Las inquietantes preguntas que plantea ‘El secreto de Benedicto XVI’

El nuevo libro de Antonio Socci anula el 'estado de calma' con el que acogimos en su momento la renuncia de Benedicto XVI
Benedicto XVI
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(Marco Tosatti) Ha salido publicado el último libro de Antonio Socci: El secreto de Benedicto XVI, publicado en español por Bibliotheca Homo Legens. Es una obra fascinante; diríamos más, sustancialmente inquietante, en el sentido literal de la palabra, es decir, que anula el «estado de calma» con el que todos los que hemos vivido y seguido la dramática renuncia de Benedicto XVI hemos acogido (con naturalidad, se puede decir) un acontecimiento tan dramático. Y, sobre todo, si no nos equivocamos con la interpretación, este libro quiere romper el «estado de calma» de la gestión actual de la Iglesia, del Pontífice reinante y de su corte.

Se parte con una constatación clara para muchos: es decir, que la Iglesia Católica, «la Santa Madre Iglesia se encuentra ante una crisis sin precedentes en toda su historia», como escribió el padre Serafino M. Lanzetta. También R. Emmett Tyrrell Jr., del Washington Post, utiliza la misma imagen: «Ha llegado la hora de que el Papa Francisco reconozca que ha estado al frente de la Iglesia Católica en un momento de crisis sin precedentes».

 

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El autor señala, con razón, que «la dolorosa serie de escándalos por abusos que la arrolla –y que el vértice vaticano no afronta– es sólo la punta del iceberg de un gran desconcierto espiritual», el signo de una pérdida de fe y de confianza en aquella que ha sido, y sigue siendo para muchos, la doctrina católica. Y subraya: «El nódulo del drama, más amplio y profundo, es la crisis de credibilidad del papado de Jorge Mario Bergoglio, origen de una inmensa confusión entre los fieles, y el inminente riesgo de desviaciones de la doctrina católica que podría llevar a la cristiandad a la apostasía y el cisma».

Socci sitúa la dimisión de Benedicto XVI en su contexto histórico. Hasta el momento de la renuncia, la Iglesia no había sucumbido al espíritu del mundo ni a las tormentas que venían de lejos, desde los días de la Revolución Francesa, y desde hace dos siglos con ataques superlaicistas y anticatólicos. Había sido el único bastión que se ha opuesto a la globalización de las conciencias. Benedicto incluido.

«Por eso la Iglesia siempre ha buscado –en la medida de lo posible, en la hostil oscuridad del mundo– impedir que las fuerzas mundanas pudieran minar la pureza de la fe, de la doctrina católica, y desnaturalizar la misión divina de la Iglesia. La Iglesia siempre ha sabido que sufriría la persecución, y que no debía temer el martirio del cuerpo. Pero siempre ha procurado protegerse de los poderes mundanos y las herejías que atentan al alma de la Iglesia».

Con la presidencia de Barack Obama/Hillary Clinton -en continuidad con las presidencias de Bill Clinton de los años 90-, una ideología laicista se impuso a escala planetaria, disfrazada de ideología políticamente correcta, en apoyo de la hegemonía planetaria de los Estados Unidos y la globalización financiera. Por eso, el pontificado de Benedicto XVI se había convertido en un obstáculo. Y la Iglesia católica se encontró totalmente indefensa, sin alianzas…

«Con la presidencia de Barack Obama cambia la música […], hay choques […] sobre los matrimonios homosexuales, el aborto, la investigación con células estaminales. La misma Conferencia episcopal nacional no se pone de acuerdo con la Administración de Washington sobre la reforma sanitaria o sobre la llamada agenda «liberal»».

«Rogad por mí, para que, por miedo, no huya ante los lobos». Todos recordamos esa frase, tan misteriosa y perturbadora del Papa Benedicto. Socci recuerda que «el Papa indicaba así una serie de elementos a tener en cuenta: apostasía en la Iglesia, odio del mundo a la fe, el anticristo y «el final (perverso) de todas las cosas»». Y recuerda también aquello que Benedicto quiso decir sobre su encuentro con el otro gran adversario de los poderes que tratan de apoderarse del mundo, el cuerpo y el alma:

«[Con Putin] hablamos en alemán, porque lo domina perfectamente. No profundizamos muchos, pero creo que él –un hombre ávido de poder, por supuesto– está de algún modo convencido de la necesidad de la fe. Es un realista. Ve cómo está sufriendo Rusia a causa del desmoronamiento de la moral. También como patriota, como alguien que quiere volver a hacer de Rusia una gran potencia, ve que la destrucción del cristianismo amenaza con arruinar a Rusia. El ser humano necesita a Dios: eso lo percibe él con toda claridad y a buen seguro también está convencido de ello en su interior. Recientemente, cuando entregó al papa [P.S.: el papa Francisco] el icono, incluso primero se hizo la señal de la cruz y luego besó la imagen».

