‘Nuestro común enemigo sigue haciéndome la guerra, quiere que me pierda a toda costa’

EL PADRE PÍO CUENTA EN SUS CARTAS A SUS GUÍAS ESPIRITUALES EL COMBATE LIBRADO CONTRA EL DEMONIO
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A lo largo de su vida, el Padre Pío sufrió todo tipo de ataques por parte del demonio. Una batalla que fue especialmente dura y profunda durante el periodo transcurrido en Pietrelcina, antes que el monje santo entrase en el convento de San Giovanni Rotondo.

El periodista Marco Tosatti recoge en su libro Padre Pío contra Satanás algunos fragmentos de las cartas que el Padre Pío dirigía en esta época a sus guías espirituales, el padre Agostino da San Marco in Lamis y el padre Benedetto da San Marco in Lamis, que le mandaron escribir con detalle lo que le sucedía.

El 6 de julio de 1910 escribía al padre Benedetto: «…detrás de las innumerables tentaciones, a las que estoy sujeto cada día, permanece en mi mente una duda que me atormenta: si verdaderamente las he expulsado…La pluma no puede describir lo que pasa por mi alma en estos momentos de ocultación de Jesús. El maligno acentúa la incertidumbre de haber expulsado o no las tentaciones cuando me acerco a la santísima comunión. Son momentos, padre mío, de gran batalla. Y ¡cuánta fuerza me debo dar para no privarme de tanto consuelo! Y usted, padre, ¿qué piensa de todo esto? ¿Es el demonio el que suscita todo esto o me engaño a mí mismo? Dígame cómo debo comportarme».

En la siguiente carta al padre Benedetto, fechada el 17 de agosto de 1910, el Padre Pío da una indicación de algunas de las tentaciones a las que se enfrentaba: «Sin embargo, también es verdad que el demonio no puede darse tregua para hacerme perder la paz del alma y, así, disminuir en mí toda la confianza que tengo en la divina misericordia. Y esto intenta obtenerlo, sobre todo, mediante tentaciones continuas contra la santa pureza, que va suscitando en mi imaginación y, a veces, sencillamente mirando cosas que no digo que son santas, pero al menos indiferentes».

‘Siento la obligación, ante nuestra Madre María, de rechazar estas insidias del enemigo’

En una carta posterior, del 1 de octubre de 1910, escribía: «…No sé cómo dar las gracias al amado Jesús, que tanta fuerza y valor me da para soportar no sólo las enfermedades que me manda, sino las continuas tentaciones, que él por desgracia permite y que día a día se van multiplicando. Estas tentaciones me hacen temblar de la cabeza a los pies ante la idea de ofender a Dios. Espero que en el futuro sea, por lo menos, parecido al pasado, es decir, no permanecer víctima. Padre mío, esta pena es demasiado fuerte para mí».

La batalla continúa y el 2 de junio de 1911 escribe al padre Benedetto: «Nuestro común enemigo sigue haciéndome la guerra y hasta ahora no ha dado señal alguna de querer retirarse y darse por vencido. Quiere que me pierda a toda costa; me presenta el cuadro doloroso de mi vida y, lo que es peor, me insinúa pensamientos de desesperación. Pero siento la obligación, ante nuestra Madre María, de rechazar estas insidias del enemigo. Dele también usted las gracias a esta buena Madre por dichas gracias singularísimas, que poco a poco me va impetrando; mientras tanto, le pido que me sugiera algún nuevo modo para que pueda complacer en todo a esta bienaventurada Madre».

‘Jesús me da fuerza para poder reírme en la cara de ese cosaccio’

Al tiempo que aumentan los ataques del Maligno, que cada vez le causa más dificultades, el Padre Pío experimenta «una continua indigestión de consolación», como explica en una carta al padre Benedetto del 13 de enero de 1912: «En cuanto al estado físico, si exceptuamos la vista, que no quiere volver, estoy bastante bien. Respecto al estado moral, sólo le digo que el ogro no quiere dejarme para nada; al contrario, me causa cada vez más dificultades. Pero también es verdad que Jesús está conmigo. Permítame la frase que estoy a punto de usar: tengo una continua indigestión de consolación».

