Ir al encuentro de las necesidades de toda la persona, recordando que la única respuesta verdaderamente humana, de frente al sufrimiento ajeno, es el amor que se prodiga en el acompañamiento y en el compartir. Agregar al aporte institucional de la propia profesionalidad el ‘corazón’, que sólo está en grado de llegar al ‘corazón’ del enfermo y de humanizar las estructuras. Vivir la propia profesión como don de sí al enfermo (caridad profesional). Recordar que existe una relación directamente proporcional entre la capacidad de sufrir y la capacidad de ayudar a quien sufre: quien está dispuesto a aceptar y soportar con fuerza interior y con serenidad los propios sufrimientos es también la persona más sensible al dolor ajeno y la más pronta a aliviar los dolores de los demás. Poner en acto la verdadera compasión, la cual: promueve todo racional esfuerzo para favorecer la curación del paciente; acompaña al paciente con amoroso respeto y dedicación durante toda la duración de su enfermedad, poniendo en acto todas las acciones y las atenciones posibles para disminuir los sufrimientos y favorecer una vivencia de los mismos en cuanto posible serena; estimula la solidaridad y el compartir no sólo junto y por quien sufre sin más esperanza, sino también junto y por quien vive la experiencia del dolor de una persona querida; al mismo tiempo ayuda a detenerse cuando ninguna acción resulta ya útil a la curación. ¿Cuál es la tarea de los médicos católicos? El médico católico tiene la misión de: poner en acto los mismos empeños expuestos anteriormente los cuales son comunes a los médicos no católicos, con mayor dedicación y espíritu de abnegación, testimoniando el amor de Cristo por los enfermos. Prestar atención a la dimensión espiritual del ser humano, teniendo muy presente el sentido cristiano de la vida y de la muerte, y la función del dolor en la vida humana. Respetar siempre y fielmente la ley de Dios, poniendo en acto si es necesario la objeción de conciencia de frente a aquellas personas que contradicen la ley divina. Saber reconocer en cada enfermo al mismo Cristo: ocupándose del enfermo, el cristiano sabe que se ocupa del mismo Cristo (cfr. Mt 25,35-40). Tomar de la fe cristiana el conforto en el propio sufrimiento y la capacidad de aliviar el sufrimiento ajeno. Estar: consciente de ser un instrumento del amor misericordioso de Dios; Colaborar con cuantos están empeñados en la pastoral del sufrimiento. Vivificar el propio servicio médico con la oración constante a Dios, “amante de la vida” (Sap 11,26), recordando siempre que la curación, en última instancia, viene del Altísimo, por la intercesión particular también de la Santísima Virgen María invocada como Salus infirmorum et Mater Scientiae. Poner en práctica no sólo las curas médicas, sino también las espirituales, las cuales constituyen no sólo una necesidad sentida, sino incluso un derecho fundamental de todo enfermo, con la consecuente responsabilidad de quienes lo asisten. Interrogarse acerca de la propia espiritualidad, sobre el sistema de valores que guía la propia existencia, sobre las respuestas que nacen del corazón a los interrogantes relacionados con el significado del sufrimiento y de la muerte. Llevar consuelo cristiano a los enfermos y a sus familiares. Favorecer por parte del enfermo la petición y la acogida en la Fe, de los sacramentos que Cristo ha instituido también para ayudar espiritualmente al enfermo: los Sacramentos de la Confesión, de la Eucaristía (en particular como Viático) y de la Unción de los enfermos. ¿Cuáles aspectos positivos provienen de la enfermedad? La enfermedad puede: Ayudar a tomar conciencia de nuestra limitación, de la precariedad de nuestro camino aquí en la tierra. Dar origen a una densa y amplia red de solidaridad a nivel familiar y social (voluntariado). Ofrecer la posibilidad de saber leer el designio de Dios en la propia vida. La «clave» de tal lectura está constituida por la Cruz de Cristo. El Verbo encarnado se ha encontrado con nuestra debilidad, asumiéndola sobre sí en el misterio de la Cruz. Quien sabe acogerla en su vida experimenta cómo el dolor, iluminado por la Fe, llega a ser fuente de esperanza y de salvación. Constituir una concreta posibilidad, ofrecida a nuestra libertad, para decidir cuál realización escoger para nuestra existencia. Tener también un valor redentor para sí y para los demás. Si el sufrimiento va unido al de Cristo, se hace