Igualdad ante la ley e igualdad social

Igualdad ante la ley e igualdad social

Antes de abordar en más detalle la justicia social, es necesario tratar el tema de la igualdad y la desigualdad.

En primer lugar hay una igualdad que todos tenemos como seres humanos, y que prácticamente nadie discute. Igualdad en dignidad, como hijos todos de Dios. Igualdad y común dignidad descrita así por el Catecismo de la Iglesia Católica en su punto 1934:

Creados a imagen del Dios único y dotados de una misma alma racional, todos los hombres poseen una misma naturaleza y un mismo origen. Rescatados por el sacrificio de Cristo, todos son llamados a participar en la misma bienaventuranza divina: todos gozan por tanto de una misma dignidad.

Esta común dignidad es el fundamento, por ejemplo, de la igualdad de todos ante la ley.

Esta igualdad está también recogida en el canon 208 del Código de Derecho Canónico:

Por su regeneración en Cristo, se da entre todos los fieles una verdadera igualdad en cuanto a la dignidad y acción, en virtud de la cual todos, según su propia condición y oficio, cooperan a la edificación del Cuerpo de Cristo.

El problema comienza cuando a esa igualdad se le añade algún adjetivo o complemento. Por ejemplo el adjetivo social, o económica, o de resultados, o incluso, como veremos, de oportunidades.

En la correspondiente entrada en Wikipedia, sin ir más lejos, la igualdad social describe así

Igualdad social es la característica de aquellos estados en los que todos sus ciudadanos sin exclusión alcanzan en la práctica la realización de todos los derechos humanos, fundamentalmente los derechos civiles y políticos y los derechos económicos, sociales y culturales​ necesarios para alcanzar una verdadera justicia social.

La igualdad social supone el reconocimiento de la igualdad ante la ley, la igualdad de oportunidades así como la igualdad de resultados civiles, políticos, económicos y sociales.

En buena parte del imaginario colectivo, los conceptos de ‘pobreza’ y de ‘desigualdad’ han terminado por fusionarse. Si hay pobres, es porque somos desiguales.

A nivel político el discurso igualitario es rentable, pues promete más beneficios a las personas y explota la envidia recurriendo al odio de clases.

Sin embargo, lo cierto es que individualmente la gente no quiere ser igual al resto. Ésta es una verdad fundamental que destruye por completo la doctrina igualitarista. Las personas queremos diferenciarnos del resto: preferimos la desigualdad. Todo el mundo desea que su hijo sea el más trabajador, su hija la más inteligente y así sucesivamente. La búsqueda de la superación está en la esencia del ser humano.

Ningún padre le dice a su hijo, al volver de un partido de deporte, que no se distinguió de los demás. Lo que hace es decirle lo que hizo muy bien y destacar las cualidades que lo distinguen de otros

Nadie que puede promocionar en una empresa rechaza esa promoción para seguir siendo “igual” a sus compañeros. Nadie que puede irse a vivir a un mejor barrio se queda en un mal barrio para ser “igual” a los de ese barrio.

El reclamo por igualdad confunde a la gente porque, en realidad, es un reclamo por riqueza. Evidentemente todos quieren ser iguales al que tiene más, nadie quiere ser igual al que tiene menos.

Si la gente en las clases medias y populares apoya las propuestas redistributivas igualitarias no es porque crea en la igualdad como un valor en sí, sino porque cree que su situación particular mejorará al obtener nuevas prebendas que el político le dará. Ningún político prometerá la igualdad a las masas diciéndoles que las va a nivelar hacia quienes están más abajo.

Miguel Ángel Sanz

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