Defensores de la fe: el triunfo intelectual del catolicismo

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En una época tan necesitada del ejemplo de los mártires y de cuantas personas hayan reivindicado la fe verdadera en contextos hostiles, Bibliotheca Homo Legens publica Defensores de la fe, un ensayo en el que el sacerdote norteamericano Charles P. Connor resume lo fundamental de las vidas de grandes personalidades de la historia de la Iglesia: san Agustín, santo Tomás Moro, san Ignacio de Loyola, Joseph Ratzinger…

El tercer capítulo versa sobre los pensadores católicos de la Baja Edad Media, en concreto del siglo XIII. Charles P. Connor menciona entre ellos a san Alberto Magno, san Buenaventura y santo Tomás de Aquino, quienes, cada uno a su manera, contribuyeron a avivar el esplendor de la verdad católica.

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San Buenaventura

En el siglo XIII se produjo un florecimiento de lo católico: por ejemplo, en sus albores se celebró el IV Concilio de Letrán, en el que se definió la transubstanciación. Poco después de aquel luminoso concilio nació en la villa de Bagnoregio Giovanni Fidanza, que adoptaría el nombre de Buenaventura al tomar los hábitos franciscanos.

Como señala Charles P. Connor, san Buenaventura abrazó una corriente diferente al aristotelismo, muy pujante en aquella época. De hecho, consideraba la filosofía aristotélica insuficiente:

El Doctor Seráfico, como se vendría en llamarle, creía que el estudio de la filosofía podía ser una herramienta muy útil en la labor de desentrañar las verdades teológicas, pero únicamente si apoya y sostiene la idea de que la vida terrenal no es más que un camino hacia el Padre, que siempre será el objeto de nuestro amor. Y esto había de explicarse en un lenguaje al que todos pudieran acceder, ya que, si el hombre podía alcanzar a comprender al Dios infinitamente digno de amor, también se convencería entonces de que necesita adherirse con firmeza a la fe.

San Alberto Magno

Algo antes que san Buenaventura nació Alberto Magno, hijo de un vasallo del emperador germánico y educado en la italiana Universidad de Padua. Muchos de quienes le han estudiado con denuedo coinciden en compararlo con Aristóteles, lo que revela tanto el valor como la originalidad formal – perfectamente acoplada con la ortodoxia católica – de su pensamiento.

De acuerdo con Charles P. Connor, una de sus grandes contribuciones fue la de separar dos disciplinas que, aunque ligadas, son diferentes: la filosofía y la teología:

Cualquiera asocia rápidamente y de forma natural la razón al enfoque epistemológico de la filosofía, pero san Alberto se apresuró a señalar lo útil que podría resultar la razón aplicada a la teología, al estudio de lo sobrenatural. La clave del pensamiento de san Alberto es que acota y ayuda a poner límites a la razón: no es como la de Dios, pero sí nos ayuda a entender a Dios.

Santo Tomás de Aquino

Santo Tomás nació en 1225 en el castillo de Roccasecca, a medio camino entre Roma y Nápoles. Hijo del conde de Aquino, pasó nueve años en el monasterio benedictino de Monte Cassino y asistió a la recién fundada Universidad de Nápoles una vez hubo completado allí sus estudios.

Su obra suele agruparse en tres categorías: comentarios a tratados filosóficos y a la Biblia, obras teológicas – fundamentalmente la Summa contra gentiles y la Summa theologica – y diversos escritos que abordan temas más concretos.

Según Charles P. Connor,

Nadie captó como él a Dios, la Divina Inteligencia. Siguiendo unas pautas increíblemente lógicas y metódicas, santo Tomás sigue el curso del hombre desde su creación y su caída, deteniéndose en los formidables acontecimientos que permitieron que las criaturas regresaran a Dios, entre ellos la Encarnación del Señor y la subsiguiente Redención del mundo.