Quedan los laicos para defender el Magisterio

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En la Iglesia las cosas parecen estar hoy en día al revés. Antaño era la cúpula eclesiástica, los que tienen el deber de enseñar en la Iglesia, los que llamaban al orden a la base eclesial cuando se descarrilaba.

(La Nuova Bussola Quotidiana/Stefano Fontana) – Hoy, sin embargo, es la base eclesial, los sacerdotes pero sobre todo los laicos, la que pide cuentas a la jerarquía por lo que dice, la que le recuerda que hay documentos anteriores del Magisterio que dicen lo contrario de lo que ahora sugieren, que hay cuestiones teológicas que están cerradas porque el Magisterio ya se ha pronunciado definitivamente sobre ellas, en fin… la que la corrige. Si antes era el papa o el obispo quien corregía una posición teológica aventurada, hoy son los pobres laicos quienes deben advertir a la jerarquía… sobre su propio magisterio.

Cuando se publicó la Exhortación Amoris laetitia, se tuvo que intervenir -a pesar de no pertenecer a la Iglesia docente, sino a la Iglesia discente- para señalar que contradecía la Familiars consortio y la Veritatis Splendor. Cuando Francisco firmó la Declaración de Abu Dhabi, hubo que intervenir para señalar que entraba en conflicto con Dominus Jesus, la declaración sobre la unicidad salvífica de Jesucristo. Ahora, cuando en las altas esferas se pretende suplantar la Humanae vitae, uno se ve obligado a señalar que esa enseñanza debe considerarse definitiva porque Pablo VI comprometió en ella toda su autoridad apostólica y magisterial. Ante la planificación de la muerte de la celebración de la misa Vetus ordo contenida en la Traditionis custodes de Francisco, uno se ve obligado a recordar a la cúpula de la Iglesia que esa misa nunca ha sido abolida y, por tanto, no se puede violar el derecho a celebrarla. Ante los continuos intentos de ordenar mujeres diáconos, uno se ve obligado a señalar al magisterio actual que el magisterio anterior -que también era magisterio- con Juan Pablo II ya había declarado cerrada la cuestión. Riccardo Cascioli, por ejemplo, ha tenido que recordar varias veces a la cúpula vaticana que existe una instrucción de 2003 de la Congregación para la Doctrina de la Fe que prohíbe el reconocimiento legal de las uniones civiles entre personas del mismo sexo, a pesar de que obispos, conferencias episcopales, sínodos nacionales e incluso Francisco se han declarado a favor de las uniones civiles.  Luisella Scrosati se ha visto obligada a recordar al Papa que la Instrucción sobre la vocación eclesial del teólogo Donum veritatis dice que la investigación teológica no puede referirse a cuestiones sobre las que el Magisterio ya ha intervenido de forma definitiva, algo que contradijo abiertamente el Papa en la entrevista a su regreso de Canadá cuando fue preguntado sobre la anticoncepción. Pero, ¿por qué tienen que ser sistemáticamente los fieles de base de la Iglesia y, repito, especialmente los laicos, los que recuerden la existencia de estas enseñanzas? ¿No saben los papas y los obispos que esos documentos existen?

La lista podría seguir y seguir, son ya tantas las posturas cotidianas desde las altas esferas eclesiásticas, pontificias y diocesanas presionando hacia una ruptura, hacia la novedad, que los fieles se ven obligadas a recordarles que lo viejo también existe y que si quieren apuntar a lo nuevo deben garantizar, pero sin ardides, subterfugios y notas a pie de página, que no entra en conflicto con lo viejo. Ahora vivimos en una carrera de persecución continua: ellos corriendo por delante, los fieles exigiendo responsabilidades por los desgarros y recordándoles enseñanzas anteriores que evidentemente pretenden desconocer. Antes era exactamente lo contrario. La Iglesia se ha vuelto del revés. Sin embargo, hay que admitir que esta persecución es agotadora, muy perjudicial para la fe, y a estas alturas también bastante empalagosa. Parecen episodios en serie de una telenovela de tercera categoría. ¿Tendremos que seguir recordando interminablemente al Papa, a los dicasterios vaticanos y a los obispos que hay tal o cual declaración en tal o cual documento? 

Lo más grave es que esto no ocurre por casualidad, sino que lo exige el planteamiento de la nueva teología del postmodernismo. Cuando, en la apertura del Vaticano II, los esquemas de la Curia Romana fueron rechazados por los Padres, sucedió lo inevitable, es decir, que los teólogos (que asistían a los obispos pero también los dirigían) se impusieron. El motivo era que, una vez que la teología se concibiera en un sentido histórico y existencial, la palabra decisiva la tendrían los que mejor saben conectar con este sentido histórico, es decir, los teólogos (progresistas), mientras que el papel de los que deben conservar lo antiguo, es decir, la autoridad eclesiástica, pasaría a un segundo plano. Cualquier declaración magisterial que no responda al sentido generalizado de la opinión pública se considera anticuada. La teología del «giro antropológico» requiere intrínsecamente que el magisterio siga los «signos de los tiempos», reducidos a cómo piensa el mundo en tales cuestiones. Ahora bien, de esta dirección se ha encargado el propio magisterio, y no sólo los teólogos, por lo que nos toca a los pobres fieles de la base eclesial, especialmente a los laicos, ir al magisterio tradicional y plantear preguntar: ¿pero si en este documento está escrito que… por qué en cambio dice usted que…?

¿Podrá la Iglesia avanzar nunca de este modo?