¿Cómo comprender la enfermedad?

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cancer1 La enfermedad es uno de esos asuntos en los que el hombre se encuentra, a menudo, sin respuestas. ¿Cuál es el origen de toda enfermedad? La Fe cristiana afirma que Dios no ha creado la enfermedad. Esa entró en el mundo causada por el primer pecado, cometido por el hombre Adán y la mujer Eva, cuando, tentados por el Diablo, abusando de su libertad, desobedecieron a Dios: querían ser superiores al mismo Dios y deseaban ardientemente conseguir sus fines fuera de Dios. De ahí en adelante los pecados de toda persona individual no han hecho más que acrecentar el mundo de los sufrimientos humanos. Dios por tanto no quiere la enfermedad; no ha creado el mal ni la muerte. Pero, desde el momento en que éstos, por causa del pecado, entraron en el mundo, su amor está todo dirigido a resanar al ser humano, a sanarlo del pecado e de todo mal y a colmarlo de vida, de paz y de gozo. Por esto ha enviado a su Hijo Jesús, quien ha muerto y resucitado para liberar al hombre del pecado y de sus consecuencias. ¿Cuál es el sentido de la enfermedad? La enfermedad, que toca antes o después e implica la persona en todos sus niveles (desde el físico al psicológico, espiritual, moral), es y permanece siempre un misterio, un enigma. La ciencia y la técnica pueden ayudar a encontrar una respuesta a la enfermedad. Pueden curarla, aliviarla, eliminarla al menos en parte, pero no podrán eliminarla del todo, y sobre todo no podrán nunca dar una respuesta satisfactoria a los interrogantes fundamentales que el sufrimiento, la enfermedad, la misma muerte suscitan en el corazón del ser humano. Es necesario profundizar el sentido de la enfermedad, del dolor, del sufrimiento teniendo presentes también sus fundamentos médico-científicos, históricos, filosóficos, bíblicos, teológicos. Es importante en particular profundizar los textos de la Sagrada Escritura acerca del sufrimiento, sobre el sentido de la muerte. El sentido último de tal realidad puede encontrarse solamente a la luz de la Fe cristiana: “Por Cristo y en Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la muerte, que fuera del Evangelio nos envuelve en absoluta oscuridad” (Gaudium et spes, 22). Dios de hecho no ha ahorrado el sufrimiento e incluso la muerte a Su mismo divino Hijo Jesús, el cual vence el pecado y los efectos del mismo (la enfermedad, el sufrimiento, la violencia y la muerte) con Su muerte en cruz y sobre todo con Su Resurrección. Y esta victoria la remite Cristo ante todo a sí mismo, destruyendo la muerte con Su Resurrección, y luego también para nosotros. De hecho, mediante el Bautismo por Él instituido, nos es perdonado el pecado original y resurgimos a la vida de hijos de Dios. Luego durante todo el recorrido de nuestra vida sobre la tierra, luchando contra el pecado y sus consecuencias, reportamos con Cristo la victoria, que por ahora es parcial, en la espera de aquella definitiva que Cristo realizará para nosotros al final de este mundo, cuando entonces todo sufrimiento, enfermedad, muerte serán por Él definitivamente destruidos. Por tanto, el sufrimiento puede hacerse sereno abandono a la voluntad divina y participación al sacrificio de Cristo.  ¿Por qué siguen existiendo la enfermedad y el sufrimiento, a pesar de que Dios sea bueno, omnipotente, providente? El Catecismo de la Iglesia Católica se expresa así en relación a esto: “A esta pregunta tan apremiante como inevitable, tan dolorosa como misteriosa no se puede dar una respuesta simple. Él conjunto de la fe cristiana constituye la respuesta a esta pregunta: la bondad de la creación, el drama del pecado, el amor paciente de Dios que sale al encuentro del hombre con sus Alianzas, con la Encarnación redentora de su Hijo, con el don del Espíritu, con la congregación de la Iglesia, con la fuerza de los sacramentos, con la llamada a una vida bienaventurada que las criaturas son invitadas a aceptar libremente, pero a la cual, también libremente, por un misterio terrible, pueden negarse o rechazar. No hay un rasgo del mensaje cristiano que no sea en parte una respuesta a la cuestión del mal. Sin embargo, en su sabiduría y bondad Infinitas, Dios quiso libremente crear un mundo «en estado de vía» hacia su perfección última. Este devenir trae consigo en el designio de Dios, junto con la aparición de ciertos seres, la desaparición de otros; junto con lo más perfecto lo menos perfecto; junto con las construcciones de la naturaleza también las destrucciones. Por