La Archidiócesis de Madrid nos llama a la conversión ecologista

El arzobispo de Madrid presidiendo la Jornada de Oración por el Cuidado de la Creación
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El Itinerario de Cuaresma de la Archidiócesis de Madrid lleva hasta la caricatura la ‘obsesión verde’ que forma parte, al parecer, de la renovación eclesial y que tan extraña resulta al mensaje cristiano de milenios.

 

Soy relativamente nuevo en esto del clero, y aún me pierdo con facilidad y me sorprendo igual de fácil. Así, ignoraba por completo que tuviéramos en la capital una Comisión Diocesana de Ecología Integral, dependiente de una Vicaría de Desarrollo Humano Integral y La (sic) Innovación, o que tuviera recomendaciones que darme, como feligrés madrileño, para vivir la Cuaresma.

No deja de ser curioso, entre paréntesis, que esta administración bizantina, esta burocracia que calca de la civil hasta los grandilocuentes títulos de sus departamentos, sea al mismo tiempo la encargada, entre otras cosas, de alertarnos contra ese ‘clericalismo’, de esa nefasta tendencia a hacer del sacerdote católico un funcionario contra el que fulmina Su Santidad y a la que acusa de estar detrás de los abusos homosexuales de los clérigos.

Pero divago, que estaba hablando del Itinerario de Cuaresma que ha preparado la comisión de marras, dependiente de la vicaría mencionada, departamento a su vez de la Archidiócesis de Madrid. Se centra todo él en la ecología, y lo rocía con abundantes citas de Laudato Sì, la encíclica papal dedicada al medio ambiente.

La sinodalidad, esa descentralización anhelada de la Iglesia que aspira, según el cardenal Maradiaga, a acabar con el odioso sistema piramidal y monárquico de siglos, consiste, por lo que vemos, en que los obispos no se limitan a recoger los mensajes doctrinales del Papa sino que imitan también servilmente sus novedosas obsesiones e inclinaciones personales.

El folleto tiene epígrafes tan anclados en la tradición católica como ‘Nuestra conversión desde la pérdida de la biodiversidad’, una de esas cuestiones que tantos autores cristianos a lo largo de los siglos han meditado y llevado a la oración. Tampoco es manco este otro, ‘Mártires de la ecología integral’, gracias al cual nos enteramos de que ese título grandioso de ‘mártir’, testigo de Cristo, se otorga ahora alegremente por las propias instituciones eclesiales a quienes mueren defendiendo causas ecologistas de cualquier eficacia. O este: ‘Custodios de los bosques’, que uno esperaría más ver en la descripción de algún culto pagano adorador de los árboles, con sus ninfas y dríades.

Qué tenga que ver la Cuaresma con la biodiversidad pertenece a la categoría de los más profundos arcanos, casi al mismo nivel que la novedosa obsesión en la Curia por el Cambio Climático -dogma laico recogido ‘in toto’, sin cambiar una yod, de la ONU a la Santa Sede- y la alarma ante la nada evidente ‘destrucción del planeta’, un planeta que ha pasado por fases volcánicas y numerosas glaciaciones y que él solito, sin ayuda alguna por nuestra parte, ha extinguido al 98% de las especies.

Es extraña esa obsesión frente a la práctica católica de milenios, pero lo es especialmente en Cuaresma, un tiempo que empieza recordándonos, precisamente, que somos polvo y al polvo hemos de volver. Es un tiempo para apartar los ojos del suelo, de las cosas pasajeras de la tierra, y elevarlos al Cielo, hacia nuestro destino eterno, frente al cual todo lo vivido aquí abajo, incluido el dichoso planeta, nos parecerá un instante, un parpadeo.

Ya hemos hablado en alguna ocasión de que la obsesión actual del Papa y sus adláteres por la conservación del mundo material, destinado en cualquier caso a la destrucción, nos alarma porque forma parte de una peligrosa tendencia a la marginación de lo sobrenatural, muy especialmente de nuestro destino eterno.

Pero hay otro aspecto, también, que me inquieta, y es que mientras la Iglesia introdujo en el mundo ideas novedosas y conceptos sorprendentes que luego el siglo habría de copiar hasta construir, mal que bien, sobre ellos una civilización, es ahora la Iglesia la que va a rastras, siguiendo la estela de las modas intelectuales del mundo. Si la ecología es una revelación a la que debe atender con esa gravedad el fiel católico, fuerza es admitir que los no creyentes se han adelantado en esto y la Iglesia va con retraso.