El dilema de la sinodalidad y la paradoja del magisterio irreversible

Papa Francisco Traditionis Custodes sinodalidad
|

«Me cuesta creer que, en un momento como el que atraviesa la Iglesia hoy, tan rápidamente menguante en Occidente en número e influencia cultural, lo urgente sea privar del Rito Romano que se ha celebrado a lo largo de siglos a un nutrido grupo de católicos practicantes».

No recuerdo dónde he leído al Papa declarando que su vida ha estado llena de contradicciones, y no tengo ningún problema en creerle, porque también su pontificado ha resultado a menudo contradictorio.

En su ‘regalo de Navidad’, la respuesta a unas Dubia presentadas sobre su último y controvertido motu proprio Traditionis custodes, en concreto, observamos dos de las paradojas que jalonan su papado, y que he dado en llamar el dilema de la sinodalidad y la paradoja del magisterio irreversible. Empezaré por este último.

Doy por descontado que el lector conoce, siquiera por encima, el resultado de esta última aclaración papal, que viene a confirmar los temores de quienes predecían que la intención del escrito era acabar de una vez por todas con el rito tradicional. En cualquier caso, les remito al tema escrito por Fernando Beltrán.

Al parecer, Su Santidad está descontento con la respuesta a su motu proprio, especialmente en aquellos países en los que la Misa Tradicional estaba tomando arraigo tras Summorum Pontificum, Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos. Esos ‘custodios de la Tradición’ que son, según el texto papal, los obispos, no están aplicando el querer del Santo Padre con la unanimidad deseada (y acostumbrada), así que las nuevas instrucciones vienen a remediar ese problema.

Cuál era la intención del motu proprio estaba clara desde el primer momento y, en cualquier caso, el cardenal Roche, prefecto para el Culto Divino, ya aclaró en una carta al primado de Inglaterra y Gales filtrada a la prensa que la única interpretación posible era la más restrictiva, Y ahora nos llega la confirmación.

Estaba cantado desde hace tiempo. En 2017, en un discurso a los participantes en la 68ª Semana Litúrgica Nacional celebrada en Roma, el Papa afirmaba que “después de este magisterio, después de este largo camino podemos afirmar con seguridad y con autoridad magisterial que la reforma litúrgica es irreversible”.

Y ahí está la primera paradoja. Toda la ‘revolución de Francisco’ se asienta en la primacía de Pedro, doctrina paradójicamente más respetada por los católicos respetuosos de la Tradición que por los comentaristas y teólogo ‘renovadores’ que ahora se sirven de ella para forzar el trágala.

Ya hemos explicado en múltiples ocasiones que una de las obsesiones del Santo Padre es hacer “irreversibles” sus reformas, y en la misma frase puede verse la contradicción interna. Porque sus reformas implican, precisamente, que como Papa no está atado por las disposiciones de sus predecesores, pero eso mismo significa que sus sucesores tampoco lo estarán por la suyas. O el asunto en sí es reformable, y por lo tanto podrá cambiarlo cualquiera que venga después, o no lo es, y entonces tampoco él puede hacerlo. Tertium non datur.

De hecho, el Concilio del que salió la gran reforma litúrgica del Novus Ordo tuvo como meta expresa ‘actualizar’ la misión de la Iglesia, es decir, adaptarla a los nuevos tiempos. Pero cualquier ‘tiempo nuevo’ se queda antiguo en unas cuantas décadas, y es defendible que el mundo de hoy no es el de finales de los sesenta del siglo pasado.

La segunda paradoja de este caso es el dilema de la sinodalidad. He perdido la cuenta de las veces que el Santo Padre o alguno de sus adláteres nos ha explicado que la sinodalidad es un reconocimiento del tesoro de la diversidad en la Iglesia, que debe siempre estar en posición de diálogo y escucha atenta no solo con los católicos ‘de las periferias existenciales’, sino incluso con apóstatas, herejes e incluso ateos de buena voluntad.

También, naturalmente, las voces de sus hermanos en el episcopado. Y aquí empieza el dilema, porque las ‘aclaraciones’ del nuevo documento prenavideño están motivados porque muchos (o un número suficiente) de obispos se ha tomado al pie de la letra tanto las protestas de colegialidad como el título del motu proprio (sus dos primeras palabras, como es costumbre) y se han sentido, verdaderamente, ‘guardianes de la Tradición’.

Por eso confieso respetuosamente que no puedo tomarme demasiado en serio el inminente sínodo de la sinodalidad, cuando en la práctica veo que solo un lado cuenta y es escuchado ‘atentamente’. Me cuesta creer que, en un momento como el que atraviesa la Iglesia hoy, tan rápidamente menguante en Occidente en número e influencia cultural, lo urgente sea privar del Rito Romano que se ha celebrado a lo largo de siglos a un nutrido grupo de católicos practicantes. Como me cuesta creer que sea ‘poco pastoral’ negar la comunión a un furibundo proabortista como Biden y resulte perfectamente aceptable suprimir la Misa Tradicional.

El Papa responde las ‘dubia’ sobre las intenciones de Traditiones Custodes