tanto, con el bien físico existe también el mal físico, mientras la creación no haya alcanzado su perfección. Así, con el tiempo, se puede descubrir que Dios, en su providencia todopoderosa, puede sacar un bien de las consecuencias de un mal, incluso moral, causado por sus criaturas: «No fuisteis vosotros, dice José a sus hermanos, los que me enviasteis acá, sino Dios… aunque vosotros pensasteis hacerme daño, Dios lo pensó para bien, para hacer sobrevivir… un pueblo numeroso» . Del mayor mal moral que ha sido cometido jamás, el rechazo y la muerte del Hijo de Dios, causado por los pecados de todos los hombres, Dios, por la superabundancia de su gracia, sacó el mayor de los bienes: la glorificación de Cristo y nuestra Redención. Sin embargo, no por esto el mal se convierte en un bien. Creemos firmemente que Dios es el Señor del mundo y de la historia. Pero los caminos de su providencia nos son con frecuencia desconocidos. Sólo al final, cuando tenga fin nuestro conocimiento parcial, cuando veamos a Dios «cara a cara» (1Cor 13,12), nos serán plenamente conocidos los caminos por los cuales, incluso a través de los dramas del mal y del pecado, Dios habrá conducido su creación hasta el reposo de ese Sabbat definitivo, en vista del cual creó el cielo y la tierra” (CCC, 309-314).   ¿Cómo se comportó Cristo en relación a los enfermos? Cristo, en su vida terrena, ha tenido una particular predilección hacia los enfermos y los que sufren. De hecho: ha preferido a los que sufren; ha sanado muchos enfermos, que recurrían a Él con confianza: tales curaciones muestran que Jesús es verdaderamente ‘Dios que salva’; no ha venido sin embargo para eliminar todos los males aquí abajo, sino para liberar a los seres humanos de la más grave esclavitud: la del pecado, que es la causa de todos los males y sufrimientos; se ha identificado con el enfermo: “»Estuve enfermo y mi visitaste” (Mt 25,36); “Él ha tomado nuestras enfermedades y se ha cargado nuestras males” (Mt 8,17); ha confiado a sus apóstoles el ministerio de la curación, diciéndoles: “Curen a los enfermos” (Mt 10,8); ha instituido en particular dos sacramentos para los enfermos: la Eucaristía (en cuanto Viático) y el Sacramento del Unción de los enfermos; ha enseñado a los que lo seguían a trascender el sufrimiento y a darle un significado salvador; ha invitado a todos sus seguidores a estar dispuestos a sufrir con él y como él: “Si alguno quiere seguirme se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga” (Mt 16,24); ha asegurado su ayuda: “Te basta mi gracia: mi poder en efecto se manifiesta plenamente en la debilidad” (2 Cor 12,9); continúa estando con nosotros y por nosotros, sobre todo en nuestros momentos de sufrimiento. Pero Jesucristo ha hecho incluso mucho más: ha vivido, él mismo, el sufrimiento, hasta la muerte y muerte de cruz; ha vencido, resucitando, el sufrimiento y la muerte, por sí y por nosotros. ¿Cuál es el comportamiento de la Iglesia en relación a los enfermos? La Iglesia, en su constante solicitud por los enfermos: iluminada por la fe, proclama y testimonia el Evangelio del sufrimiento; ha siempre acompañado y continuará a acompañar la predicación del Evangelio con iniciativas de asistencia y cuidado a favor de la multitud de los que sufren; ofrece su propia contribución específica mediante el acompañamiento humano y espiritual de los enfermos; invita a abrirse al mensaje del amor de Dios, siempre atento a las lágrimas de quien se dirige a Él; sostiene la importancia de la pastoral sanitaria, en la cual adquieren un rol de especial relieve las capellanías de los hospitales, que tanto contribuyen al bien espiritual de los que pasan por las estructuras sanitarias; favorece el desarrollo de aquel aporte precioso que es dado por el voluntariado, que con su servicio dan vida a aquella fantasía de la caridad, que infunde esperanza también a la experiencia humana del sufrimiento. Es también por medio de voluntarios que Jesús puede continuar hoy a pasar entre los hombres, para beneficiarlos y sanarlos.   ¿Cuál es la tarea de la medicina? La medicina tiene como tarea: servir siempre a la vida: promoviéndola y defendiéndola desde su concepción hasta su ocaso natural. También cuando sabe que no puede debelar una grave patología, dedica sus propias capacidades a suavizar los sufrimientos. Reconocer y respetar (o al menos no excluir) la dimensión trascendente, moral y espiritual de la vida humana. Actuar y acrecentar la investigación y el progreso científico: como instrumento formidable para mejorar las condiciones de vida y de bienestar; en el respeto de la intangibilidad de cada ser humano; evitando toda voluntad de dominio. Realizar continuamente una atenta reflexión sobre la naturaleza misma del ser humano, sobre su dignidad de ser humano creado por Dios a su imagen y semejanza. Tal dignidad inviolable del ser humano: pone al ser humano al centro y en la cima de todo lo que existe en la tierra; encuentra su fundamento: en el misterio de la Creación, y en el de la Redención, realizada por Jesucristo, el Hijo eterno de Dios, Verbo de la Vida; y en el destino del ser humano, el cual está llamado a ser hijo de Dios en el Hijo (Jesucristo) y templo vivo del Espíritu Santo, en la perspectiva de la vida eterna de comunión beatificante con Dios; va respetada en cualquier circunstancia o condición en la que se encuentre el ser humano y en cualquier estadio de su desarrollo en el que se encuentre (embrión, feto, niño, adulto, anciano o moribundo). Ni siquiera el sufrimiento, el estado de inconciencia, la inminencia de la muerte disminuyen la intrínseca dignidad de la persona humana. Recordar que el servicio de la medicina a la vida y a la salud es siempre y en todo caso un servicio que remite al sentido del sufrimiento y de la muerte. Dejarse vivificar por la inspiración cristiana, la cual no quita nada al ser humano y a la investigación científica, la ilumina y la dirige al verdadero bienestar integral de cada persona y de toda la persona. ¿Cuál es la tarea de los médicos? Los médicos tienen la tarea de: ser siempre los servidores de la vida, que es siempre un bien en sí misma y por sí misma. Respetar los principios éticos que tienen su raíz en el mismo Juramento de Hipócrates, el cual afirma que: no hay vidas indignas de ser vividas; no hay sufrimientos, por cuanto penosos, que puedan justificar la supresión de una existencia; no hay razones, por muy altas, que hagan plausible la creación de seres humanos destinados a ser utilizados y destruidos. Contribuir efectivamente a la eliminación de los motivos del sufrimiento que humillan y entristecen al ser humano, y a edificar un mundo siempre más acorde con la dignidad del ser humano. Ponerse a la escucha de cada ser humano, sin distinción ni discriminación alguna, y acoger a todos para aliviar los sufrimientos de cada uno. . Ver en el enfermo no un número clínico, sino una persona a la cual acercarse con humanidad y participación: a pesar de todo, el enfermo siempre vale más que su enfermedad y su vida vale más que aquello que la amenaza. Curar ciertamente la enfermedad, pero sobretodo al enfermo, teniendo presente la complementariedad e interdependencia de todas las dimensiones de la persona (físicas, afectivas, morales, espirituales, familiares, sociales …).

Ir al encuentro de las necesidades de toda la persona, recordando que la única respuesta verdaderamente humana, de frente al sufrimiento ajeno, es el amor que se prodiga en el acompañamiento y en el compartir. Agregar al aporte institucional de la propia profesionalidad el ‘corazón’, que sólo está en grado de llegar al ‘corazón’ del enfermo y de humanizar las estructuras. Vivir la propia profesión como don de sí al enfermo (caridad profesional). Recordar que existe una relación directamente proporcional entre la capacidad de sufrir y la capacidad de ayudar a quien sufre: quien está dispuesto a aceptar y soportar con fuerza interior y con serenidad los propios sufrimientos es también la persona más sensible al dolor ajeno y la más pronta a aliviar los dolores de los demás. Poner en acto la verdadera compasión, la cual: promueve todo racional esfuerzo para favorecer la curación del paciente; acompaña al paciente con amoroso respeto y dedicación durante toda la duración de su enfermedad, poniendo en acto todas las acciones y las atenciones posibles para disminuir los sufrimientos y favorecer una vivencia de los mismos en cuanto posible serena; estimula la solidaridad y el compartir no sólo junto y por quien sufre sin más esperanza, sino también junto y por quien vive la experiencia del dolor de una persona querida; al mismo tiempo ayuda a detenerse cuando ninguna acción resulta ya útil a la curación.   ¿Cuál es la tarea de los médicos católicos? El médico católico tiene la misión de: poner en acto los mismos empeños expuestos anteriormente los cuales son comunes a los médicos no católicos, con mayor dedicación y espíritu de abnegación, testimoniando el amor de Cristo por los enfermos. Prestar atención a la dimensión espiritual del ser humano, teniendo muy presente el sentido cristiano de la vida y de la muerte, y la función del dolor en la vida humana. Respetar siempre y fielmente la ley de Dios, poniendo en acto si es necesario la objeción de conciencia de frente a aquellas personas que contradicen la ley divina. Saber reconocer en cada enfermo al mismo Cristo: ocupándose del enfermo, el cristiano sabe que se ocupa del mismo Cristo (cfr. Mt 25,35-40). Tomar de la fe cristiana el conforto en el propio sufrimiento y la capacidad de aliviar el sufrimiento ajeno. Estar: consciente de ser un instrumento del amor misericordioso de Dios; Colaborar con cuantos están empeñados en la pastoral del sufrimiento. Vivificar el propio servicio médico con la oración constante a Dios, “amante de la vida” (Sap 11,26), recordando siempre que la curación, en última instancia, viene del Altísimo, por la intercesión particular también de la Santísima Virgen María invocada como Salus infirmorum et Mater Scientiae. Poner en práctica no sólo las curas médicas, sino también las espirituales, las cuales constituyen no sólo una necesidad sentida, sino incluso un derecho fundamental de todo enfermo, con la consecuente responsabilidad de quienes lo asisten. Interrogarse acerca de la propia espiritualidad, sobre el sistema de valores que guía la propia existencia, sobre las respuestas que nacen del corazón a los interrogantes relacionados con el significado del sufrimiento y de la muerte. Llevar consuelo cristiano a los enfermos y a sus familiares. Favorecer por parte del enfermo la petición y la acogida en la Fe, de los sacramentos que Cristo ha instituido también para ayudar espiritualmente al enfermo: los Sacramentos de la Confesión, de la Eucaristía (en particular como Viático) y de la Unción de los enfermos. ¿Cuáles aspectos positivos provienen de la enfermedad? La enfermedad puede: Ayudar a tomar conciencia de nuestra limitación, de la precariedad de nuestro camino aquí en la tierra. Dar origen a una densa y amplia red de solidaridad a nivel familiar y social (voluntariado). Ofrecer la posibilidad de saber leer el designio de Dios en la propia vida. La «clave» de tal lectura está constituida por la Cruz de Cristo. El Verbo encarnado se ha encontrado con nuestra debilidad, asumiéndola sobre sí en el misterio de la Cruz. Quien sabe acogerla en su vida experimenta cómo el dolor, iluminado por la Fe, llega a ser fuente de esperanza y de salvación. Constituir una concreta posibilidad, ofrecida a nuestra libertad, para decidir cuál realización escoger para nuestra existencia. Tener también un valor redentor para sí y para los demás. Si el sufrimiento va unido al de Cristo, se hace participación en la obra de la salvación de Jesucristo, llega a ser medio de salvación, puede traer beneficios morales y espirituales al paciente y a la humanidad. “Yo completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, a favor de su cuerpo que es la Iglesia” (Col 1,24). ¿Cuáles beneficios produce el sacramento de la Unción a los enfermos? Este sacramento, instituido por Cristo no para los muertos, sino para los vivos, y por tanto para el cristiano gravemente enfermo: confiere un don particular del Espíritu Santo: una gracia de consuelo, de paz de coraje: para enfrentar las dificultades de la enfermedad; para unirse más íntimamente a la pasión de Cristo; para contribuir al bien del Pueblo de Dios. Perdona todos los pecados, si no ha sido posible celebrar antes el sacramento de la confesión. Favorece a veces la curación, si esto ayuda a la salvación espiritual del enfermo. Prepara para el paso a la vida eterna. Permite usufructuar de la oración de toda la Iglesia que: intercede por el bien del enfermo; sufre junto con él; se ofrece, por medio de Cristo, a Dios Padre.   ¿Cuál es la concepción cristiana acerca de los cuidados paliativos? La Fe cristiana: reconoce la licitud y la necesidad en algunos casos de los cuidados paliativos, los cuales están“destinados a hacer más soportable el sufrimiento en la fase final de la enfermedad y a asegurar al mismo tiempo al paciente un adecuado acompañamiento” (Juan Pablo II, Evangelium vitae, 65).Estas de hecho buscan aliviar especialmente en el paciente Terminal, una vasta gama de síntomas de sufrimiento físico, psíquico y mental, y requieren por lo mismo la intervención de un equipo de especialistas con competencia médica, psicológica y religiosa, compenetrados entre ellos para sostener al paciente en la fase crítica. Afirma al mismo tiempo la necesidad