«¡Mi pequeña niña tiene ahora tres años y es la niña más preciosa del mundo!… Niños como ella no deberían ser castigados por los crímenes de sus padres». Estas son las palabras de Shalyn MacGuin, la joven que se quedó embarazada tras sufrir una violación. Durante el año 2015 al conocerse las escandalosas prácticas de la multinacional de abortos en Estados Unidos, Planned Parenthood y sus vínculos con el poder político, quedó en evidencia que el aborto es un macabro negocio de sangre, una violación a los derechos humanos del no nacido y un atentado a la promoción de la auténtica dignidad del ser mujer. Son pocos los países del mundo cuyas leyes no han sido aún subyugadas al arbitrio ideológico, que desconoce la calidad de ser humano al no nacido; sacralizando así el derecho a matar de la madre. Chile es uno de esos pocos países que aún protege la vida del no nacido, pero el gobierno de Michele Bachelet y sus partidarios, en acuerdo con liberales -agnósticos o ateos- de derecha, llevan un año presionando para imponer en su país una ley que facilite el aborto. El escándalo de Planned Parenthood ya demostró que esas leyes sólo buscan facilitar los reales intereses de políticos y empresarios que se benefician del aborto. En nada las leyes pro aborto protegen a la mujer, ni mejoran las tasas de salud materna, ni disminuyen la mortalidad de las madres. El derecho del más frágil
Testimonio de una madre violada: ‘Mi hija es el arcoíris tras la tormenta’
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06 marzo, 2016