Sacerdotes contra el covid

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Reconozco que al leer al nuevo prefecto de la Congregación para el Clero, Lazzaro You Heung-sik, se me ha caído el alma a los pies. Luego he recordado que no sé coreano, que la entrevista original sería bastante más larga, que lo publicado en estas páginas es solo un extracto y que quizá me haya perdido la mejor parte. Pero leerle decir “Promoveré sacerdotes que puedan comunicarse y conversar con los desfavorecidos en tiempos difíciles, como la pandemia de COVID-19″, me ha hecho pensar más en una respuesta “ajustada a las nuevas sensibilidades” que la preocupación real de un príncipe de la Iglesia enfrentado a la realidad del sacerdocio católico hoy.

Y no, no es porque considere que la atención hacia los más desfavorecidos sea trivial o menor, en absoluto. Es difícil leer la vida de santo alguno que no haya puesto un potente foco en ese cuidado de los más pequeños, de los más apartados, de los más sufrientes y olvidados de sus hermanos. Es marca de la casa, desde el principio de la predicación cristiana. Solo que no es algo que se demande específicamente del sacerdote, sino del cristiano.

Hace algún tiempo un seminarista a punto de ordenarse (o un sacerdote recién ordenado, no estoy seguro) preguntó en la red social Twitter a sus seguidores católicos qué esperaban preferentemente de un sacerdote. Las respuestas eran previsibles, incluyendo preferencias cercanas a las expresadas por Heung-sik (aunque ninguno llegó a mencionar el covid, creo). Que sea santo. Que esté siempre disponible para los pobres y los más necesitados. Que sea un alma de oración. Que predique con valentía y sin cansancio el mensaje cristiano. Que sea ejemplo en el compartir y en la alegría.

Y, verdaderamente, el conjunto dibujaba un retrato robot extraordinario, digno de un ‘head hunter’. Solo le veía un pequeño problema, un detalle: todo eso, todo, desde la caridad a la oración, de la evangelización a la santidad, se me pide exactamente igual a mí, se nos pide a todos.

¿Qué hay diferencial en el sacerdocio o, por decirlo de otra manera, qué puede hacer el sacerdote que yo no puedo hacer, en qué no podría sustituirle ni con la mejor de las intenciones? En la administración de los sacramentos y, muy especialmente, la Penitencia y la Sagrada Eucaristía. Necesito -personalizaré para que se haga más evidente- que se me perdonen los pecados y que me den acceso al Cuerpo de Cristo. Es lo único que no puede ofrecerme un laico.

No sé si el episcopado se acuerda por lo general de hacer hincapié en esto, en el hecho de que confesando, dando misa y administrando los demás sacramentos están realizando una misión incomparablemente más grande -y, al final, más caritativa- que con interminables conversaciones sobre el covid con el pobre de la puerta. Lavarle los pies nunca podrá compararse con lavarle el alma, ni darle de comer pan con ofrecerle el Pan de Vida. Sobre todo, yo puedo lo primero, pero no lo segundo.

Superficialmente, los mensajes que me llegan parecen presentar a los sacerdotes más bien como unos voluntarios sociales hipercualificados y a tiempo completo, cubriendo una actividad sin duda necesaria, pero que ya cubren otros, cristianos o no. Y siendo el tiempo limitado, no es extraño que tanto énfasis en el activismo acabe haciendo tan difícil encontrar confesor en tantas parroquias.