El Vaticano dobla la apuesta y cita a Newman en defensa de las tallas amazónicas

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Podían dejarlo pasar, pero no: el Vaticano ha convertido en ‘casus belli’ lo que algunos llaman ‘profanación’ de las estatuillas indígenas de las que nadie ha sabido decir oficialmente qué significan y, muchos menos, qué hacían en una iglesia católica en el corazón de la cristiandad.

Porque, imagino, podemos hablar de la postura del Vaticano refiriéndonos a una tribuna en Vatican News firmada por Andrea Tornielli, Director editorial del Dicasterio para las Comunicaciones del Vaticano. Se titula ‘Newman y las estatuillas lanzadas al Tíber’, con el subtítulo: ‘El triste episodio del robo y destrucción de imágenes amazónicas’.

Pese al tono indignado y casi furioso del primer párrafo, Tornielli pasa un tanto de puntillas sobre lo que son esas tallas. Así, en rápida sucesión las describe como “estatuillas de madera de la tradición amazónica que representan a una joven embarazada”, “efigie de la maternidad y de la sacralidad de la vida” y “un símbolo tradicional para los pueblos indígenas que representa el vínculo con nuestra “madre tierra”.

Pero ninguna de estas vagas y poéticas definiciones explican a) por qué estaban expuestas junto al altar en una iglesia romana como es Santa María en Transpontina (la iglesia cardenalicia de Ouellet), donde fueron objeto de una extraña ceremonia dirigida por una ‘sacerdotisa’ anglicana ‘casada’ con una mujer; b) por qué fueron llevadas en andas al mismo nivel que la cruz, en una canoa, durante un viacrucis en Roma seguido por prelados sinodales, ni c) sobre todo, por qué se postraron -tocando el suelo con la cara- ante ellas en círculo, dirigidas por una chamana, en una ceremonia ante el Papa, obispos y cardenales en los jardines vaticanos.

Pero, mejor, no; mejor doblar la puesta y tratar de reclutar al neosanto, el cardenal Newman, con una analogía que clama al cielo: «El uso de templos y de los dedicados a santos particulares, y a veces decorados con ramas de árboles, incienso, lámparas y velas; las ofrendas ex voto en caso de curación de enfermedades; el agua bendita, el asilo; las fiestas y los tiempos litúrgicos, el uso de calendarios, las procesiones, las bendiciones en los campos, los ornamentos sacerdotales, la tonsura, el anillo utilizado en el matrimonio, el dirigirse hacia el oriente, y en una fecha posterior también las imágenes, tal vez incluso el canto eclesiástico y el Kyrie Eleison: todos son de origen pagano, y han sido santificados por su adopción en la Iglesia”.

Sí, Tornielli: y nuestros cuerpos son de origen pagano, y nuestro derecho y muchas cosas buenas. Pero nadie se postra ante el anillo matrimonial ni, por otra parte, parece que tenga mucho sentido coger por las buenas unas tallas de tribus paganas -lo que, al menos, hace razonable pensar que sean ídolos, aunque solo sea porque no hay diferencia en la mentalidad indígena entre “representa la vida” y “es la diosa de la vida”- y organizar en torno a ellas todo tipo de ceremonias sin aclarar en ningún momento oficialmente qué son.

Hemos tomado de los paganos muchas cosas de nuestra religión, como el idioma oficial de la Iglesia, o el título de Pontífice, todas ellas debidamente cristianizadas. Pero no adoramos a Juno como “representación” de la maternidad, ni ponemos estatuas de Cibeles en nuestras iglesias como “representación” de la tierra. No es tan difícil, Andrea. Y lo sabes.