Carta de los malos de InfoVaticana a los buenos oficiales

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La primera, en la frente: no soy bueno. Reconozco, admito y confieso que no soy bueno. Afortunadamente, nunca me han exigido en InfoVaticana la santidad; no es, que yo sepa, un requisito imprescindible para ejercer el periodismo eclesial, salvo en algunos medios que, esos sí, son muy buenos, santos súbitos todos; y lo de súbito no es solo por recurrir a la expresión hecha, sino por recalcar que lo que a muchos hace santos hoy ha aparecido súbitamente, en una adaptación encomiable a los nuevos aires.

No soy, repito, bueno, y uno de mis principales defectos es la impaciencia. No tengo paciencia, especialmente, con los santos súbitos, con los maestros de la ley que, además de alargarse unas filacterias totalmente figuradas, me insultan y me excomulgan ‘por lo periodístico’, por así decir.

Hoy me he fijado en un artículo aparecido en Alfa y Omega, órgano de la Archidiócesis de Madrid, firmado por su mismísimo director, que ocupa los primeros puestos en la sinagoga gracias a su fidelísima capacidad de adaptarse a lo que venga, de un modo no muy distinto a su remoto jefe, el señor arzobispo, don Carlos Osoro, que ha visto la luz ecológica en cuanto le ha sido conveniente verla.

Así que voy a dedicar este artículo de perdición, que ignoro si querrán publicarme, a uno que publica ese espejo de ortodoxia que es Ricardo Benjumea, a quien Dios guarde luengos años, más que nada porque tira la piedra y esconde la mano, y la piedra va contra esta publicación y yo no tengo, ni he tenido nunca, la intención de esconderme.

Hablo de esa cosa fofa que escribe bajo el titular ‘La Iglesia busca aliados contra «los discursos del miedo» (ya les advertí que no soy bueno: dejen de leerme). Me limitaré a comentar fragmentos, porque, ya saben, ellos son los buenos y yo, malo.

El titular ya les dará una idea de lo que va la vaina, lo que no es nada difícil, porque si el Papa tiene dos obsesiones -inmigración masiva y cambio climático-, ya podemos imaginar que esos prelados tan, tan sinodales y libres y descentralizados tendrán exactamente esas dos mismas obsesiones, por un principio de ósmosis o coincidencia milagrosa que debería explicar algún científico o un teólogo ‘a la moda’, porque yo no sabría. Yo soy solo una mala persona.

Benjumea se regocija y saca pecho de que la “Santa Sede fue el mayor impulsor del Pacto Mundial sobre Migración, suscrito por 164 países en diciembre de 2018 en Marrakech”. Muy meritorio, aunque el Vaticano, esa última monarquía absoluta de Occidente, siga siendo el Estado más restrictivo en acogida de extranjeros del mundo. O de que el famoso Pacto Mundial diga en su Artículo 31 que se facilitará “el acceso a servicios de atención de la salud sexual y reproductiva”. ¿Qué piensa exactamente Benjumea que significa eso? ¿Quizá desconoce la postura de la ONU sobre el aborto, o ignora que es, digamos, difícilmente compatible con la doctrina de la Iglesia, reiterada en este punto -¡faltaría más!- por Francisco? Pero eso no toca, ¿verdad? Ya si eso.

Benjumea no tiene por un segundo la menor duda de que es deber del cristiano cumplir celosamente un texto de la ONU, una organización que no ha destacado exactamente por su amor a la Iglesia o el escrupuloso respeto por su doctrina, como si fuera un undécimo mandamiento, pese a que lo que se propone en ese texto -el derecho de cualquiera, en cualquier lugar, de trasladarse a cualquier otro, de cualquier manera- no se le ha ocurrido en dos mil años a ningún Papa, santo, teólogo o doctor de la Iglesia, por no hablar de que no lo va a admitir ningún Estado que no se haya hecho a la idea de desaparecer, empezando muy particularmente por ese con el que está la Santa Sede a partir un piñón y el arzobispo Sánchez Sorondo considera ejemplar en la aplicación de la Doctrina Social de la Iglesia, China.