participación en la obra de la salvación de Jesucristo, llega a ser medio de salvación, puede traer beneficios morales y espirituales al paciente y a la humanidad. “Yo completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, a favor de su cuerpo que es la Iglesia” (Col 1,24). ¿Cuáles beneficios produce el sacramento de la Unción a los enfermos? Este sacramento, instituido por Cristo no para los muertos, sino para los vivos, y por tanto para el cristiano gravemente enfermo: confiere un don particular del Espíritu Santo: una gracia de consuelo, de paz de coraje: para enfrentar las dificultades de la enfermedad; para unirse más íntimamente a la pasión de Cristo; para contribuir al bien del Pueblo de Dios. Perdona todos los pecados, si no ha sido posible celebrar antes el sacramento de la confesión. Favorece a veces la curación, si esto ayuda a la salvación espiritual del enfermo. Prepara para el paso a la vida eterna. Permite usufructuar de la oración de toda la Iglesia que: intercede por el bien del enfermo; sufre junto con él; se ofrece, por medio de Cristo, a Dios Padre. ¿Cuál es la concepción cristiana acerca de los cuidados paliativos? La Fe cristiana: reconoce la licitud y la necesidad en algunos casos de los cuidados paliativos, los cuales están“destinados a hacer más soportable el sufrimiento en la fase final de la enfermedad y a asegurar al mismo tiempo al paciente un adecuado acompañamiento” (Juan Pablo II, Evangelium vitae, 65).Estas de hecho buscan aliviar especialmente en el paciente Terminal, una vasta gama de síntomas de sufrimiento físico, psíquico y mental, y requieren por lo mismo la intervención de un equipo de especialistas con competencia médica, psicológica y religiosa, compenetrados entre ellos para sostener al paciente en la fase crítica. Afirma al mismo tiempo la necesidad de respetar la libertad de los pacientes, los cuales deben ser puestos en grado, en la medida de lo posible, “de satisfacer sus obligaciones morales y familiares y sobre todo deben poder prepararse con plena conciencia al encuentro definitivo con Dios” (op. cit., 65). Recomienda que el suministro de los analgésicos sea efectivamente proporcionado a la intensidad y a la cura del dolor, evitando cualquier forma de eutanasia como se tendría suministrando ingentes cantidads de analgésicos proporcionados con la finalidad de provocar la muerte. Recuerda la teoría del llamado doble efecto ligado al uso de tales fármacos: los cuales de hecho si por una parte alivian el dolor, por otra parte pueden llevar a la dependencia o incluso acelerar el efecto letal de la enfermedad. Anima la formación de especialistas en cuidados paliativos, en particular con la creación tanto de estructuras didácticas en las cuales pueden interesarse también psicólogos y agentes pastorales, como de casas de cuidado para los enfermos terminales, recordando que ya en el siglo primero, en tiempos del Papa San Cleto -tercer sucesor de San Pedro- la Iglesia había proveído a su construcción. ¿Qué dice la Fe cristiana acerca del ensañamiento terapéutico? La fe cristiana afirma que: el rechazo del ensañamiento terapéutico no es un rechazo del paciente y de su vida. El objeto de la deliberación sobre la conveniencia de iniciar o continuar una práctica terapéutica no es el valor de la vida del paciente, sino el valor de la intervención médica sobre el paciente. La eventual decisión de no dar inicio o de interrumpir una terapia debe considerarse éticamente correcta cuando la misma es el resultado ineficaz o claramente desproporcionado a los fines del mantenimiento de la vida o de la recuperación de la salud del paciente. El rechazo del ensañamiento terapéutico por tanto es expresión del respeto que en todo instante se le debe al paciente. ¿Cuándo no habrá más enfermedad, sufrimiento y muerte? La enfermedad, el sufrimiento y la muerte no existirán más desde el momento en que Cristo Señor retornará al final de los tiempos, para liberar el universo de la corrupción y de la muerte y para renovarlo con “los nuevos cielos y una nueva tierra” (2 Pt 3,13). El Primicerio de la Basílica de los Santos Ambrosio y Carlos en Roma Monsignor Raffaello Martinelli Bibliografía: Catecismo De La Iglesia Católica (CCC), nn. 309-314; 1499-1525; Juan Pablo II: Salvifici Doloris, 1984; Evangelium vitae, 1995; Congregación Para La Doctrina De La Fe (CDF): Donum vitae, 1987;
¿Cómo comprender la enfermedad?
|
02 mayo, 2014