Por qué caemos tan mal

Por qué caemos tan mal

Que la Archidiócesis de Madrid anuncie su programa Repara, animando a denunciar cualquier caso de abuso dentro o fuera de la Iglesia, lo acogemos en InfoVaticana con un sabor agridulce. Dulce, porque en nuestra razón de ser, en nuestra misma aparición en Internet, ha tenido un peso determinante el convencimiento de que la denuncia de los desmanes es siempre un servicio a la Iglesia.

Y amargo porque nuestra experiencia desde el primer día ha sido que la actitud real ha tendido a ser que “los trapos sucios se lavan en casa” y que el delator acaba pagándolo.

Las pruebas que hemos acumulado en este sentido a lo largo de los años son tan abrumadoras como dolorosas. Hemos constatado una y otra vez que lo que se anuncia a bombo y platillo se suele contradecir con la práctica, que nuestros jerarcas preferirían que la prensa católica fuera toda ella un remedo del diario Buenas Noticias, donde dijéramos siempre lo bien que va todo y la buena labor que hacen siempre nuestros pastores. Y, sinceramente, nada nos gustaría más si ese panorama correspondiera a la realidad.

No es el caso, y los escándalos que han azotado a nuestra Iglesia en dos grandes oleadas -primero, hacia el final del pontificado de San Juan Pablo II; luego, lo que llevamos viviendo desde que estallara el ‘caso McCarrick- se han visto especialmente agravados hasta la putrefacción por el silencio -a menudo, bien intencionado, para “no dar escándalo”- y la costumbre inveterada de poner palos en las ruedas a quienes han tratado de denunciar.

Así, este Papa inició su mandato con la proclamación de una política de ‘Tolerancia Cero’, pero ahora como antes la Iglesia jerárquica no ha hecho más que reaccionar. Reto a los lectores que citen un solo caso de abusos sexuales por parte de un clérigo que haya saltado a conocimiento público por una denuncia de sus superiores, sin amenaza alguna de que el escándalo fuera revelado por medios seculares o la propia justicia civil.

En Infovaticana ese es el hecho que nos parece más nocivo para la imagen de la Iglesia, que no deja de ser la imagen de la Esposa de Cristo. Estamos convencidos de que el gran vuelco llegará, no con ampulosas declaraciones de intenciones, códigos escritos en caliente como reacción al último escándalo o campañas publicitarias como la que acaba de lanzar la Archidiócesis de Madrid, sino cuando las denuncias lleguen mayoritariamente del propio estamento clerical y no de una prensa secular a la que se le hace la boca agua denigrando a la institución. Esa será la piedra de toque del proyecto para acabar de verdad con ese clericalismo constantemente denostado por el Santo Padre.

Por eso no nos importa caerle mal a muchos en los sacros palacios, que intenten acallarnos o ahogarnos económicamente, que muchos buenos católicos nos acusen de hacerle el juego a los enemigos de la Iglesia, como si Dios necesitara de nuestras mentiras y nuestros ocultamientos. Porque cada vez que se denuncia un desmán o se critica una acción turbia, se está haciendo más difícil que continúe y crezca. Lo más triste de casos como el de McCarrick es saber, a toro pasado, que todos sabían, que cualquier seminarista estaba al cabo de la calle de las curiosas invitaciones del cardenal a pasar unos días en su casa de la playa. Hasta hoy, curiosamente, los obispos en ejercicio que mantuvieron una estrecha relación con el todopoderoso cardenal no sabían nada de nada, no habían oído ninguno de esos rumores que, sin embargo, conocían todos en seminarios y rectorías, ya es casualidad. Y si un medio católico hubiera denunciado su conducta en el primer momento, la Iglesia se hubiera ahorrado la vergüenza y el escándalo de casi medio siglo de impunidad.

La archidiócesis de Madrid invita a denunciar los abusos: «La denuncia ayuda»

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