No, no: la Iglesia ahora tiene la obligación de hacer presión política para lograr que se imponga un estado de cosas que jamás hasta ahora se le había ocurrido a nadie. Pero los extremistas, naturalmente, son los otros, como el infierno para Sartre.

Cita abundante y con aplauso a un Michael Czerny, responsable de la Sección de Migrantes y Refugiados del Vaticano, que dice cosas como: “Es puro Vaticano II. Esa es la Iglesia que queremos. Pedirle al Papa que haga él las cosas, eso es la Iglesia anterior al Concilio, la que no queremos”.

¿Está de acuerdo con eso Benjumea? La Iglesia anterior a UN concilio, que da la circunstancia trivial en una Iglesia eterna que es el más reciente, ¿no la queremos? ¿Han estado casi dos mil años despistados los católicos mientras evangelizaban todo el orbe, haciendo el idiota en una Iglesia “que no queremos”? ¿Es consciente Czerny -y Benjumea, y Osoro- que sin esa iglesia, la de Santo Tomás, San Ignacio de Loyola o San Francisco de Asís, el Concilio Vaticano II hubiera sido imposible, no habría razón alguna para que nadie le hiciera el menor caso?

“El populismo xenófobo, al menos en España, nace de sectores que se reconocen ampliamente católicos y es amplificado por medios de comunicación que dicen ser afines a las posturas católicas”. Benjumea entrecomilla la frase, pero no la atribuye, así que daré por hecho que es de Czerby. Da un poco igual, porque todos dicen lo mismo.

El ‘populismo xenófobo’ es un mero tapabocas. No significa nada. No es, por supuesto, un lenguaje católico: no encontrarán ninguna de las dos palabras en ningún texto eclesial previo, y si hoy lo vemos es como neologismo de la política.

Es sencillamente un modo indigno y vil de descalificar una opción política perfectamente razonable atribuyéndole los móviles más viles. Era estupendo cuando ‘de internis neque ecclesia’ -de las intenciones ni la Iglesia puede juzgar- era un principio cristiano. Ahora, en cambio, los mismos purísimos que acusan a los demás de juzgar se permiten juzgar las intenciones malvadas detrás de unas políticas. Si un partido defiende considerar ilegal lo manifiestamente ilegal y controlar la inmigración no es, naturalmente, porque crea que es lo mejor para la comunidad -su prójimo, por así decir-, lo más sensato y prudente y, desde luego, lo más respetuoso con la propia ley, del desprecio de la cual solo pueden derivarse males para todos, no: es que odian y temen irracionalmente a todo extranjero, que es lo que significa ‘xenofobia’. Muy, muy cristiano, ¿no les parece? Por no hablar de dialogante.

“Vicente Martín, delegado episcopal de Cáritas Española, se refirió a «las personas mayores en nuestras parroquias» que, ante las migraciones, «se sienten confusas y amenazadas». «Sus miedos serán infundados, pero los tienen. Hay que aprender a escucharlos antes que recriminarles sus actitudes», dijo”.

¿Han leído en su vida algo tan arrogante, despectivo y elitista? Pobres xenófobos, no seamos muy duros con ellos, aunque sus miedos sean infundados… ¿Sabes qué, Vicente? Se me ocurre una idea genial para disipar sus miedos: enséñeles los datos que demuestran fehacientemente que los colectivos de inmigrantes ilegales cometen delitos violentos exactamente en la misma proporción que los nativos, y listo. Porque se podrá, ¿no? Porque son, cito, “infundados”.

