Francisco: el proselitismo rompe la paz

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«La paz empieza a romperse en este campo cuando comienza el proselitismo, y hay muchos tipos de proselitismo, pero esto no es evangélico».

La respuesta de Su Santidad a una pregunta («¿Cuál es la prioridad, evangelizar o dialogar por la paz?») en la ya habitual rueda de prensa en el avión, de vuelta de su último viaje apostólico a Birmania y Bangladesh, vuelve a incidir en uno de los puntos más sorprendentes de su mensaje desde el principio de su pontificado: su aborrecimiento hacia el proselitismo.

Sin embargo, cualquiera podría argumentar que la misión prioritaria de la Iglesia, repetida varias veces por el propio Cristo es «anunciar la Buena Nueva», no traer la paz que, en el mejor de los casos, sería más una consecuencia de la misión que la misión misma.

¿Cómo puede evangelizarse sin ‘proselitismo’, sin anunciar el Evangelio, sin predicar, sin tratar de convencer? El Papa da la respuesta en el curso de esa misma intervención: «¿Cómo es la evangelización? Es vivir el Evangelio, es dar testimonio de cómo se vive el Evangelio: dar testimonio de las Bienaventuranzas, de Mateo 25, del Buen Samaritano, del perdón setenta veces siete. Y en este testimonio, el Espíritu Santo actúa y se da la conversión. Pero no somos demasiado entusiastas de precipitar las conversiones».

E ilustra su punto de vista con una anécdota de la Jornada de la Juventud en Cracovia, cuando un asistente le planteó una pregunta: «¿Qué debo decirle a un compañero de universidad, un amigo, un tipo estupendo, pero es ateo? ¿Qué debo decirle para cambiarlo, para convertirlo?»

La respuesta de Su Santidad fue: «Lo último que debes hacer es decirle algo. Vive tu Evangelio, y si te pregunta por qué lo haces, puede explicárselo. Y deja que el Espíritu Santo le atraiga».

Ciertamente, la primacía del ejemplo de vida no es exactamente una novedad en la práctica cristiana. Ya Tertualiano decía que la sangre de los mártires era semilla de nuevos cristianos, y no es probable que el puñado de ‘nazarenos’ sueltos por el Imperio Romana hubieran tenido poca relevancia si se hubieran limitado a unir sus voces a la cacofonía de discursos de la época, si mantener un alegría hija del Espíritu que les hiciera atrayentes.

Pero si esta necesaria forma de evangelización es de algún modo, como parecen sugerir las palabras del Papa, incompatible con el decir, con la predicación, es difícil no concluir que la Iglesia, sus clérigos y sus santos llevan dos mil años equivocados.

Es fama que Su Santidad no solo se ha mostrado reacio a convertir a personas de otras confesiones religiosas sino que ha buscado siempre hacer hincapié en lo que de común tienen todas ellas. Pero, ¿no deja esto a la Iglesia sin misión? ¿Se reduce la evangelización a la que nos llama perentoriamente Cristo a hacer obras buenas y servir a los pobres? ¿No convierte eso a la Iglesia en una ONG más, si bien enorme y universal?

O, por ir directamente al origen: ¿se limitaba Cristo a las buenas obras, a curar a los enfermos y dar la vista a los ciegos? ¿No ordenó a sus discípulos explícitamente que enseñaran a las gentes y les anunciaran la Buena Nueva?