¿Clergyman o sotana?

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(Famille Chrétienne)- Se volvió facultativa a inicios de los sesenta; más tarde, fue destronada por el clergyman y por la ropa secular. Ahora, la sotana gana cada vez más adeptos. Nos cuentan por qué.

Según sus adeptos, la sotana es una gran herramienta de evangelización. «En una sociedad cada vez más secularizada, la sotana simboliza la existencia de otra realidad –explica don Guiny–. Insta a preguntarse cosas y a entrar en contacto con ellas». En Mantes-la-Jolie, el padre de Vaugiraud ha podido experimentar el potencial misionero de su largo hábito negro. Un día, cuando entró en un bar por delante del cual ya había pasado unos minutos antes, el dueño del bar le confesó que su sotana había provocado una discusión entre los clientes. «Dios entró en su conversación. Hablamos mucho de caridad y del amor de Cristo. Este trozo de paño, al que los franciscanos del Bronx denominan la homilía silenciosa, me ha permitido poder llevar el nombre de Jesús a los corazones. ¡Soy el hombre-ndwich de Dios!», concluye. «La sotana es un medio eficaz para acercarse a las periferias, particularmente a los musulmanes, que son mucho más respetuosos con quienes demuestran su fe», confirma el padre Raphaël Dubrule, misionero de la Divina Misericordia que se ha instalado en el centro de Toulon. Su apostolado se dedica, entre otras cosas, a la evangelización de los musulmanes. Los miembros de esta fraternidad sacerdotal suelen llevar una sotana blanca que recuerda al hábito tradicional de los Padres Blancos. En un barrio compuesto por un 75% de musulmanes, una presencia como esta, cristiana y religiosa, tiene un impacto considerable sobre los vecinos. «Los salafistas no suelen acercarse demasiado. Suelen decir que se trata de un espacio cristiano, ocupado por los hombres de blanco. Y los franceses, de cultura cristiana, aunque se hayan alejado de la Iglesia, aprecian que sean los católicos los que llevan hábito. Para ellos es como un pequeño rayo de esperanza», añade el padre Dubrule.

La sotana requiere cierta moderación

Si habla a aquellos con los que se cruza por la calle, la sotana también dirige un mensaje a quien la lleva puesta, recordándole su consagración a Cristo. El padre Lamballe subraya que el sacerdote debe besarla cada mañana antes de ponérsela, de modo que recuerde «quién es, para quién vive y al servicio de quién está». En un plano más espiritual, «al igual que el escapulario nos brinda la protección de la Santísima Virgen, la sotana sitúa al sacerdote bajo el manto de aquel al que pertenece primero», concluye el sacerdote. También requiere cierta moderación. «Sé que siempre me miran –explica el padre Gastineau– y eso influye en mi comportamiento, me ayuda a crecer en la virtud». Aunque el hábito no hace al monje, puede contribuir a ello.

Sin embargo, el retorno de la sotana está lejos de ser algo unánime. A algunos les molesta, y señalan su carácter ostentoso o anticuado, cuando no sus connotaciones ideológicas, tildándola de “integrista”. «Es un todo o nada, asume el padre Vaugiraud, pero prefiero arriesgarme antes que desaparecer del foro público. Sobre todo porque la crispación procede del clero y, particularmente, de los superiores, que lo toman como una revancha contra el Concilio. También hay quejas de algunos sectores progres, pero nunca suelen venir de quienes están alejados de la Iglesia».

¿Se trata de un debate intergeneracional? Seguramente, aunque se trata ante y sobre todo de un debate filosófico, casi estratégico. El padre Gastineau recuerda que, cuando estaba en el seminario, llevar la vestimenta eclesiástica era algo impensable (estaban obligados a llevar ropa secular), aunque todos escondían una sotana en el armario. «Nos la poníamos fuera del seminario y nos cambiábamos a escondidas. Aunque no era la razón principal, creo que la asumimos en respuesta a una generación de sacerdotes con la que no nos identificábamos», confiesa.

«Optar por la sotana corresponde a una determinada visión del mundo y de la Iglesia», analiza el padre Vaugiraud. En un momento dado, algunos consideraron que se trataba de un obstáculo a su apostolado. Hoy, sin embargo, hay muchos sacerdotes jóvenes que piensan que se trata de su mejor aliada en una sociedad descristianizada. Al no estar del todo convencidos por la experiencia de ser la levadura en la masa, han optado por ser la «luz del mundo». «Aunque hay que tener cuidado. Llevar la sotana no significa ser más santo. Y antes de decidirse o no a llevarla, lo que importa es saber el hombre qué tipo de hombre se la pondrá», concluye el padre Vaugiraud.

Publicado por Élisabeth Caillemer en Famille Chrétienne.

Traducido por Verbum Caro para InfoVaticana.