Ya de paso, que les explique el truco de birlibirloque por el que se puede añadir constantemente gente a la oferta de trabajo sin que, milagrosamente, afecte a las dificultades de la gente -clase baja, ya se sabe, a quién le importa- para encontrar un empleo no cualificado. Después de todo, los subsaharianos no ponen en riesgo nuestros empleos de periodistas, ¿verdad, Ricardo?

Pero es esa arrogancia de “pobrecitos, no saben lo que les conviene”. No voy a pensar que, al fin y al cabo, ellos viven todo eso y quizá saben de qué va la vaina. No, por supuesto: ellos, que callen y hagan cola en Caritas. Qué sabrán.

Y luego esa magnífica segunda parte, esa gloriosa admisión que dice volúmenes sobre lo que de verdad entienden estos popes de la renovación con su insufrible cantinela de la ‘escucha’: “Hay que aprender a escucharlos ANTES que recriminarles sus actitudes”. Es decir, no se plantea siquiera la posibilidad, por remota que sea, de que la escucha sirva para algo; se escucha como el que escucha llover, porque nosotros, lo sabios, los puros, los justos, los santos, sabemos que nada de lo que digan, sus dramas personales, sus experiencias vitales, está “fundado”; somo nosotros, los Elegidos, los Ungidos, los que de verdad sabemos lo que les conviene, que coincide curiosa y felizmente con la ideología que teníamos antes de la ‘escucha’. Así es como yo ‘escucho’ a mi hijo de cuatro años. Bueno es saber que se refieren a eso. Luego ya se les puede “recriminar sus actitudes”, horriblemente xenófobas, seguro.

Pero vamos al párrafo en el que se nos insulta directamente, sin tener el valor de, al menos, citarnos: “Juicio más duro se dio a algunos medios digitales que, aunque se presentan como católicos, han adoptado una línea hostil contra el Pontífice; portales tal vez desconocidos para el público generalista pero influyentes en las curias diocesanas, donde no falta quien jalee sus mensajes xenófobos. Un profesor de Comillas leyó algunos titulares de las últimas semanas: «Europa se rompe por los inmigrantes»; «El Papa vuelve a hacer campaña por la inmigración masiva»; «Una llamada del Papa podría haber decidido la inmigración masiva en Italia».

¿Han acabado con las sales, o aún les queda? Nos presentamos como católicos, Ricardo. ¿Nos vas a quitar el carné? ¿Vas a pedir que nos excomulguen? ¿No es eso muy ‘preconciliar’, Ricardo? ¿En qué es xenófobo decir que el Papa hace campaña por la inmigración masiva, si es lo que estáis defendiendo en este mismo artículo? ¿No es noticia, o solo debe serlo cuando se acompaña con un ‘smiley’? Estáis hablando de esos chicos malos, los ‘xenófobos populistas’, que están rompiendo Europa. ¿De dónde les viene el poder, Ricardo? ¿Por qué, si ni un solo gran grupo mediático hace otra cosa que demonizarlos (si miento, por favor, un ejemplo), ganan en votos e influencia?

Czerny acaba diciendo que los “culpables de la crisis de 2008 han quedado impunes”, algo con lo que no puedo estar más de acuerdo. Pero se me ocurre que un modo para que no queden impunes, al menos ante los lectores de Alfa y Omega, es nombrarlos. Es lo menos, cuando uno acusa de un delito, dar nombres. Y deben conocerlos, o no sabrían que han quedado impunes. Pero, no sé, sospecho que a Benjumea y a sus patrones les alivia que no lo haya hecho.

Hay, además, otro pequeño problema con esto de los responsables de la crisis, de esos grandes bancos y sociedades financieras que provocaron la debacle y salieron de rositas de todo esto. Y es que son los primeros, oh, que se apuntan a esta misma postura de acabar con las fronteras e inundar Occidente de mano bara…, quiero decir, de inmigrantes ilegales procedentes del Tercer Mundo.

Porque, de un modo misterioso, esta Iglesia pobre para los pobres siempre acaba dándoles la razón a los más ricos.