La renuncia de Benedicto aún sigue siendo para muchos un gran signo de interrogación, una pregunta con múltiples respuestas posibles. Socci ofrece aquí la tesis del analista Germano Dottori: «Aun no teniendo prueba alguna, siempre he pensado que Benedicto XVI fue inducido a la abdicación por una compleja maquinación, urdida por quienes tenían interés en bloquear la reconciliación con la ortodoxia rusa, pilar religioso de un proyecto de progresiva convergencia entre Europa continental y Moscú. Por razones similares, creo que también se detuvo la carrera a la sucesión del cardenal Scola, que como patriarca de Venecia había llevado a cabo las negociaciones con Moscú».

«Nadie intentó chantajearme. Yo tampoco me habría prestado a ello. Si alguien hubiera intentado algo así, yo no habría entrado al trapo, porque no puede ser que uno quede sometido a semejante presión». Así se ha expresado Benedicto. Pero es interesante el análisis de Germano Dottori. El enfrentamiento a un proyecto de un mundo unipolar con hegemonía estadounidense -que intenta someter a una Rusia independiente y autónoma- es la última locura ideológica nacida del siglo XX de los totalitarismos… Es un proyecto imperialista suicida para los Estados Unidos y muy peligroso para el mundo, pero que ha calado de manera tan profunda en el establishment estadounidense (tanto en las facciones neoconservadoras como en las liberales) que incluso Donald Trump -que ganó contra ellos y contra esta ideología- debe transigir y se encuentra fuertemente condicionado por este bloque de poder, que parece más fuerte que el presidente electo porque tiene al Deep State en sus manos.

Es importante recordar, y hace bien Socci en hacerlo, las maniobras de la administración Obama-Clinton para organizar una «revolución» en la Iglesia. De hecho, como hemos visto y vemos, sí que hubo una revolución. Y no son pocos quienes la vinculan a los fuertes poderes financieros e ideológicos a los que les molestaba no sólo la Iglesia de Benedicto, sino también los obispos estadounidenses, comprometidos en una batalla cultural, a los que la prensa dominante -pagada por el régimen actual- denomina «guerreros culturales» en tono despectivo -y es sólo una forma de expresarse.

También por esta razón, «Benedicto XVI, durante los años de su pontificado, fue sometido a ataques sistemáticos y continuados y se vio en una condición de aislamiento evidente, cada vez más difícil, hasta no tener ya ni tan siquiera el poder real en el interior de la Curia». Renuncia y, luego, tiene lugar el cónclave. U una de las reuniones clave para organizar la elección de Bergoglio se lleva a cabo -como si no hubiera aulas y conventos e institutos religiosos en Roma- en la embajada británica ante la Santa Sede. Observa Socci: «Resulta un tanto extraño el papel jugado por una potencia históricamente anticatólica (y además cuna de la masonería). Cualquiera que conozca un poco la formidable e «imperial» política exterior británica puede fácilmente pensar que hubo un fuerte interés político, por parte de este importante país, para que fuera elegido Jorge Mario Bergoglio».

Mencionamos solo de pasada, por razones de espacio, los análisis muy interesantes relacionados con lo que está sucediendo en Europa y en el mundo, el proyecto de hacer inexistentes las fronteras y las identidades, para administrar más fácilmente las nuevas masas destinadas a servir a un capital sin rostro. Y llegamos al núcleo central de la obra: la renuncia de Benedicto, pero sobre todo qué ha significado, en qué medida,  a qué ha renunciado.

«Por eso, en el caso de Benedicto XVI, tenemos que preguntarnos: ¿de verdad ha renunciado al ministerio petrino? ¿Ya no es papa?”. Socci responde: «Desde el punto de vista subjetivo podemos, por lo tanto, afirmar que su intención, decisiva para definir el acto que ha realizado, no era la de no ser ya papa.