de respetar la libertad de los pacientes, los cuales deben ser puestos en grado, en la medida de lo posible, “de satisfacer sus obligaciones morales y familiares y sobre todo deben poder prepararse con plena conciencia al encuentro definitivo con Dios” (op. cit., 65). Recomienda que el suministro de los analgésicos sea efectivamente proporcionado a la intensidad y a la cura del dolor, evitando cualquier forma de eutanasia como se tendría suministrando ingentes cantidads de analgésicos proporcionados con la finalidad de provocar la muerte. Recuerda la teoría del llamado doble efecto ligado al uso de tales fármacos: los cuales de hecho si por una parte alivian el dolor, por otra parte pueden llevar a la dependencia o incluso acelerar el efecto letal de la enfermedad. Anima la formación de especialistas en cuidados paliativos, en particular con la creación tanto de estructuras didácticas en las cuales pueden interesarse también psicólogos y agentes pastorales, como de casas de cuidado para los enfermos terminales, recordando que ya en el siglo primero, en tiempos del Papa San Cleto -tercer sucesor de San Pedro- la Iglesia había proveído a su construcción.   ¿Qué dice la Fe cristiana acerca del ensañamiento terapéutico? La fe cristiana afirma que: el rechazo del ensañamiento terapéutico no es un rechazo del paciente y de su vida. El objeto de la deliberación sobre la conveniencia de iniciar o continuar una práctica terapéutica no es el valor de la vida del paciente, sino el valor de la intervención médica sobre el paciente. La eventual decisión de no dar inicio o de interrumpir una terapia debe considerarse éticamente correcta cuando la misma es el resultado ineficaz o claramente desproporcionado a los fines del mantenimiento de la vida o de la recuperación de la salud del paciente. El rechazo del ensañamiento terapéutico por tanto es expresión del respeto que en todo instante se le debe al paciente.   ¿Cuándo no habrá más enfermedad, sufrimiento y muerte? La enfermedad, el sufrimiento y la muerte no existirán más desde el momento en que Cristo Señor retornará al final de los tiempos, para liberar el universo de la corrupción y de la muerte y para renovarlo con “los nuevos cielos y una nueva tierra” (2 Pt 3,13). El Primicerio de la Basílica de los Santos Ambrosio y Carlos en Roma Monsignor Raffaello Martinelli Bibliografía: Catecismo De La Iglesia Católica (CCC), nn. 309-314; 1499-1525; Juan Pablo II: Salvifici Doloris, 1984; Evangelium vitae, 1995; Congregación Para La Doctrina De La Fe (CDF): Donum vitae, 1987;

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Comentarios
0 comentarios en “¿Cómo comprender la enfermedad?
  1. En mi vida oí una sarta de estupideces y disparates como ésta. ¡Y yo que me reía de la gente que creía en Octavio Acebes, Aramís Fuster, Rappel, Carlos Jesús y otros similares, ¡y resulta que las creencias de la religión católica están al mismo nivel!… A ver, un tipo todopoderoso y lleno de amor infinito que podría, sin mover un dedo, acabar con el sufrimiento, el dolor y la miseria y no lo hace porque prefiere un mundo «en estado de vía» -estupidez que se ha inventado alguna luminaria, no creo que ese dato esté en la famosa Biblia- de es como mínimo un sádico digno de la condena y el rechazo.

  2. Precioso documento. La enfermedad nadie la quiere, todo el mundo la rechaza, en pocas cosas está más de acuerdo la gente. Ahora bien, no puede haber dos formas más diferentes de enfrentarse a ella, la forma en que lo hace el que tiene fe en Dios, y tal como lo hace el que no la tiene.
    En el comentario anterior, Alberto se ríe de cómo vemos los cristianos la enfermedad. Es evidente que Alberto nunca ha hecho el ejercicio de entender al hombre que está con Dios. Si Dios está a nuestro lado, si tras buscarle le hemos encontrado, pues Él mismo nos lo facilitó, entonces no hay pena ni dolor posible que nos aparte de Él, y todo tiene sentido para nosotros. Es lógico que un descreído no encuentre alivio en nada, pues sólo cree en la fenomenología que se da antes sus ojos, pero esto no nos pasa a los cristianos. Ojalá, Alberto, pruebes a pensar un poco en ello. Busca a Dios, con sinceridad, con humildad, abriendo tu corazón, y tu mundo cambiará.

  3. BENDITA LA ENFERMEDAD. ¿POR QUÉ?. ¡NO OS ESCANDALICÉIS!
    UNA OPORTUNIDAD PARA LLEVAR HASTA LAS ÚLTIMAS CONSECUENCIAS EL MANDAMIENTO DE CRISTO.
    «AMAOS COMO YO OS HE AMADO»
    EXTIENDE LA MANO AHÍ ESTÁ CRISTO.

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