Solo un 22% de las bodas son ya por la Iglesia

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Lo que está sucediendo no es otra cosa que una adaptación de la gente a lo que de verdad cree, y el reconocimiento de que el catolicismo es una religión específica a la que se puede o no pertenecer libérrimamente, no una especie de servicio público de marca blanca para solemnizar ocasiones y proporcionar excusas para un banquete.

Ya solo el 22% de los españoles se casa por la Iglesia. Hemos pasado en tiempo récord de que el matrimonio católico fuera la opción por defecto (un 75% en 2000) a convertirse en una alternativa minoritaria (ese 22% computado por el Instituto Nacional de Estadística para 2015).

Al fin.

Debo reconocer que la cifra -y la tendencia- me ha proporcionado un enorme alivio. En un país donde solo el 17% va a misa los domingos -es decir, es católico practicante- todavía son demasiados los que se casan por el rito católico, pero al menos parece que se está dejando atrás definitivamente esa nefasta costumbre de instrumentalizar un sacramento para lograr una boda más vistosa, para que no se lleve un disgusto la abuela o por mera inercia.

Lo que está sucediendo, en realidad, es enormemente saludable para la fe católica, si no tanto para nuestra sociedad, y no es otra cosa que una adaptación de la gente a lo que de verdad cree, y el reconocimiento de que el catolicismo es una religión específica a la que se puede o no pertenecer libérrimamente, no una especie de servicio público de marca blanca para solemnizar ocasiones y proporcionar excusas para un banquete.

Quizá algún lector piense que estoy siendo innecesariamente rígido aquí, cuando la rigidez se ha convertido en el pecado inconfesable por antonomasia, pero insisto: lo que hemos vivido hasta ahora desde hace algunas décadas -y seguimos viviendo en menor medida- ha sido una trivialización de un sacramento, en realidad una trivialización de toda la realidad sacramental de la Iglesia.

En España se rompe un matrimonio cada cinco minutos. Según el último informe sobre la evolución de la familia del Instituto de Política Familiar, se producen al día 294 rupturas, de las que 276 son divorcios y 14 separaciones, que afectan a 267 hijos cada 24 horas y de estos 232 son menores de edad. De hecho, se producen siete rupturas por cada 10 matrimonios, convirtiendo a España en el segundo país de la UE con mayor tasa de rupturas», asegura el Instituto de Política Familiar, autores del informe. ¿Tendría sentido que el grueso de la población se casara por el rito de una religión que solo admite el matrimonio «hasta que la muerte les separe»? ¿Cuántos matrimonios hoy se celebran «abiertos a los hijos que Dios les mande»?

Eso explica, además, el embarazoso dato de las nulidades eclesiales, que muchos enemigos de la Iglesia consideran, no sin alguna excusa, un ‘divorcio a la católica’. El proceso es, en realidad, todo lo riguroso que se puede ser en materias en la que la subjetividad desempeña un papel central.

La reforma del proceso introducida por el Papa Francisco en su motu proprio Mitis Iudex Dominus Iesus para agilizar los procesos los ha casi duplicado en nuestro país, un aumento del 93%, aunque en algunos tribunales el efecto ha sido multiplicarse por cinco.

Pero es que no se trata tanto de que las anulaciones sean frívolas o injustas como de que los matrimonios lo son; no es que la Rota sea un ‘coladero’; es que las bodas a menudo lo son. Ignoro la proporción de parejas a las que se ha negado una boda religiosa por considerar que su visión del matrimonio es incompatible con la doctrina de la Iglesia, pero sospecho que pueden contarse con los dedos. Yo, al menos, no conozco ningún caso.

Entiendo el desánimo instintivo, reflejo, de un católico español ante ese descenso de las bodas católicas, solo si se entiende como dato que acentúa la descristianización de nuestra sociedad. Pero eso ya es evidente en muchas otras estadísticas y, más fácil, en un rápido vistazo alrededor.

Sin embargo, considerada en el contexto de esa evidente descristianización, debería ser un motivo de alegría porque significa, simplemente, una notable reducción en los sacrilegios, que así se llama al hecho de recibir los sacramentos sin las condiciones debidas.

Significa también que, presumiblemente, cuando casarse solo por lo civil ya no confiere el menor estigma social sino, posiblemente, todo lo contrario, quienes elijan casarse por la Iglesia estarán también optando por vivir el matrimonio como el sacramento querido por Cristo.

En última instancia, debería ser también una llamada de atención para la jerarquía española, que en ocasiones parece creer que vive en la España del siglo pasado. La Iglesia ha vuelto a ser, con independencia de su papel histórico en la formación de nuestra psicología social, una opción más entre muchas, y una no especialmente popular entre nuestros líderes políticos y culturales.