Desde el punto de vista subjetivo podemos, por lo tanto, decir que su intención – que es decisiva para definir el acto que realizó – no era dejar de ser Papa. […] Es evidente que, aun habiendo renunciado al papado (¿pero de qué tipo?), él ha pretendido seguir siendo papa, si bien de una manera enigmática y de una forma inédita, que no ha sido explicada (al menos hasta una determinada fecha)».

Y, en efecto, debemos recordar que Benedicto dijo, hablando del pontífice romano: «El ‘siempre’ es también un ‘para siempre’ -ya no existe una vuelta a lo privado. Mi decisión de renunciar al ejercicio activo del ministerio no revoca esto».

El autor tiene razón al enfatizar que esta separación, «justa o errónea», no ha sido tenida suficientemente en cuenta por parte de los observadores y -dejándonos de lado a nosotros, los periodistas, por definición superficiales y algo burros, brillantes también pero burros-, sobre todo, por parte de estudiosos y canonistas.

«A la luz de este último discurso suyo se comprende por qué Joseph Ratzinger ha permanecido «en el recinto de Pedro», sigue firmando como Benedicto XVI, se define «Papa emérito», tiene el escudo heráldico papal y sigue llevando las vestimentas papales».

Entonces, a diferencia de lo que sucedió anteriormente en la historia de la Iglesia, hoy hay dos papas de facto; que se reconocen, de una manera más o menos ambigua, una legitimidad mutua. Una situación excepcional y sin precedentes.

En este punto surge otro enorme problema: «Entonces, tenemos que preguntarnos –¡atención!– si para el Derecho canónico (como veremos) una renuncia dudosa no es de hecho una renuncia nula, con las enormes consecuencias que podemos intuir».

No es el único problema vinculado a la decisión del Papa Benedicto. Destaca el autor: «Por otra parte, fue también una prisa contradictoria, porque la renuncia, ese 11 de febrero, no fue inmediata como debería, sino que se inició a partir de las 20:00 horas del 28 de febrero sucesivo, sin motivo alguno, es decir, sin que hubiera ninguna razón técnica o pastoral (ni evidente, ni declarada) de esa validez pospuesta durante diecisiete días». Es la razón por la que se abre la hipótesis de la posible nulidad del acto: «La razón por la que los actus legitimi, como la aceptación o la renuncia, no toleran la inclusión de condiciones o plazos», responde un experto, «reside en el hecho de que se trata de actos que se cumplen mediante la pronunciación de certa verba, como decían los juristas romanos, por lo que resultan lógicamente incompatibles con un aplazamiento –como comportan la condición y el plazo–, de los efectos del mismo que, con esos certa verba, se cumple. Por tanto, la clasificación de la aceptación o la renuncia en esta categoría jurídica implica la radical nulidad del acto (vitiatur et vitiat)».

La conclusión del canonista es clara: «La execution muneris mediante la acción y la palabra (agendo et loquendo) es, de hecho, el objeto de la irrevocable renuncia, no el munus que se le confió una vez para siempre».

Y «la renuncia circunscrita sólo al ejercicio activo del munus constituye la novedad absoluta de la renuncia de Benedicto XVI».

Elementos confirmados por el prefecto de la Casa pontificia, monseñor Georg Gänswein, según el cual la «renuncia» de Benedicto XVI -que «decidió no renunciar al nombre que había elegido»- es diferente a la del Papa Celestino V el cual, tras su abandono del papado, «había vuelto a ser Pietro dal Morrone».

Y aquí llega una de las afirmaciones más sorprendentes y clamorosas: «Por lo tanto, desde el 11 de febrero de 2013 el ministerio papal ya no es el de antes. Es y sigue siendo el fundamento de la Iglesia católica; sin embargo, es un fundamento que Benedicto XVI ha transformado profundamente, para mucho tiempo, en su pontificado de excepción (Ausnahmepontifikat)».

Es el nudo del ministerio dual, es decir, el punto en el que se plantea la «dimensión colegial» del ministerio de Pedro, «casi un ministerio en común».

Un concepto que es necesario que, tarde o temprano, sea aclarado. Pero quien se oponga y quisiera impugnar esta concepción de los hechos, se encontraría haciendo frente a la cuestión de la validez de una renuncia dudosa o parcial. Este es el paquete explosivo que Antonio Socci arroja, con su libro, a la mesa del debate sobre y en la Iglesia de hoy. Una serie de cuestiones y preguntas que esperan respuestas precisas.

Publicado por Marco Tosatti en Stilum Curiae; traducido por Pablo Rostán para InfoVaticana.