El Papa pide a un niño que «rece» a su padre muerto

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Llega a aparecer en una de esas películas de sobremesa del domingo y no queda un ojo seco con la escena.

El Papa de las periferias visitaba este domingo una de las periferias romanas, la Parroquia de San Pablo de la Cruz, en el barrio obrero de Corviale. Esta vez, no por sorpresa, que gracias a lo prefijado de la visita se animó el ayuntamiento de la urbe a tapar algunos de las grietas más descaradas de sus calles.

Francisco anima a los congregados a plantearle preguntas. Un niño pequeño se levanta, quiere hablar, tiene una duda que le atormenta pero apenas se atreve a hablar. La voz entrecortada por el llanto, Emanuele murmura que no se atreve a plantear la consulta al Santo Padre.

Entonces Francisco le pide que se acerque y se lo pregunte al oído, lo que hace el niño. Su padre murió recientemente, explica, pero, aunque un hombre bueno que hizo bautizar a sus cuatro hijos, era ateo. Y ahora quiere preguntar a Su Santidad «si papá estaba en el cielo».

El Papa le abraza y se dirige a los congregados (y al mundo): «¡Qué bonito que un hijo diga que su papá era bueno! Un bonito testimonio de aquel hombre para que sus hijos puedan decir de él que era un hombre bueno. Si ese hombre ha sido capaz de tener hijos así, es verdad que era un gran hombre».

Después de responder a Emanuele que «quien dice quién va al cielo es Dios», se dirige a los presentes para consultarles: «¿Dios abandona a sus hijos cuando son buenos?», y todos responden con un colectivo «no».

«Bueno, Emanuele, esta es la respuesta. Dios seguramente estaba orgulloso de tu papá, porque es más fácil que, siendo creyente, se bautice a los hijos que, siendo no creyente, bautizarlos. Y seguramente esto a Dios le ha gustado mucho», añadió el Papa.

Pero lo más inquietante estaba por llegar, dirigido al pequeño: «Habla con tu papá, reza a tu papá. Gracias, Emanuele, por tu valentía».

No recuerdo escena más conmovedora en Las Sandalias del Pescador, y no dudo que se incluirá en lugar de honor en la película definitiva que acabe haciéndose sobre el Papa de la Misericordia. Apenas hay que cambiar nada: es puro Hollywood.

La Misericordia. Confieso que tengo un problema con este tipo de misericordia. Consolar a un niño cuyo querido padre ha muerto recientemente me parece, como a cualquiera, un acto de misericordia conmovedor, si bien al alcance de cualquiera con una micra de sensibilidad.

Pero solo en nuestro mundo ‘yonqui’ de sentimentalismo peliculero y adicto a la fotogenia puede plantearse un conflicto serio entre dos ‘misericordias’: la que busca el consuelo inmediato y que se basa en la verdad y no la compromete

Yo le pido al Santo Padre, le suplico, le ruego, misericordia. De las Obras de Misericordia que Francisco ha puesto, rectamente, como eje de su pontificado, le atraen especialmente las materiales, más visuales, que hizo representar en el belén de San Pedro las pasadas Navidades. Pero no son menores las espirituales, y de ellas me interesa ahora una muy especialmente, la de «enseñar al que no sabe».

Me interesa, sobre todo, porque es la que más explícitamente corresponde ejercer al Santo Padre. Dar de comer al hambriento, de beber al sediento, vestir al desnudo y todas las otras de esta naturaleza constituyen mandatos de caridad que se dirigen a todos los cristianos por igual. A la que me refiero, en cambio, es un deber específico y particular de los sucesores de Pedro, a quien Cristo encargó explícitamente «confirma en la fe a tus hermanos».

La pregunta de Emanuel ofrecía a Su Santidad una ocasión magnífica para hacer precisamente esto, sin dejar de consolar al pequeño. Pero, ¿decirle que rece A su padre, en lugar de rezar POR su padre?

Probablemente sea eminentemente disculpable en un particular y en una ocasión privada lo que, según instrucciones canónicas que la abrumadora mayoría ignora, se exige a los sacerdotes que presiden misas funerales en sus homilías: no presumir la salvación del difunto.

Pero en este caso, ante el mundo entero, nada menos que el Papa no solo parece incurrir en esa súbita forma de canonización sino que aconseja rezarle al muerto, con la necesidad que tienen nuestros difuntos que pidamos a Dios por ellos.

No hay nada malo, imagino, en que Emanuel ‘hable’ con su papá. ‘Rezarle’ a su papá ya suena absolutamente desconcertante, tanto como olvidar pedirle que rece por él.

Es siempre un papel ingrato el de aguafiestas, aún más cuando le acusan a uno de actuar por dureza de corazón y con desprecio de la misericordia. No puedo, en realidad, despreciarla cuando tantísima necesidad tengo de ella.

Pero de la misericordia espero, como de la humildad, que sea de verdad, que esté fundada en la verdad, aunque resulte menos fotogénica.