Los medios católicos americanos se preguntan por qué el Papa ha desautorizado a sus obispos

Ha supuesto un duro golpe a la 'colegialidad' y ha dejado a todos preguntándose por qué
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La decisión de última hora del Vaticano de prohibir a la recién iniciada asamblea plenaria de los obispos americanos que traten del asunto de los abusos -prácticamente, el único de sustancia- ha supuesto un duro golpe a la ‘colegialidad’ y ha dejado a todos preguntándose por qué.

Siendo hombre tan dado a los silencios, es difícil saber por qué el Papa Francisco hace lo que hace. No creo que sea ofensivo, o siquiera opinable, decir que el suyo es un estilo de comunicación decididamente oblicuo.

No respondió a las Dubia enviadas por cuatro cardenales sobre la interpretación de su exhortación Amoris Laetitia (y, no menos significativo, no dejó que Defensa de la Fe respondiera); no respondió a las razonables dudas de los fieles sobre su entrevista con Scalfari en La Repubblica en la que supuestamente negaba la posibilidad de condenación eterna (la portavocía vaticana se limitó a decir que lo aparecido no eran «palabras textuales» del Pontífice); no aclaró sus palabras a la víctima de abusos chilena Juan Cruz cuando presuntamente le dijo que Dios le había hecho gay; declaró que no iba a responder a las acusaciones vertidas por el arzobispo Carlo María Viganò en su explosivo testimonio. Y, en general, a pesar de haber criticado el silencio en Gaudete et exsultate, se ha pasado medio verano y principios de otoño alabándolo.

Eso no significa que no comunique; lo hace, constantemente, pero, como hemos dicho, de forma oblicua, con alusiones, decisiones, ceses y promociones, más que con declaraciones directas y claras. A las Dubia respondió en la carta dirigida a los obispos argentinos, a los que dijo que sus directrices sobre la comunión a los divorciados vueltos a casar eran «la única interpretación posible» de su exhortación, como respondió a Viganò con sus obsesivas referencias homiléticas al Gran Acusador, por ejemplo.

Ahora lo que todos se preguntan es por qué ha prohibido a los obispos americanos que voten en la asamblea plenaria de Baltimore de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos dos medidas anunciadas desde hace tiempo para combatir la crisis de los abusos y, no menos importante, por qué ha esperado a la misma víspera del comienzo de la reunión para comunicárselo. El lenguaje corporal del cardenal DiNardo, presidente de los obispos americanos, era muy expresivo de su sorpresa y malestar al comunicar en rueda de prensa la noticia, e incluso comentó privadamente a un periodista que «esto no suena mucho a sinodalidad».

Hay respuestas para todos los gustos. En general, la respuesta del Papa a las alarmantes noticias llegadas de Estados Unidos sobre abusos y encubrimiento de abusos sexuales por parte del clero ha sorprendido a propios y extraños, empezando por el deliberado silencio sobre las graves y verosímiles acusaciones de Viganò.

Tardó mucho en responder a la angustiada solicitud de los prelados norteamericanos, a una representación de los cuales acabó convocando a Roma, pero sin darles las ansiadas directrices, un viaje que solo se tradujo en buenas y vagas palabras y una foto desastrosa para la imagen de todos en la que todos salían risueños en plena crisis.

Luego anunció una reunión sinodal para tratar la crisis de los abusos… el año que viene, en febrero. De hecho, la versión oficial de la razón por la que ha prohibido a los obispos americanos dar soluciones a este asunto es que quiere acordar en la reunión de febrero reglas para la Iglesia Universal. Esta es la versión que defiende en Twitter el asesor vaticano en comunicaciones Padre James Martin. «¿Por qué pediría el Vaticano a los obispos de Estados Unidos que retrasen su voto sobre el abuso sexual?», se pregunta retóricamente este ‘apóstol de los LGBT’. Y se responde: «1) Para esperar al encuentro mundial de modo que las iniciativas sean más universales. 2) Quieren que sean más fuertes de lo que esperan que sean las votadas por los obispos americanos».

Cuesta creerlo, por todo lo demás que hemos citado y muchos otros indicios y, en cualquier caso, no explica por qué ha esperado a 24 horas antes de una reunión que iba a girar sobre ese asunto y que cuesta una pequeña fortuna organizar. De hecho, la reunión carece ya de todo interés y quizá hubiera sido preferible -más barato, al menos- que DiNardo la hubiera cancelado, sin más.

De hecho, como señala Rocco Palmo, avezado cronista que conoce los movimientos de la jerarquía católica como la palma de su mano, el Papa no quería que se convocara esta reunión inaugurada ayer, sin más. Que la vacíe de contenido sin dar tiempo a rehacer el temario suena a castigo a su osadía.

Otra teoría es que la cosa no vendría del Papa, sino de la Congregación de los Obispos. Bueno, sí, de hecho el ‘conducto reglamentario’ ha sido ese, oficialmente. De hecho, el único prelado que reaccionó sin sorpresa ni malestar a esta bomba informativa de última hora fue el cardenal Blase Cupich, arzobispo de Chicago, que tuvo la humorada de decir que la decisión prueba que «el Papa se toma muy en serio los abusos». Cupich -como Donald Wuerl, a quien Francisco aceptó la dimisión como Arzobispo de Washington en medio de una nube de cálido incienso- está en la Congregación para los Obispos, presidida por el canadiense Ouellet.

Violenta a la razón humana creer que una congregación puede dar un paso así, tan humillante para una importantísima conferencia episcopal, sin consultar con el Papa; siendo una de la que Ouellet es prefecto, se hace absolutamente impensable.

Además de todo, el fulminante ‘ukase’ papal casa mal con su reciente énfasis en la sinodalidad y el «caminar juntos», que de hecho ha aplicado con, por ejemplo, la Conferencia Episcopal de Alemania. De hecho, ha dado quizá un golpe de muerte a la autoridad de la Conferencia de Obispos de la Estados Unidos con esta fulminante medida, lo que podría no ser totalmente malo. Si bien el cuerpo colegiado de los obispos americanos no puede, por obediencia al Papa, aprobar medidas concretas para combatir los abusos y su encubrimiento, los obispos individuales, soberanos en sus diócesis, sí pueden aplicar sus propias directrices, y nada impide que se copien unos a otros.

La más problemática de las interpretaciones es la que lee esta repentina medida a la luz de todas las anteriores y concluye, simplemente, que el Papa no quiere que se investiguen exhaustivamente estos casos por temor a que salgan a la luz escándalos mucho mayores, algunos de los cuales podrían afectar precisamente a obispos o cardenales nombrados y favorecidos especialmente por él mismo. En concreto, el Papa no querría de ningún modo que los laicos dominaran algún organismo interno para investigar a los obispos.

Después de todo, con independencia de que Viganò tuviera razón o no en el hecho de que Benedicto XVI hubiera sancionado al ex cardenal Theodore McCarrick, lo que ya ha quedado claro, incluso por el propio desmentido del cardenal canadiense Ouellet, es que en Roma se conocían perfectamente las andanzas homosexuales del todopoderoso prelado norteamericano con seminaristas y jóvenes sacerdotes, y aun así se le empleó en delicadas misiones diplomáticas, lo que da idea de que el asunto no quita el sueño a nadie en la Curia de Francisco.