Casos como el del vicario de Madrid Ángel Camino, cada vez más frecuentes, revelan un acercamiento a las tesis del ‘lobby’ gay por parte del clero católico que solo puede acabar en enfrentamiento o en abandono de la doctrina católica.
Hay algo profundamente patético en todos esos ‘renovadores’ eclesiales cuya idea de reforma consiste en que la Iglesia se adapte dócil y servilmente a todas las modas ideológicas del momento, que es no solo un modo de confesar que la fe no refleja verdades inmutables y atemporales, sino de garantizar el fin a medio plazo del catolicismo.
Porque la renovación tiene férreos límites, o no es renovación sino invención de un nuevo culto. Esto debería ser conocimiento común para cualquier fiel, mucho más para un sacerdote.
Condonar la actividad homosexual es uno de esos límites, y especialmente claro porque afecta a toda la antropología cristiana, más allá de cualquier interpretación. Si la condición homosexual no es «objetivamente desordenada»; si las relaciones sexuales de personas del mismo sexo son lícitas, toda la base de la moral sexual católica cae por los suelos, llevándose por delante, además, un sacramento, el del matrimonio.
Pero, por otra parte, es en el tratamiento de las relaciones homosexuales -de la homosexualidad como base de una ‘identidad’- donde más probablemente se librará la más dura batalla entre la modernidad y la visión católica, porque el pensamiento dominante no está dispuesto a ceder ni un ápice en su glorificación de los ‘estilos de vida alternativos’.
Ni todo el ‘acompañamiento’ del mundo, ni toda la atención pastoral, ni toda la comprensión, el discernimiento y las prédicas ambiguas de sacerdotes como el jesuita Padre James Martin van a alterar el hecho de que el ‘lobby’ gay no va a tolerar de la Iglesia nada que no sea una total -e imposible- aceptación de su modo de vida sexualmente activo.
Por eso hemos visto esta misma semana cómo uno de los mayores ‘desfiles del Orgullo’ en Italia se ha centrado en el principal santuario mariano del país, Nuestra Señora del Rosario de Pompeya, y ha incluido una parodia blasfema de la Madona. Nada excepcional, porque la ofensa a la fe es uno de los rasgos imprescindibles en estas mascaradas que los políticos no abiertamente anticatólicos fingen no ver para poder aplaudir.
Y por eso sacerdotes como Ángel Camino, el vicario que protege la parroquia LGBTI de Madrid, hace un flaco favor a la Iglesia y otorga a sus enemigos una victoria humillante al consentir una ‘pastoral’ que parece complacerse en sembrar la confusión doctrinal.
No hay, ni puede haber, una ‘teología LGBTI’, y permitir vigilias de oración «homoeróticas» es ahondar en una herida que está perjudicando enormemente a la Iglesia.
No es en absoluto, por lo demás, un caso aislado. Hoy mismo LifeSiteNews publica el caso del Obispo de Lexington, John Stowe, que permite que las iglesias de su diócesis desplieguen la bandera del arcoíris. ¿Qué mensaje están dando a los fieles con eso? ¿Que la Iglesia privilegia a determinados grupos, que hace suyas sus tesis? Algunos activistas están presionando desde hace tiempo para que en esa ensalada de letras que identifica el movimiento se incluya la P de «Pedófilos». ¿Seguirá la bandera que acoge esa ‘identidad’ ondeando en la fachada de las iglesias de Lexington? Si no, ¿por qué no?
Los dos últimos grandes escándalos de abusos sexuales por parte del clero católico -el del diplomático vaticano Padre Carlo Capella y el del Cardenal McCarrick- recuerdan, por lo demás, lo que la prensa que tanto se solazó en el escándalo supo disimular: que en la abrumadora mayoría de los casos se trata de abusos homosexuales, y que eso mismo indica un considerable abundancia de clérigos en puesto de responsabilidad con tendencias homosexuales.
Camino no parece demasiado concernido con la unidad de la Iglesia, y es evidente que el mandamiento al que todos estos ‘renovadores’ se acogen abusivamente, en de no juzgar, no lo aplica a los demás. Así, declara tranquilamente que «en el tema de los homosexuales no podemos ser como el obispo de Alcalá», aunque se cuida mucho de explicar en qué exactamente «no se puede», o a qué viene semejante ataque a la colegialidad o a la persona de un obispo en perfecta comunión con la Iglesia.
Tampoco tiene reparos, cuando le preguntan por las escandalosas prácticas que consiente y protege, en responder que esas son cosas de una web «que no está con la iglesia del papa Francisco», como si hubiera una Iglesia «de» Francisco, y no la Iglesia Católica universal, verdadera ayer, hoy y mañana hasta el final de los tiempos.
Ese empleo de la expresión «la Iglesia de Francisco», que no lo leemos por primera vez, da idea de que un sector no despreciable de los ‘renovadores’ parecen creer -y, en cualquier caso, transmiten a los fieles- que estos dos mil años han sido solo un calentamiento, y que la Iglesia fetén, la de verdad, empezó a gestarse hace cinco años. No es que parezca no importarles la posibilidad de un cisma; es que parecen creer que ya se ha producido.
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Entonces ¿está este Ángel Camino (del infierno), con la complicidad de su arzobispo, cargándose la castidad cristiana? ¿o es que los autodenominados LGTBI…, como dijo el asesor vaticano James Martin, están exentos de abstenerse de relaciones sexuales fuera del matrimonio? Aunque igual defiende también las bendición, cuando no el matrimonio, de las parejas homosexuales. ¿Acaso no sabe que Dios mandó a los israelitas castigar con la muerte ese tipo de relaciones, y que Jesucristo dijo que no había venido a abolir la Ley sino a dar cumplimiento (Mt 5,17-19)? ¿Tampoco sabe que Dios «También condenó a la destrucción y redujo a cenizas a las ciudades de Sodoma y Gomorra, para que sirvieran de ejemplo a los impíos del futuro» (2 Pe 2,6)? Jesús mandó a san Francisco que reparara su Iglesia, no que la liara y la dejara hecha un cisco.
Totalmente de acuerdo con el señor Carlos Esteban
Si aceptan los reformistas las prácticas LGTBI por una parte de la Iglesia por que no cambian la Doctrina, que no las permite y dice de ellas que son desordenadas y atentan contra las Leyes Naturales, Morales y de Dios. Muy sencillo, no se atreven. Igual que no se atreven los ortodoxos a excomulgar a los sacerdotes y jerarcas de la Iglesia involucrados en dichas prácticas. Es evidente que tendrá que llegar un papa «atrevido» para bien o para mal, que acabe con este fariseísmo asfixiante.
Los y las reformistas no aceptamos nada.
Simplemente no somos nadie para juzgar a los y las demás.
Ni siquiera a carcarodontes como ustedes.
Jesús dijo a la mujer adúltera: Después de decir a los hombres, que le habían traído y echado al suelo a la mujer pillada en flagrante adulterio, que echaran la primera piedra aquellos que estuvieran sin pecado, a la mujer le dijo: «Yo tampoco te condeno, pero «Ve y no peques más». La frase «Yo tampoco te condeno» implica que Jesús había juzgado a la mujer pero que no la condenaba. Solo le decía de no volverlo a hacer. Esto es para TODOS LOS SERES HUMANOS si no queremos CONDENANOS. El hecho de disimular la frase de «Ve y no peques más» es pecado de omisión sea quien sea el que la omite. Esto no es juzgar a nadie, ni ser chismoso, pero es Evangelio puro. A buen entendedor …