Una periodista católica ante Spotlight

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Sé que Bradlee, Rezendes, Pfeiffer y Robinson acertaron al descorrer la manta que ocultaba la miseria de la Iglesia. Un sólo sacerdote traicionando así su misión es un escándalo. Rosa Cuervas-Mons/ Gaceta.es Dos horas de película y un silencio atronador en la sala cuando comienzan a salir, negro sobre blanco, los nombres de todos los centros en los que ha habido, presuntamente, abusos sexuales a niños por parte de sacerdotes. Estados Unidos, Alemania, Irlanda, España, Reino Unido… una retahíla insoportable de colegios, centros educativos, academias… De cine entiendo lo justo, así que no analizaré los detalles técnicos de la que es, creo, una gran película. Pero soy periodista y soy católica, y puedo ponerme en la piel de esos profesionales del Globe–unos alejados de la Iglesia, otros enfadados con ella, algún católico no practicante, algún creyente- que empiezan a leer lo que no querrían leer. A escuchar testimonios que preferirían no haber oído nunca, a ver derramarse lágrimas que jamás deberían haber existido… a comprender, sin margen alguno de error, que dentro de la Iglesia Católica hubo -hay-  manzanas podridas. El número –Spotlight habla primero de 13, después de 90 y más tarde de varias centenas- es lo de menos. Porque sólo un sacerdote abusando de un niño es un escándalo. También es lo de menos que, cuantitativamente, el porcentaje de abusos cometidos por curas sea pequeño en el amplio y desgarrador mundo de la pedofilia. Porque sólo un sacerdote traicionando así su misión es un escándalo. Sé que el Globe hizo bien en sacar a la luz aquella historia. Sé que Bradlee, Rezendes, Pfeiffer y Robinson acertaron al descorrer la manta que ocultaba la miseria de la Iglesia. Sacerdotes aprovechando el ascendente que tenían sobre niños de familias desestructuradas; pequeños que, años después, recuerdan que en su mente infantil decir ‘no’ a un sacerdote era decir no a Dios… “¿Y cómo se dice ‘no’ a Dios?”. Hombres aparentemente recuperados que aseguran haber perdido la fe en la Iglesia, “una institución formada por hombres”, pero no en Dios: “La Iglesia es pasajera, yo creo en lo Eterno”; periodistas que lloran de rabia al ver que esa casa de la que un día se alejaron con esperanza de regresar se les ha convertido, de golpe y porrazo, en un lugar hostil al que mirar sólo desde fuera. Intereses, abogados valientes y abogados cobardes, dinero, buenas intenciones que sólo añaden más dolor al horror… Ninguna mente honesta –atea o creyente- podrá ver Spotlight y concluir que toda la Iglesia Católica está contaminada; ninguna mente honesta -católica o no- podrá tampoco ver Spotlight y pensar que lo que pasa ante sus ojos son mentiras diseñadas para atacar a la religión. Ocurrió y ocurre, y denunciarlo es el primer paso para andar el camino del fin de este crimen miserable. Habrá quien eche de menos en Spotlight, porque no aparece reflejada, la figura de tantos sacerdotes buenos dispuestos a complicarse la vida por denunciar lo malo que hay en la que consideran su casa y su familia. Pero no encontrará el espectador una crítica malintencionada a la Iglesia. Porque Spotlight sabe reflejar a la perfección el amor y la importancia vital que para muchos –para esa ancianita que llora desconsolada al leer la primera entrega del doloroso reportaje- tiene la Iglesia Católica. Y habrá, si es que es capaz de aguantar 120 minutos de reproche moral, quien se avergüence al comprobar cuánto daño ha causado, por acción u omisión. Hasta nosotros llegó que el Papa Francisco, cuando se encontró con el ‘retirado’ cardenal Bernard Francis Law –responsable de la Diócesis de Boston en el momento de los abusos- en la Basílica de Santa María la Mayor, pronunció un escueto: ‘No quiero volver a verle por aquí’. Y, si Law relee de vez en cuando el catecismo que según nos cuenta Spotlight regaló al editor del Globe en su primera reunión, quizá se enfrente un día a esa otra frase, ésta de Jesucristo: “Ay de aquel que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí. Más le valdría que le ataran al cuello una piedra de moler y lo precipitaran al mar”.