El creyente le debe al Pontífice «afecto, respeto y obediencia como un signo visible y garantía de la unidad de la Iglesia», por esta razón, los ataques «cada vez más insolentes contra el Papa Francisco», especialmente «aquellos que surgen dentro de la Iglesia, están equivocados», ha dicho el cardenal italiano, según ha recogido La Stampa en un artículo de Domenico Agasso.
Angelo Scola, el cardenal que prácticamente entró como Papa en el cónclave que catapultó a Francisco, ha escrito esto en la introducción de la edición actualizada de la autobiografía «Apuesto por la libertad», creada con Luigi Geninazzi (Solferino, 304 páginas, 12 euros). El libro es presentado por «un nuevo ensayo sobre el» futuro del cristianismo», en el que el arzobispo emérito de Milán dice que no le preocupan las amenazas de un cisma eclesiástico, pero expresa su pesar porque ha estallado «lucha entre conservadores y progresistas” en los Sacros Palacios y entre los católicos: es un “retroceso”, dice con amargura.
Scola se pregunta «en qué punto está la Iglesia católica en la tormenta que parece atravesar». En la perspectiva numérica, «la erosión en curso del catolicismo y, en general, de los creyentes en Europa y América es innegable, donde la categoría de los noes parece estar creciendo, es decir, aquellos que responden ‘no’, ninguna, a la pregunta sobre a qué religión pertenecen, hasta el punto de que algunos observadores comienzan a preguntarse si el agnosticismo declarado no terminará convirtiéndose en «la primera religión» del mundo occidental».
En diez años se espera, dice el purpurado en el escrito recogido por La Stampa, que los agnósticos puedan “alcanzar una cifra entre el 25 y el 30 por ciento y en este caso se convertirían en la mayoría relativa, superando así al grupo de católicos y de protestantes, ambos al 22 por ciento».
El cardenal señala que «según el juicio más extendido, se trata de una crisis grave y profunda, la cual, según algunos observadores, se presenta en la historia de la Iglesia cada quinientos años. «El choque actual», afirma por ejemplo el experto sobre religiones Jean François Colosimo, «recuerda por su carácter sistémico a la crisis de las herejías del siglo IV, la querella de las investiduras del siglo XI, de las indulgencias en el siglo XV. Cada vez iban acompañados de un desorden moral. Cada vez la catástrofe no vino del exterior sino del interior. Cada vez que la crisis golpea fuertemente a la institución y esta vez se centra más que nunca en la Curia y el clero»».
La idea de una naturaleza cíclica de las crisis a Scola le parece «un forzamiento que no tiene en cuenta la gran diversidad de los eventos citados». La situación actual se trata, de hecho, «de una ‘mundanización’». Aquí reside la raíz «profunda de escándalos, los delitos, el comportamiento aberrante, como los abusos sexuales a menores, también cometidos por personas consagradas. Si, de hecho, la referencia a la gracia desaparece y uno vive ‘como si Dios no existiera’, lenta pero inexorablemente se desmorona y abandona la moralidad personal”.
Esta es también la razón por la cual el Papa Francisco hoy tiene como objetivo «sacudir las conciencias, cuestionando los hábitos y comportamientos establecidos en la Iglesia, cada vez elevando, por así decirlo, el obstáculo a superar. Lo que puede generar desconcierto e incluso perturbación”, admite Scola en el texto que nos trae La Stampa.
Pero esto no justifica «los ataques cada vez más duros e insolentes contra él, especialmente los que surgen dentro de la Iglesia». Para el cardenal italiano «están equivocados”. “Desde que era niño, aprendí que ‘el Papa es el Papa’ a quien el creyente católico debe afecto, respeto y obediencia como un signo visible y una garantía segura de la unidad de la Iglesia en el seguimiento de Cristo. La comunión con el sucesor de Pedro no es una cuestión de afinidad cultural, de simpatía humana o de un feeling sentimental, sino que se refiere a la naturaleza misma de la Iglesia», asegura el arzobispo emérito de Milán.
Scola dice que «cada Papa debe ser ‘aprendido’ en su estilo y en su lógica más profunda». Y considera «admirable y conmovedora la extraordinaria habilidad de Francisco de estar cerca de todos, en particular de los excluidos, de aquellos que más sufren la ‘cultura del descarte’, como a menudo nos recuerda en su ansia por comunicar el Evangelio al mundo».
Hay quienes presagian divisiones y «escenarios oscuros para la Iglesia que estaría amenazada por un cisma», observa el prelado. Las polémicas y divisiones que se están volviendo «cada vez más severas, incluso a expensas de la verdad y la caridad, me preocupan». El cardenal no ve un riesgo de cisma, pero teme «un viaje hacia atrás». “A los que creen que la Iglesia se ha quedado muy atrás, les digo más bien que estamos regresando y precisamente al momento del debate postconciliar entre conservadores y progresistas. Veo renacer una contraposición con tonos exagerados entre los guardianes de la Tradición rígidamente entendida y los defensores de lo que se entendía como una adaptación de la práctica, pero también de la doctrina a instancias mundanas”, explica el purpurado.
Para los primeros, las innovaciones «implementadas después del Concilio provocaron la hemorragia de fieles, mientras que, para los segundos, la respuesta insuficiente a las expectativas de la sociedad fue la principal causa del desapego hacia la Iglesia».
Scola pone como ejemplo el camino sinodal alemán como el “más evidente y desconcertante de este salto hacia atrás, con el intento de discutir y aprobar de manera vinculante en sede local decisiones, también de carácter doctrinal, que solo pueden tomarse a nivel de la Iglesia universal».