El Catecismo, próximo objetivo del lobby gay

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La próxima batalla de la facción ‘progresista’ del clero y sus aliados de fuera es el apartado del Catecismo que define la homosexualidad como «objetivamente desordenada».

«Hay quienes, reconociendo la tradición católica recogida en el Catecismo, sostienen [para los homosexuales] la necesidad de una vida afectiva realizada en castidad. Pero también hay quien, incluyendo obispos y teólogos, pide a la Iglesia una reflexión más profunda sobre el significado de la sexualidad sin excluir una revisión de la teología moral».

Estas palabras de Luciano Moia en el periódico católico italiano Avvenire en mayor pasado pone el dedo en la llaga de la próxima batalla en el paquete de reformas eclesiales contra la tradición que la facción ‘progresista’ del clero y sus aliados de fuera está preparando.

El concepto de la discordia no es, todavía, la ilicitud de la actividad homosexual, sino un apartado del Catecismo que, para el mundo de hoy, resulta absolutamente intolerable y, en algunos países de nuestro entorno, cuestionablemente legal: aquel que define la homosexualidad como «objetivamente desordenada».

En el equivalente italiano de nuestro El País, La Repubblica, aparece una historia en la que el obispo Civitavecchia, Luigi Marrucci, perteneciente a un movimiento LGTBI cristiano, ‘acoge’ a un matrimonio que ha aceptado al fin que su hija Martina es lesbiana. El caso se mueve en la cuerda floja, con las frases sentimentales que uno espera encontrar en estos reportajes preparatorios de un cambio, hasta que el padre de Martina llega a donde se quería llegar: «El problema sigue siendo el Catecismo donde dice que la homosexualidad es una orientación intrínsicamente desordenada».

Andrea Zambrano cuenta en el blog de noticias eclesiales OnePeterFive que precisamente la supresión de los artículos 2357, 2358 y 2359 del Catecismo de la Iglesia Católica centró una reunión secreta -‘miniconcilio’, lo llama Zambrano- promovida por el jesuita Pino Piva, uno de los sacerdotes más seguidos por los homosexuales católicos que no aceptan la visión que da el Catecismo de su orientación sexual.

Piva, recientemente trasladado a la casa que tienen los jesuitas en Bolonia, lleva los últimos años reuniendo activistas LGTB cristianos, aunque dejando siempre cuidadosamente fuera a aquellos de grupos en línea con la doctrina católica. Hay en este pequeño grupo un obispo que, sin intervenir, ha colaborado en estos conciliábulos, afirma Zambrano.

En esta fiebre revisionista que parece haber invadido a la Iglesia, ¿es el Catecismo intocable? Sí y no; o no y sí.

No, en cuanto a que la Iglesia ha reconocido numerosos catecismos. El lenguaje puede cambiar, se pueden incluir nuevos aspectos descuidados en versiones anteriores, la redacción puede hacerse más accesible, más precisa o más completa y se pueden incorporar desarrollo de doctrina.

Pero sí, es intocable, en el sentido de que el Catecismo expone de forma ordenada el contenido de la doctrina, que no puede contradecirse.
Lo que pretenden los partidarios de suprimir esas meras dos palabras, «intrínsicamente desordenado» es un simple dominó. Supongamos que consiguen solo eso, que se omitan esas dos palabras del Catecismo, tan ofensivas para nuestra época.

Ahora bien, si la homosexualidad no es una orientación intrínsicamente desordenada, sino una condición en todo equivalente a la heterosexualidad, ¿por qué todos pueden expresar lícitamente su sexualidad salvo los homosexuales, cuando su orientación es tan natural, tan querida por Dios como la heterosexualidad?

Como eso sería un contrasentido, la Iglesia debería considerar lícitas las relaciones homosexuales al menos en las mismas condiciones que las heterosexuales, es decir, en un contexto conyugal. Y si el sexo no procreativo obtiene la  misma dignidad ontológica que el abierto a la procreación, esta queda diluida y reducida a la nada con fin de la unión conyugal tal como la entiende la fe católica.