Besar el anillo del Pescador no es honrar a la persona

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La humildad es una virtud incomparablemente más importante que cualquier beneficio espiritual que la piedad tradicional puede atribuir a la práctica de besar el anillo del Papa o de un obispo o sacerdote. Y el gesto que le hemos visto hacer en la Casa de la Virgen de Loreto, retirando bruscamente la mano a los fieles que intentaban besar su anillo, algo que quienes le siguen saben que hace a menudo, sería absolutamente loable si quienes se dirigen así a él estuvieran homenajeando su persona y no honrando su carisma.

Francisco fue ‘el Papa humilde’ desde el primer día. Desdeñó los zapatos rojos de Gammarelli que calzaba su predecesor, quiso, nada más ser nombrado pontífice, pagar su estancia donde había pasado los días del cónclave, se decantó por un coche sencillo y barato, y otros mil detalles de humildad.

Pero eso plantea una pregunta bastante obvia, y es: ¿cómo sabemos todo eso, cómo es que conocemos en tiempo real todos esos detalles de humildad? Evidentemente, porque los medios lo recogen y amplifican, algo que sin duda no ignora Su Santidad. Y la humildad anunciada no deja de ser una extraña humildad, como la de los políticos en campaña electoral.

Me resisto a pensar que Benedicto XVI llevara esos costosos zapatos rojos -rojos como la Sangre de Cristo- por vanidad u ostentación, como descreo que otros pontífices anteriores y todos los obispos piensen que los detalles de pompa o ceremonia que les rodean se presten a su persona y no a su dignidad.

Besar el anillo del pastor es una piadosa costumbre, que se asocia con bendiciones para quien la practica. No tiene nada que ver con la persona que lleva ese anillo, con sus cualidades, con su santidad personal, absolutamente nada. Es su condición de consagrado o de sucesor de los apóstoles lo que se reverencia.

Y llegamos aquí a uno de los rasgos de este pontificado que dejan a tantos católicos perplejos: el personalismo. Algunos de sus más acérrimos defensores, de hecho, han sido teólogos y comentaristas religiosos que no se han destacado en el pasado por su amor genérico al Papado; no pocos han sido directamente disidentes durante el reinado de los Papas anteriores y es más la figura de Francisco la que ensalzan, no al Papa con independencia de quién se trate.

Lo veíamos en el disparatado elogio que le dedicaba en su día el padre Thomas Rosica, a quien, por cierto, se le encuentran cada día nuevos casos de plagio en sus libros y columnas. Es bastante desconcertante que continúe siendo responsable de las comunicaciones vaticanas en lengua inglesa. El caso es que Rosica situó a Francisco por encima de la Tradición y la Escritura en un pasaje que, de corazón, esperamos que no plagiara. No es porque sea el Papa, sino porque es Francisco, ‘el Gran Reformador’.

Y, sí, claro, de tal idolatría debe huir el Papa como del diablo -es, de hecho, huir del diablo-, pero el simple feligrés que besa el anillo del Pescador sabe, al menos, que no es eso lo que está haciendo; sabe que sigue una antiquísima costumbre de honor a la dignidad, en este caso papal, en ningún caso a la persona de Jorge Bergoglio.