gente a Cristo y fortalecer la fe de los que ya están bajo la bandera del Señor Jesús y su causa. Así lo enseñó el Concilio Vaticano II en su Constitución Dogmática sobre la Iglesia y en su Decreto sobre el oficio pastoral de los obispos en la Iglesia. Un apóstol enérgico y eficaz siempre puede encontrar la ayuda que necesita para gestionar la parte de la Iglesia que le ha sido confiada. Pero si no vive su episcopado como testigo apostólico, maestro y santificador, si no es eficaz en animar a todos en su diócesis a ser los discípulos misioneros para lo que fueron bautizados, y si no apoya a sus hermanos sacerdotes en la potenciación de un laicado evangélicamente vibrante, todas las habilidades de gestión del mundo no evitarán que su diócesis se deslice por la resbaladiza pendiente del «declive gestionado».

Los católicos laicos pueden ayudar a identificar a posibles obispos con ese celo apostólico y con las cualidades y habilidades personales necesarias para ser un pastor al que los demás deseen seguir. Los laicos ven cosas en sus pastores que sus compañeros sacerdotes pueden no ver o no tomar suficientemente en serio. Por ello, una consulta seria a los laicos comprometidos (y discretos) a nivel local ayuda a evitar que el episcopado se convierta en un club que se autoperpetúa, o peor aún, en una casta clerical superior. Los obispos deberían llevar a cabo este tipo de consulta cuando se preparan para las reuniones provinciales en las que se discuten los candidatos al episcopado. Los nuncios y los delegados apostólicos también deberían estar lo suficientemente bien informados como para conocer a los católicos laicos en los que se puede confiar para dar evaluaciones honestas, no ideológicas y apolíticas, de la aptitud de un sacerdote para el cargo de obispo.

Ser obispo en el mundo occidental hoy en día es un trabajo muy, muy duro, por lo que más de un sacerdote está rechazando el nombramiento episcopal cuando se le ofrece. Encontrar el tipo de hombres que puedan ser verdaderos apóstoles del siglo XXI comienza en el ámbito local. Ahí es donde comenzará una profunda reforma en el proceso de dar a la Iglesia los obispos que necesita.