Así se lo indica también al padre Agostino en enero de 1912: «En este día especialmente estoy haciendo una suma y prolongada indigestión de divina consolación. El ogro, con muchos de sus iguales, con excepción del miércoles, no deja de luchar contra mí, diría incluso, a muerte… De jueves a sábado sufro bastante. Se me ofrece todo el espectáculo de la Pasión y se puede usted imaginar si hay consolación en medio de todo esto. En estos días, más que nunca, nuestro común enemigo hace todo lo posible para perderme y destruirme, como me repite siempre».

En otra carta, el Padre Pío asegura: «… Sin embargo, no crean que el ogro me deja en paz. Son tales los tormentos que inflige a mi cuerpo que les dejo imaginar los consuelos divinos a los que está sujeta mi alma. Viva siempre el dulcísimo Jesús, que me da tanta fuerza para poder reírme en la cara de ese cosaccio».

‘Él no quería que le informara de la guerra que sostiene contra mí’

Estos escritos dejan constancia, asimismo, de los intentos del diablo de romper el vínculo entre el Padre Pío y sus directores espirituales. En una carta fechada el 14 de octubre de 1912, dirigía estas palabras al padre Agostino:

«Estimadísimo padre: Mi débil existencia continúa en esta vida en medio de la batalla. ¿Sabe lo que ha intentado el diablo? Él no quería que en la última carta que le he enviado le informara de la guerra que sostiene contra mí. Y como yo, tal como es habitual, no quise escucharle, empezó enseguida a sugerirme: “Gustarías más a Jesús si rompieras la relación con tu padre; él es para ti un ser bastante peligroso, es un objeto de gran distracción para ti. El tiempo es muy valioso, no lo malgastes en esta peligrosa correspondencia con este padre; utilízalo en rezar por tu salud, que está en peligro. Si sigues en este estado, te aviso que el infierno siempre está abierto para ti”.

A esta diabólica sugerencia respondí de manera evidentemente sarcástica: “Tengo que confesarle mi error. Hasta ahora he estado viviendo una falsa suposición, no creía que era tan bueno en la dirección espiritual. Me duele no poder asumirle como mi director, porque este padre mío ejerce este papel desde hace mucho tiempo y nuestra relación ha llegado a tal punto que es imposible para mí romperla de golpe. Vaya, vaya, seguro que encuentra otras almas que le asumirán como director de su espíritu al ser usted tan bueno en dicha materia”.

No recibí respuesta de ellos (digo ellos porque eran más de uno, aunque el que hablaba era sólo uno) porque se echaron encima de mí, maldiciéndome y diciendo que me destruirían si no cambiaba de idea respecto a nuestra relación. Ésta es la guerra que tengo que combatir a día de hoy. Quiere que cese totalmente cualquier tipo de relación y comunicación con usted. Y si no hago lo que me pide, amenaza con hacerme cosas que la mente humana nunca podría imaginar. Padre mío, es verdad que me siento bastante débil, pero no temo. ¿Acaso Jesús no ve mi angustia y el peso que me oprime?».

Una vez que su director espiritual le envió una carta escrita en francés “para fastidiar al demonio”, cuando el Padre Pío la abrió, en presencia del arcipreste don Salvatore Pannullo, encontró una gran mancha de tinta, aunque consiguió hacerla legible. Don Salvatore dejó un testimonio escrito del hecho: «25 de agosto de 1919. Yo, el abajo firmante, arcipreste de Pietrelcina, testifico bajo la santidad del juramento, que la presente, abierta en mi presencia, llegó tan manchada que era del todo ilegible. Una vez puesto encima el crucifijo, rociada con agua bendita y recitados los santos exorcismos, se pudo leer como consta. De hecho, llamé a mi sobrina Grazia Pannullo, maestra…» que sabía francés, «… que la leyó en presencia del Padre Pío y mía, ignorando los rituales que había realizado antes de llamarla».

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